Muros inmisericordes - Alfa y Omega

Cuando hace dos años se celebró el 25 aniversario de la caída del Muro de Berlín, se habló mucho del decálogo de los nuevos muros discriminatorios, construidos también hoy a base de odios, miedos, vallas y alambradas. Junto al que divide las dos Coreas, el de Cisjordania levantado por Israel, el de Belfast entre las comunidades católica y protestante, y los que se levantan entre Irak tanto con Arabia Saudita como con Kuwait, el del Sahara o los muros internos tanto en Brasil como en Perú, se encuentran otros dos que por su proximidad geográfica y cultural nos deberían doler especialmente: el de nuestra frontera de Ceuta con Marruecos, y el que se levanta en casi un tercio de la frontera entre México y Estados Unidos.

Todos son vergonzosos, porque no nos creo Dios para que levantásemos parapetos que impidiesen la convivencia, la solidaridad y el encuentro entre los hombres. Estos dos últimos, que se inscriben dentro de la etiología del refugio migratorio de la miseria, tienen mucho que ver con el drama de una parte de la humanidad que se resiste con uñas y dientes a la globalización de la solidaridad y levanta el muro de la globalización de la indiferencia.

En la anunciada agenda del viaje del Papa Francisco a México que comienza este viernes, pero antes en la agenda interior de las premuras de su corazón, no falta el drama silencioso y silenciado de los peregrinos de la supervivencia entre el sur y el norte de América. Explicaba recientemente por Radio Vaticana el vicario general de Ciudad Juárez, monseñor José René Blanco, que el Papa quiere celebrar una misa en la frontera entre México y Estados Unidos, signo del rechazo al emigrante, para invitar a derribar los muros de la indiferencia, del odio y del rechazo. Y en cambio levantar, bajo la guía del Espíritu Santo, puentes de comunión, fraternidad, solidaridad y amor.

En el Año de la Misericordia, en el que se inscriben ambas agendas, la temporal y la espiritual, de este viaje del Papa, la Iglesia nos invita a todos a derribar los innumerables y a veces externamente imperceptibles muros de la indiferencia, y construir en cambio los puentes de la justicia y la convivencia.

No conociendo la misericordia de divisorias entre lo personal y lo social, lo cultural y lo político, no será misericordia acordada, es decir, conversión comunitaria del corazón, sino anhela y trabaja por derribar las ideas inmisericordes que idearon las fronteras del descarte ignominioso.