El sacerdote sirio Jacques Mourad, víctima del Dáesh: «Me secuestraron por apoyar el diálogo interreligioso» - Alfa y Omega

El sacerdote sirio Jacques Mourad, víctima del Dáesh: «Me secuestraron por apoyar el diálogo interreligioso»

El personaje de esta semana ha visto cara a cara a los terroristas del mal llamado Estado Islámico. Ha sufrido insultos, vejaciones, tortura psicológica… Fueron a por él por ser cristiano, sacerdote y por apoyar el diálogo con el islam. Su monasterio era un oasis de paz y hospitalidad en el corazón de una zona de guerra. Estaba situado a las afueras de Al-Qaryatan, a 140 kilómetros al noroeste de Damasco, en dirección a Palmira. Hasta que llegaron los yihadistas del Daesh y devastaron el monasterio

Raquel Martín

Usted sabía que se estaban aproximando los terroristas de Dáesh a su ciudad y que a su paso habían cortado cabezas de cristianos. También sabía que irían a por usted y a por su monasterio, Mar Elian.
Sí. Pero nunca me quise ir del monasterio sirocatólico del que era superior mientras hubiera vecinos que siguieran acercándose. En él acogíamos y prestábamos ayuda a centenares de refugiados desplazados por la guerra, entre ellos más de cien niños menores de 10 años.

Hasta que el pasado 21 de mayo entraron en su monasterio a punta de pistola a por usted.
Así fue. Unos hombres encapuchados entraron en el monasterio y nos secuestraron a mí y a nuestro voluntario, Boutros. Nos obligaron a montarnos en un coche para dejarnos luego durante cuatro días encadenados y con los ojos vendados en medio del desierto. Luego nos llevaron a la ciudad de Raqa, bastión del Estado Islámico. Yo fui el primer sorprendido de la paz interior que tenía. Incluso con las manos atadas y los ojos vendados me sorprendí repitiéndome a mí mismo: «Estoy yendo hacia la libertad».

Estuvo tres meses secuestrado en Raqa. ¿Dónde? ¿Qué pasó ese tiempo?
En Raqa nos tuvieron encerrados en un minúsculo baño. Escogieron a propósito ese espacio para humillarnos, pero nuestra misión consistía en ser humildes, incluso frente a la violencia. Los yihadistas nos insultaban a menudo, pero los momentos más difíciles eran aquellos en los que nos metían mucho miedo: «O bien os convertís al islam u os cortamos la cabeza». Mi consuelo lo encontré en el rezo del rosario y en la oración de abandono de Carlos de Foucauld, una víctima de la violencia que consagró su vida al diálogo cristiano-musulmán.

Precisamente usted ha tenido un valiente compromiso con el diálogo interreligioso.
Creo que mi compromiso con este diálogo es lo que motivó al Dáesh a secuestrarme. Además de apoyar durante más de 15 años a todas las familias de Al-Qaryatan sin hacer distinciones por razón de su fe.

¿Qué más pasó durante su secuestro?
El 11 de agosto los terroristas del mal llamado Estado Islámico me cogieron y me volvieron a meter en un vehículo. Pensé que había llegado mi hora. Tras cuatro horas de viaje el coche se paró. Cuando bajé vi que me habían unido junto a un grupo de 250 cristianos también secuestrados, estábamos de nuevo en Al-Qaryatan. Retomamos una vida normal, aunque nos estaba totalmente prohibido abandonar la ciudad. Celebraba Misa en locales subterráneos para que no nos vieran rezar y para protegernos de los bombardeos. Allí la vida se había vuelto imposible, no había comida, ni agua, ni electricidad.

Hasta que logró escapar.
Sí, gracias a la ayuda de un musulmán y de un sacerdote siro-ortodoxo logré huir. Ahora solo pienso en el padre Paolo Dall’Oglio, también secuestrado. Recemos para que suceda el milagro y sea puesto en libertad pronto.

Me llamo Jacques Mourad, soy sacerdote siro-católico. He logrado sobrevivir a un secuestro de 84 días de los terroristas del Dáesh. Un cristiano en Siria sabe que puede morir decapitado o crucificado en cualquier momento. He sabido lo que es el miedo a morir y también el consuelo real del Rosario. Estoy firmemente convencido del diálogo con el islam. Yo conseguí escapar, pero muchos cristianos siguen secuestrados por el mal llamado Estado Islámico. La guerra en Siria está escondiendo una verdadera persecución religiosa.