Los primeros obreros de la mies - Alfa y Omega

Los primeros obreros de la mies

Cerca de 6.000 religiosos y consagrados de todo el mundo participaron en un encuentro internacional bajo el lema Vida consagrada en comunión, con el que el martes se clausuró el Año de la Vida Consagrada

Ángeles Conde Mir
Jóvenes de la comunidad mexicana Quédate con nosotros. Foto: Juan Martínez

«¡Hay miles de monjas, ¿no?», comentaban el fin de semana muchos romanos entre sorprendidos y divertidos. La explicación era el encuentro internacional que ha puesto fin al Año de la Vida Consagrada y que ha reunido en Roma a unos 6.000 participantes de todo el mundo, representantes de las nuevas formas de vida consagrada, las vírgenes consagradas, los institutos seculares, los contemplativos y los religiosos de vida apostólica. Bajo el lema Vida consagrada en comunión los participantes reflexionaron durante cuatro días sobre los desafíos y perspectivas de la vida consagrada al término de un Año que, como dijo el Papa al definir los objetivos, debía servir para aprender a «mirar al pasado con gratitud, vivir el presente con pasión y abrazar el futuro con esperanza».

Esa era la propuesta de Francisco –religioso jesuita– en la carta a los consagrados que escribió en noviembre de 2014. Ha pasado más de un año, tiempo en el que, en palabras de monseñor Francisco Cerro –obispo de Coria-Cáceres y encargado de las nuevas formas de vida consagrada en la Conferencia Episcopal–, «se ha demostrado que la vida consagrada está vivísima y tiene fuerza y capacidad para convocar». Si bien el Papa ha apuntado dificultades como «la disminución de vocaciones y el envejecimiento, sobre todo en Occidente», por eso precisamente este Año «ha descubierto la necesidad de pedir por las vocaciones». Y concluye monseñor Cerro: «El Espíritu sopla y fuerte, porque son muchas las necesidades que tiene el mundo».

Felicidad y pasión

Luisa, del Instituto Secular de las Hijas del Corazón de María o Filiación Cordimariana, es profesora de instituto en Granada y ha hecho los votos temporales, por lo que –dice– está «en la luna de miel». Para ella este Año de la Vida Consagrada ha sido «un regalo que nos ha hecho volver a las fuentes». Siempre supo que quería ser madre, aunque a los 32 años respondió a una llamada que llevaba tiempo desoyendo: «El Señor puso ese anhelo en mí desde siempre y ahora soy hija del Corazón de María, un carisma que quiere prolongar la maternidad de María en el mundo, así que me siento plenamente madre». Y apostilla: «Dios no defrauda nunca. Soy más feliz de lo que hubiera podido imaginar jamás».

Felicidad y pasión son dos palabras que se repiten en casi todos los relatos. También en el de José María, cruzado de Santa María desde hace 33 años, médico navarro que subraya la importancia de la vocación vivida en comunidad, porque «a veces somos como flores a la intemperie».

Rodríguez Carballo, secretario de la Congregación para la Vida Consagrada, con el obispo de Coria-Cáceres y representante de la CEE en el encuentro, monseñor Francisco Cerro. Foto: Ángeles Conde

Porque la vida consagrada no es fácil, se ha reflexionado también sobre cómo conjugar identidad, vocación y misión en medio de «un mundo difícil que va a contracorriente». Así lo explica el sacerdote Mario Ortega, responsable de comunicación de la Conferencia Mundial de Institutos Seculares. Mientras que el número de religiosos y religiosas disminuye en Europa y América –el de religiosas ha descendido un 8 % en menos de diez años–, aumenta en África y, de forma espectacular, en Asia. Por tanto, hablar de crisis de vocaciones en la vida consagrada puede resultar incorrecto. En Asia, las vocaciones han crecido en un 30 % en ocho años. «Podríamos hablar de crisis de compromiso, en todo caso, porque ha habido un alejamiento general de las personas de Dios», sostiene Ortega. El Santo Padre pide que ante las incertidumbres, se fije la vista en «la esperanza que no se basa en los números o en las obras, sino en aquel en quien hemos puesto nuestra confianza y para quien “nada es imposible”». «Esta es la esperanza que no defrauda y que permitirá a la vida consagrada seguir escribiendo una gran historia en el futuro, al que debemos seguir mirando, conscientes de que hacia él es donde nos conduce el Espíritu Santo para continuar haciendo cosas grandes con nosotros».

Nuevos y viejos carismas

Prueba de esas cosas grandes son nuevas fundaciones como la comunidad Quédate con nosotros, nacida en México en 2005. Se trata de un movimiento eminentemente juvenil pero que, en su aún corto recorrido, ya ha incorporado familias. Cuatro de sus miembros han participado en este encuentro en Roma. Han sido de los participantes más jóvenes. Con 22, 23 y 25 años, han consagrado su vida a la evangelización de las personas de su edad. Ivonne explica que van a las discotecas, a pasarlo bien como tantos jóvenes, a los que hablan con su testimonio de vida: «Muchos amigos nos preguntan por qué estamos tan felices». Carlos, que se prepara para el sacerdocio, explica: «Nuestro lema es la alegría de ser católico».

Decenas de estas nuevas formas de vida consagrada se han dado cita estos días en Roma, donde también se ha analizado la relación de estos hermanos pequeños con respecto a sus hermanos mayores, las órdenes fundadas hace siglos. Como aseguró en la sesión dominical monseñor José Rodríguez Carballo, arzobispo secretario de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, «no hay una forma mejor que otra, porque todas vienen del Espíritu Santo».

Lourdes Grosso, misionera Idente, directora del Secretariado de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada en la CEE, es de la misma opinión, porque «ningún carisma procede de la voluntad humana sino del Espíritu Santo», y afirma que una de las claves para esta convivencia es «enriquecernos de los que nos preceden y aportarles, desde nuestra pequeñez, lo que hemos recibido». En definitiva, como invita el Papa en su carta, se trata de vivir «la mística del encuentro: la capacidad de escuchar a las demás personas. La capacidad de buscar juntos el camino, el método».

Otro de los retos que se han puesto sobre la mesa es la actualización a los tiempos desde las raíces específicas de cada carisma. «El reto de la vida consagrada es ser lo que somos, preservar nuestra identidad y ser una luz en el mundo», dice Richard, venezolano de 35 años que recibió la Primera Comunión con 20 «porque me negué a hacerla con 8 años». Hoy es misionero del Verbum Dei, se está formando en Roma y ha sido voluntario del Año de la Vida Consagrada. «Si tuviera otra vida –afirma–, estaría engañándome a mí mismo».