El SS amigo de Dios - Alfa y Omega

El SS amigo de Dios

En el anecdotario espiritual de la Segunda Guerra Mundial —cuyo aniversario se recuerda en este mes de septiembre: día 1, 75º del inicio; y 2, 69º del final—, la historia del franciscano Gereon Goldmann tiene un lugar propio. Himmler, Pío XII, los oficiales alemanes que atentaron contra Hitler, la abadía de Montecasino…: su vida de película la cuenta en Un seminarista en las SS (ed. Palabra). Protagonista: Dios, el Señor de la Historia

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo

«Recuerdo lo feliz que era por ser católico»: cuenta de su infancia el franciscano alemán Gereon Goldmann. Nacido en 1919, su adolescencia coincidió con el ascenso del nazismo. Eran tiempos marcados por el antagonismo entre los jóvenes cristianos y las Juventudes hitlerianas de su pueblo: «Soportábamos nuestras heridas como símbolos del martirio, y considerábamos las detenciones como parte de la aventura», dice. La Historia caminaba deprisa entonces y, aunque en 1936 entró en la Orden de los Frailes Menores, su vocación sacerdotal se vio interrumpida al ser llamado a filas. Era el verano de 1939, y Alemania se preparaba para llevar al mundo a la guerra.

Gereon es reclutado por las temibles SS como oficial de radio, junto a otros compañeros de noviciado. Meses más tarde, el propio Himmler, Comandante Jefe de las SS y amigo personal del Führer, quiso conocer a este peculiar grupo de soldados. Gereon dio testimonio del Señor de la Historia: «Yo sólo sé esto, señor: suceda lo que suceda, triunfará la voluntad de Dios. Sólo vencerá lo que es recto en su presencia y está de acuerdo con su plan divino».

Con el paso de los meses, va tomando conciencia de que «la meta definitiva de la guerra es eliminar al mundo de dos enemigos: el comunismo y el cristianismo». Ante su pertinaz rechazo de la política del partido nazi, Gereon es finalmente expulsado de las SS y enviado al ejército.

El padre franciscano Gereon Goldmann

Tocar a Dios con las manos

Pero Gereon quería ser sacerdote. A la muerte de su madre, cuando era apenas un niño, una monja de su pueblo, la Hermana Solana May, rezó y se sacrificó durante veinte años por su ordenación, sin él saberlo. Ni una guerra mundial ni las leyes de la Iglesia -a Gereon apenas le había dado tiempo a estudiar tres años de Filosofía- iban a echar por tierra la fe de aquella mujer. «La cosa es muy sencilla -dijo la Hermana-. El Papa ha hecho las leyes y puede dispensar de ellas. Irás a ver al Papa, pero antes pasarás por Lourdes». Su división marchaba al frente ruso, pero Dios dispuso otra cosa: se desvió hacia el sur de Francia y logró ir a la Gruta: allí rezó por la más que improbable idea de que un soldado alemán, ex-SS, pudiese llegar al Papa, prisionero en el Vaticano, y pedirle ser sacerdote sin apenas haber realizado los estudios.

Destinado a labores de enfermería, de Francia pasó a Italia, y en Sicilia se exasperaba viendo a sus compañeros «muriendo como perros, sin Confesión ni Sagrada Comunión». Ni corto ni perezoso, arriesgó su vida para ir a una ciudad cercana a pedir el Sacramento para los heridos, quedando atrapado tras las líneas enemigas. Gereon decide entonces lanzarse al mar, manteniendo en alto en todo momento el Santísimo y hundiendo la cabeza en el agua cada vez que pasaba encima un avión o le enfocaban los reflectores de los barcos. Agotado, consiguió llegar hasta sus compañeros. ¿La recompensa? Poder dar el Cuerpo de Cristo a un herido que, «con la sonrisa feliz e inocente de un niño, entró en la eternidad».

Al fin llegó a Roma, consiguió contar su rocambolesca historia a Pío XII, que le dio la bendición y un documento que permitía su ordenación con la condición de acabar sus estudios al finalizar la guerra. Fue ordenado en la cripta de San Benito, en Montecasino, durante un momento de paz en medio de los bombardeos aliados.

Terminada la guerra, Gereon fue enviado, como soldado alemán, a un campo de concentración en el Sáhara, junto a los nazis más sanguinarios, entre los cuales alcanzó alguna conmovedora conversión. Múltiples peripecias y asombrosos relatos sobre el poder de la oración jalonan la historia del padre Goldmann, que concluye con la «inquebrantable confianza de que, ocurra lo que ocurra a los hombres que siguen el camino de la Cruz, la invencible vida de la Iglesia continúa, para que los hombres de buena voluntad puedan experimentar la dulzura y la impresionante realidad del amor de Dios». Gereon, incluso en los tenebrosos días de la Segunda Guerra Mundial, la tocó con las manos.

Un seminarista en las SS
Autor:

Gereon Goldmann

Editorial:

Palabra