Mucho más que torrija y saeta - Alfa y Omega

Mucho más que torrija y saeta

Jesús Sanz Montes

De nuevo llega la Cuaresma y tal vez sus textos y sus gestos nos resulten extraños o lejanos. Parecía que ya estaba todo claro, que Jesús había resucitado. La victoria sobre el mal, la del pecado y de la muerte, eran ya cosa sabida, era coser y cantar. Pero hete aquí que llega esta época en la que de nuevo nos ponemos en ese mismo trance penitente, y se nos invita otra vez a ayunar, a orar y a dar limosna, como si de pronto alguien dijera que había salido mal y hay que volver a empezar, y alguno se preguntará: ¿Pero no habíamos quedado que Cristo había ya resucitado?

Sin que sea cíclica la liturgia cristiana, sí que es cierto que el Señor ha resucitado… Sí, Él ha resucitado, pero nosotros no. Por eso ante los textos y los gestos de la liturgia de este tiempo, sin demasiado esfuerzo nos encontraremos con nuestras viejas dificultades para vivir de veras nuestra vida cristiana: habrá una luz que necesitarán nuestros rincones más oscuros, y un bálsamo nuestras heridas no cicatrizadas, y será la verdad la que nuestros engaños repare, y la belleza y la bondad lo que transformen nuestra deformidad y maldades. Porque nosotros, pecadores, seguimos siendo mendigos de esa gracia que el Señor nos obtuvo con su resurrección. Los tres gestos que ya desde el comienzo de la Cuaresma se nos indicaban son tres formas de educar nuestra vida.

La oración en primer lugar. Cada mañana Dios abre a nuestros ojos todo un mundo sobre el que alienta su vida como en el soplo primero de la creación. Sabernos mirados por sus ojos, guardados por sus manos, amados por su corazón, es lo que nuestros hermanos los santos han acertado a vivir. Orar como diálogo con este Buen Dios en lo que a diario nos acontece para pedirle entenderlo, saber ofrecerlo, acoger su compañía; la palabra de Dios de cada día, la santa Misa, el sacramento de la Confesión serán citas de nuestro camino orante en la Cuaresma.

En segundo lugar, el ayuno. Cristo ayunó y nosotros debemos entender su razón purificadora que despierta nuestra conciencia adormilada o distraída. Pero también el ayuno es un gesto solidario que nos pone junto a quienes no pueden elegir, porque toda su vida es un ayuno de cosas esenciales. Y ayunando como Jesús, y en comunión solidaria con los prójimos, venimos a juzgar nuestras pequeñas o grandes opulencias: tantas cosas inútiles y superfluas que seguimos engullendo sin que nos nutran ni alimenten.

En tercer lugar, la limosna. Todo nos ha sido dado, todo es don de Dios. Y el nombre cristiano del compartir fraterno es precisamente la limosna. Además de unas monedas o una cantidad que podemos ingresar en nuestras organizaciones católicas, se nos pide a nosotros mismos ser esa limosna: mi fe, mi esperanza y mi caridad son las virtudes limosneras que cristianamente debo también saber dar como testimonio ante los hermanos y ante la sociedad.

Además de estos gestos cuaresmales más personales, llegando la Semana Santa vendrán las procesiones con todo su significado. ¿Cómo vivimos ese otro gesto de procesionar? ¿Simplemente por inercia costumbrista, o como un recuerdo vivo de lo que supuso aquella procesión histórica en la que Jesús el Señor recorrió nuestra vía dolorosa para abrirnos a la vía dichosa de la salvación? No podemos olvidar que somos ayudados para continuar de un modo nuevo en la procesión de la vida, esa que a diario recorremos vestidos con nuestros habituales atavíos. También ahí, en la procesión de la vida, nos encontramos con vías dolorosas y con vías dichosas. Será la mejor señal de que los cristianos hemos entendido el significado de nuestras procesiones de Semana Santa, si logramos caminar el resto del año al paso de Jesús, convirtiéndonos en cireneos disponibles que ayudan a llevar el peso en tantos de nuestros prójimos hermanos, como hace el Señor con cada uno de nosotros.

Ante la pregunta sobre la Cuaresma y su significado, cuando casi sin darnos cuenta corremos el riesgo de no esperar ya mucho, o tal vez nada, parece que estamos ante una repetición cansina de los ritos y escenarios que se vuelven a dar cita una y otra vez. Nos ocurrió lo mismo en la pasada Navidad: que llegaba el período del turrón y el villancico… porque sí, porque toca. Y ahora nos llega este otro período de torrija y de saeta: la Semana Santa. Pero hay una inflexión de novedad: la que cada uno de nosotros es. Lo que contemplamos desde nuestro balcón puede ser aproximadamente lo mismo, pero no así quienes lo contemplamos. Un año no pasa jamás en balde en la vida de una persona, y ésta sería la actitud más inteligente y piadosa desde la que deberíamos prepararnos para asistir a estas fechas centrales de nuestra fe. ¡Cuántas cosas nos han sucedido! No somos los mismos de hace un año. Y ésta es la novedad presente que queremos sea iluminada y acompañada por el misterio redentor de la muerte y resurrección de Jesucristo. Sólo así podremos cantar el Aleluya y las Albricias.