«Sorprende la alegría de sus miradas» - Alfa y Omega

«Sorprende la alegría de sus miradas»

Las Misioneras de la Caridad trabajan en Tánger con madres solteras repudiadas por sus familias. En Madrid, un grupo de mujeres musulmanas preparan dulces para vender a la salida de Misa a beneficio de los damnificados de los terremotos de Haití y Chile… En la relación cristianos-musulmanes no todo está marcado por el islamismo radical

Enrique Chuvieco
Tánger, zoco turístico

«Se me ha hecho evidente algo que hemos perdido en Europa: la sencillez de corazón para agradecer la mínima cosa que tienes», concluye el sacerdote español Bernabé Sanz, tras ver la alegría en los rostros de los niños de la calle en el voluntariado que hizo este verano con un matrimonio y varios universitarios en Tánger, donde atendieron a bebés de musulmanas solteras en la casa de las Hermanas de la Madre Teresa de Calcuta, las Misioneras de la Caridad.

A las siete y cuarto de la mañana, empezaban su jornada con las monjas rezando Laudes, a los que seguía la Misa, tras la cual esperaban a las primeras mujeres que llegaban a dejar sus bebés hasta las cinco de la tarde, tiempo que ellas dedicaban a trabajar o a buscarse el sustento. Sustento y apoyo que no reciben de sus familias, porque son repudiadas al concebir fuera del matrimonio. Esta situación se agrava en la sociedad musulmana, porque crece el número de madres solteras y fue una de las razones que llevaron a Las calcutas, como son conocidas las religiosas de la Madre Teresa, a establecerse, en 1989, en la casa Dar Salam, en la antigua iglesia de la Purísima, situada en el corazón de la medina tangerina.

Primero por la izquierda, el padre Sanz, a las puertas de la casa Dar Salam

Aparte del acogimiento a embarazadas y madres solteras, las Misioneras de la Caridad mantienen una guardería, visitan a los inmigrantes en la cárcel de Tánger y atienden a los niños de la calle. Éstos llegan los miércoles para ducharse, proveerse de ropa y comer, pues pernoctan donde pueden, ya que se han escapado de sus casas por pobreza o malos tratos. Lo sorprendente «es la alegría de sus miradas», que veían en ellos los integrantes de la expedición del padre Sanz, párroco del templo madrileño Beata Teresa de Calcuta, y que, por ejemplo, se concretó diariamente cada vez que pasaban cerca del muchacho al que habían dado unas monedas por dejarles fotografiarse con su iguana. En esa ciudad de más de 700.000 habitantes, es una más de las maneras originales de ganarse la vida, que la convierten en uno de los zocos principales y más solicitados de Marruecos por autóctonos y turistas.

Razones para actuar, y para vivir

Los voluntarios se paseaban tras concluir la jornada en Dar Salam, en la que habían alimentado, bañado, dado la medicación y atendido a los pequeños que padecían enfermedades respiratorias.
«Me pasaba los días quitando mocos», afirma el padre Bernabé, quien precisa que son dos años el tiempo máximo que permanecen los bebés en el lugar, de donde parten para ser atendidos por religiosas de otra institución católica que se hacen cargo de ellos.

Con otros acentos, pero con el mismo espíritu, el padre Sanz revivió este verano las jornadas de hace quince años en las que le impresionó «mucho la presencia católica en el mundo musulmán». Como en aquel entonces, el mismo impacto enraizaba nuevamente este verano en cada miembro del grupo, al profundizar en las razones de por qué estaban allí para dedicar sus vacaciones a esa labor caritativa. Antes de irse a dormir, se testimoniaban qué cosas les habían llamado más la atención en la jornada y sacaban conclusiones de ellas. Este modo de enjuiciar los acontecimientos diarios, subraya el sacerdote, «evita que nos quememos, ya que experimentamos que la generosidad tiene también fecha de caducidad y, por otro lado, sirve también para darnos las razones de todo lo que hacemos en nuestra vida».

Con inmigrantes, en la periferia madrileña

Los musulmanes son un grupo importante entre los voluntarios de la asociación San Ricardo Pámpuri para, entre otros, repartir alimentos o cocinar en alguna de las actividades programadas por la entidad, conocida como Casa de San Antonio, que ha nacido a la sombra de la parroquia de San Juan Bautista, de Fuenlabrada (Madrid). Más integradas que los hombres, las musulmanas cocinaron para una de las reuniones programadas de la asociación, y lo hicieron también en la boda de Fátima y Abdul, cuyo banquete se celebró en los salones del templo, y elaboraron dulces, que vendieron a las salidas de las Misas -a las que ellas no asistieron-, para los damnificados de los terremotos de Haití y Chile.

Esta amistad, nacida de la relación entre católicos y musulmanes -más de 250 participan en los distintos planes de la asociación, que comprenden también vivir en casas de acogida-, lleva a reconocer a algunos de ellos que esta labor «no la vemos ni en la mezquita».