Ungido y enviado - Alfa y Omega

Ungido y enviado

III Domingo del tiempo ordinario

Aurelio García Macías
Jesús desenrolla el libro en la sinagoga. James Tissot. Museo de Brooklyn. Foto: Museo de Brooklyn

Contemplamos en el Evangelio de este domingo los primeros pasos del ministerio mesiánico de Jesús. Su tarea fundamental es cumplir la misión encomendada por el Padre y anunciar el cumplimiento de las antiguas profecías en Él. Jesús aparece como el Mesías enviado por Dios para anunciar su Palabra de salvación a todos los hombres, especialmente a los más pobres.

En el hermoso pasaje del libro de Nehemías, seleccionado como primera lectura, el sacerdote y escriba Esdras recupera el Libro de la Ley entre las ruinas del templo de Jerusalén. El pueblo de Israel, que vuelve del exilio, apenas recuerda ya la Palabra de Dios. Esdras se apresura a convocar la asamblea, levanta un estrado en la plaza pública y comienza a leer el Libro de la Ley de Dios en presencia de todos. La descripción del autor sagrado es conmovedora por la riqueza de detalles descriptivos: «Todo el pueblo estaba atento al Libro de la Ley […] al abrir el libro, el pueblo entero se puso en pie […] los levitas leían el Libro de la Ley de Dios con claridad y explicando el sentido, de forma que comprendieran la lectura».

El pueblo de Dios escucha atento la Palabra de Dios con veneración y los levitas la explican para ser comprendida. Dios habla al pueblo por medio de su Palabra proclamada. Y el pueblo responde con aclamaciones de adhesión a ella: «Amén»; y celebrando un banquete de gozo y comunión.

En el Evangelio de Lucas, Jesús inaugura su ministerio mesiánico en Galilea asistiendo en sábado a la sinagoga de Nazaret. Participa en la liturgia sinagogal, donde se proclama la lectura continua del Pentateuco y posteriormente se elige un pasaje de los profetas como segunda lectura. Jesús, invitado a hacer la segunda lectura, selecciona y lee el texto de Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí […] me ha ungido […] y me ha enviado […]». Es una profecía mesiánica que anuncia la identidad y misión del futuro Mesías, bien conocida por los judíos fieles y practicantes. A continuación, Jesús interpreta este texto ante la atenta y desconcertada mirada de todos: «Hoy se ha cumplido esta Escritura». Dice el texto que todos tenían los ojos fijos en él y que estaban admirados de su doctrina.

Jesús comienza su ministerio público, tras su bautismo y tentaciones en el desierto, manifestándose Mesías precisamente en su pueblo, entre sus conocidos y parientes. Él es el Ungido de Dios por el Espíritu para ser enviado a anunciar la Buena Noticia del Reino a los desheredados y pecadores de la tierra, necesitados de la salvación.

En Nazaret comienza a anunciar la Palabra de Dios; y allí comienza el pueblo a escuchar su Palabra. Esta es la lógica propuesta por el Evangelio: Dios habla y el pueblo escucha; Dios propone y el pueblo responde.

Y esta lógica teológica de la revelación se manifiesta también en nuestra celebración litúrgica. Primero Dios habla en la liturgia de la Palabra y después el pueblo responde con su oración. Escuchamos la Palabra de Dios en las lecturas bíblicas proclamadas no como si fuera la lectura literaria de una obra clásica, sino como Palabra de Dios «viva y eficaz» para nosotros, como dice san Pablo. ¿Qué quiere decir esto? Que no es una palabra muerta, sino eficaz, porque actúa interiormente –por obra del Espíritu Santo– en aquel que la escucha con fe. En las lecturas proclamadas en la liturgia «Dios habla a su pueblo». Alguien podría objetar que siempre proclamamos la misma Palabra bíblica y que esto puede resultar aburrido y tedioso. Es verdad que siempre es la misma Palabra, pero nosotros siempre somos diferentes. En cada momento de nuestra vida, la Palabra de Dios puede ser una luz viva, eficaz, decisiva, como muy bien comprendió el salmista cuando afirma: «Tus palabras, Señor, son espíritu y vida […] son descanso del alma […] alegran el corazón […] y dan luz a los ojos» (Sal. 18).

Evangelio / Lucas 1, 1-4; 4, 14-21

Puesto que muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han cumplido entre nosotros, como nos los transmitieron los que fueron desde el principio testigos oculares y servidores de la palabra, también yo he resuelto escribírtelos por su orden, ilustre Teófilo, después de investigarlo todo diligentemente desde el principio, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.

Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan.

Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el rollo del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor». Y, enrollando el rollo y devolviéndolo al que lo ayudaba, se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en él. Y él comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír».