El daimyo que fue al exilio por Cristo - Alfa y Omega

El daimyo que fue al exilio por Cristo

A finales del siglo XVI, temerosos de que la extensión del cristianismo fuera el primer paso de la colonización europea, los señores del Japón comenzaron la persecución. Justo Takayama, próximo beato, fue uno de esos mártires

María Martínez López
Escultura de Justo Takayama en la diócesis de Osaka (Japón). Foto: Padre Hiroaki Kawamura

Justo Takayama Ukon había pertenecido a la clase de los daimyo, los señores feudales de Japón. Por encima de él solo estaban el shogun –caudillo– y el emperador. A comienzos de 1615, en cambio, se veía enfermo y en el exilio por no haber renunciado al cristianismo. El año anterior, el shogun Tokugawa Ieyasu había expulsado a los misioneros y prohibido a los japoneses practicar el cristianismo. Takayama «fue el primero en el punto de mira del caudillo», porque «ejercía en la Iglesia una influencia aún mayor que la de los mismos misioneros», explica el padre Hiroaki Kawamura, postulador de su Causa.

En una persecución anterior, Takayama ya había renunciado a su posición social. Ahora aceptó el exilio en Filipinas, junto con unos 300 allegados. Cuentan las crónicas de la época que salió a pie hacia el puerto de Nagasaki «muy desproveído y mal acomodado, habiendo de pasar siete o más jornadas por montes muy altos cargados de nieve». El sacerdote español Alberto Royo, consultor de la Congregación para las Causas de los Santos, narra a Alfa y Omega que «los peligros durante el viaje, el frío, el hambre y el continuo peligro de muerte a manos de los perseguidores» fueron minando su salud. A ello se sumó un viaje marítimo de 44 días con un tiempo tempestuoso. Durante la travesía –siguen las crónicas– rezaba, «leía continuamente sus libros de devoción y platicaba con los religiosos».

Cuando por fin llegaron a Manila, ya había caído enfermo, probablemente con pulmonía. Murió diciendo «Jesús, María», el 3 de febrero de 1615. 401 años después, hace dos semanas, el Papa confirmó que Takayama murió mártir porque enfermó como consecuencia de la persecución. Se baraja que sea beatificado justo dentro de un año, aunque todavía no se ha fijado la fecha, explica el jesuita Anton Witwer, responsable de la fase romana de su Causa.

El san Ignacio japonés

Takayama Ukon nació en 1552 o 1553, tres años después de que los primeros misioneros llegaran a Japón. Cuando tenía diez años, su padre se convirtió e hizo bautizar a toda la familia. Entonces recibió el nombre de Justo. Sin embargo, el niño creció imbuido «en la mentalidad de su tiempo, basada en el derecho del más fuerte», según Royo. En 1573, se implicó en un duelo en el que su contrincante murió y él fue herido. Durante la convalecencia recapacitó sobre el sentido de la vida y experimentó una verdadera conversión. Es probable que el jesuita Francisco Cabral, que le enseñó la doctrina cristiana, le hablara de la conversión, tan similar a la suya, de san Ignacio de Loyola.

Desde entonces, Takayama se convirtió en un auténtico «testigo de Cristo. En aquellos años era una persona muy poderosa y con gran influencia sobre sus súbditos y entre sus amigos, pero no ejerció sobre ellos presión o poder. Más bien se puso al servicio de la Iglesia y del apostolado de los jesuitas. Favorecía la construcción de iglesias y seminarios y se manifestaba como cristiano ejemplar», hasta el punto de que «los gentiles llamaban al cristianismo “la ley de Takayama”». Este testimonio de vida hizo que, «entre 1576 y 1583, el número de cristianos en Takatsuki», la ciudad que gobernaba, «pasara de 600 a más de 25.000», relata el padre Witwer.

Hacia el martirio

No tardaron en llegar las dificultades. Los señores del Japón, temerosos de que la extensión del cristianismo fuera el primer paso de la colonización a mano de las potencias europeas, comenzaron a perseguir esta religión. En 1587, el shogun exigió a Takayama que abandonara el cristianismo. El daimyo respondió renunciando a su posición social y a sus posesiones. Desde entonces, vivió bajo la protección de amigos aristócratas.

«Fueron años de una verdadera maduración interior. La experiencia de la pobreza le enseñó a darse cuenta de todo lo que había recibido e hizo crecer su gratitud», explica el padre Royo. Al mismo tiempo –añade el padre Witwer– creció en él «el fuerte deseo de morir mártir para dar el testimonio más claro de su fe en Jesucristo. Este deseo caracterizó los últimos 25 años de su vida. Hubo muchos intentos de hacerle renegar de su fe, pero él confesaba siempre inequívocamente su fidelidad al cristianismo» y «se ponía con confianza creciente en manos de Dios».

Ejemplo para los cristianos de Japón

El padre Hiroaki Kawamura, postulador de la Causa de Justo Takayama Ukon, espera que su beatificación «dé a los cristianos de hoy en Japón valor para vivir la fe. En mi país, el número de cristianos es muy pequeño. Mantener la fe no es fácil. El poco conocimiento que hay del cristianismo es más o menos el mismo que existía en la época de Takayama». Además, «mucha gente sueña con ser rica, famosa, tener éxito». En este contexto, el próximo beato «muestra que nada tiene tanto valor como el amor de Dios. Él no se plegó a la sociedad de su época, sino que, mientras se confrontaba con esta realidad, supo proteger la fe. Todo le fue arrebatado, pero apoyado en el amor de Dios superó todas las dificultades».