Hermana, ¿reza conmigo? - Alfa y Omega

Hermana, ¿reza conmigo?

33 millones de personas en el mundo están infectadas con el virus del sida. En España, con poco más de 75.000 enfermos contabilizados, la enfermedad se ha convertido en una infección de transmisión sexual, pues el 80 % de los nuevos diagnósticos se atribuye a relaciones sexuales promiscuas. Publicamos dos testimonios que no salen en las campañas: un sacerdote y una religiosa consagrados al servicio que la Iglesia presta a los enfermos

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo

Mientras en muchos centros de atención a enfermos de sida algunos pacientes se mueren, a las Siervas de Jesús se nos mueren, como afirma una de ellas, la Hermana María Jesús, que junto a otras cuatro religiosas jóvenes dedica su vida, 24 horas al día, a cuidarlos y atenderlos a todos los niveles. Ésta es su experiencia:

«Llevamos aquí 12 años en el Centro de Acogida Beata María Josefa, en Bilbao. Hay 13 chicos, que es lo máximo que podemos ofrecer, son más bien jóvenes, con un promedio de 44 años, y la mayor parte de ellos vienen del mundo de la droga. Yo llevo un año y medio, pero la experiencia ha sido bastante intensa. Estamos con ellos las 24 horas del día, no tenemos horarios. Son enfermos que están en el estadio C3, en el que no hay ya una mejoría. Tienen limitaciones a nivel cognitivo, físico. Son chicos jóvenes que tienen limitaciones propias de ancianos, pero, a veces, con unos comportamientos como de niños. Por el hecho de venir del mundo de la droga, tienen su vida desestructurada: las relaciones, la personalidad, la relación con la familia…, y eso les hace arrastrar muchos problemas.

Si no hubiera trabajado con ellos, nunca me habría podido imaginar hasta qué punto puede llegar a sufrir la gente. ¡Cuántos problemas y cuánto sufrimiento pueden llegar a arrastrar! Son personas que han hecho sufrir mucho a su familia, y ellos también han sufrido mucho. Pero, a medida que tratas con ellos, les conquistas con pequeños gestos de cariño, o pequeñas ayudas. Cuando les das cariño, se les caen todas sus defensas y todos sus miedos.

Muchos chicos se nos han muerto. Al principio, se nos morían más, pero ahora, gracias a los antiretrovirales, la medicación específica para el sida, la enfermedad se ha hecho crónica. Si mueren, lo hacen por otras enfermedades asociadas, más que por el sida en sí. El último que se nos murió, llevaba años en el centro, y da mucha pena. Pero es muy bonito verles morir, porque mueren con mucha paz. Aquí tenemos la Eucaristía casi todos los días, pero a nadie se le obliga a ir. Sin embargo, son ellos los que quieren ir, y a veces antes de acostarte te dicen: Hermana, ¿quiere rezar conmigo? Es un proceso que no se impone, nosotras lo que queremos es que recuperen su dignidad como personas, que se reconcilien consigo mismos y con la familia».

Queda abierta la esperanza

El padre Aldo Marchesini, misionero dehoniano, lleva años trabajando como cirujano a favor de los habitantes de Mozambique. En el año 2003, como consecuencia de su actividad misionera, resultó infectado con el virus del sida. Su trabajo y su experiencia hacen de él una voz autorizada acerca de la prevención y curación de los enfermos, sin descuidar el acompañamiento espiritual:

«Hay un problema: el estigma. Debemos hacer lo que sea para ayudar a vencerlo. Yo decidí hacer pública la noticia de mi enfermedad y de explicar que, aunque estemos enfermos, queda abierta una esperanza y la posibilidad de tratamiento, que antes o después llegará para todos. Hoy muchas campañas se centran en la promoción del preservativo. No hay duda de que éste protege de la infección transmitida por vía sexual, pero al mismo tiempo genera una convicción de seguridad que provoca que no se haga ningún esfuerzo por modificar el propio estilo de vida ni por practicar la continencia y la fidelidad. Así, la conversión es difícil, y sin un estilo de vida más serio no se cambiará nunca. La insistencia sobre el preservativo hace desaparecer el empeño por una vida regulada. Quien vive cambiando de partner o practicando sexo casi cada noche, no siempre usará preservativo. Y antes o después se infectará, o infectará a otros si ya está enfermo. Soy del parecer de que la abstinencia y la fidelidad son la verdadera vía para disminuir la difusión del virus.

Yo, cuando descubrí que estaba enfermo de sida me parecía ser diferente de los demás y portador de un peso que me alejaba de los otros. Pero después, con el tiempo, esta sensación se atenuó y hoy prácticamente no me pesa. La vida me ha mostrado que me puedo empeñar en mi actividad como antes y que es posible vivir positivamente con esta enfermedad. El uso de antirretrovirales es eficaz y da energía para continuar. La esperanza de vida se alarga y existe la convicción de que al final moriremos de otra enfermedad distinta del sida.

Es posible encontrarse con Dios en esta enfermedad. Cuando la vida se encuentra en peligro, se despiertan la ayuda de Dios y la confianza en Él. Me conmueve la frase de san Pablo que dice que, vivamos o muramos, pertenecemos al Señor, que por nosotros ha muerto y ha resucitado. Se me apareció una verdad evidente que, sea que vivamos o que muramos, le pertenecemos a Él, porque es Señor de vivos y de muertos».