«Jesús nunca nos invitaría a ser sicarios. Nunca nos mandaría a la muerte» - Alfa y Omega

«Jesús nunca nos invitaría a ser sicarios. Nunca nos mandaría a la muerte»

Siguiendo a Jesús, dijo el Papa durante el encuentro de jóvenes celebrado en Morelia, «es cierto que quizás que no tendrán el último carro en la puerta, no tendrán los bolsillos llenos de plata, pero tendrán algo que nadie nunca podrá sacarles, que es la experiencia de sentirse amados, abrazados, acompañados», «con la frente alta, sin el carro, sin la plata, pero con la frente alta, la dignidad»

Ricardo Benjumea
Foto: REUTERS/Carlos García Rawlins

«Ustedes son la riqueza de México». Este fue uno de los grandes mensajes del Papa a los jóvenes de México, a quienes exhortó a no dejarse robar la esperanza ni la dignidad. «Entiendo que muchas veces se vuelve difícil sentirse riqueza cuando nos vemos continuamente expuestos a la pérdida de amigos o de familiares en manos del narcotráfico, de las drogas, de organizaciones criminales que siembran el terror… Es difícil sentirse la riqueza de una nación cuando no se tienen oportunidades de trabajo digno», «pero, pese a todo, no me voy a cansar de decirlo: ustedes son la riqueza de México».

Foto: CNS

Francisco respondía así a los testimonios de varios jóvenes (que escuchó, mientras tomaba notas en un bloc). «Aumentan entre nosotros las víctimas del narcotráfico, la violencia, de las adicciones la explotación de las personas», dijo uno de ellos. «Muchas familias solo han podido llorar la pérdida de sus hijos, porque la impunidad ha dado alas a quienes secuestran, estafan y matan». El encuentro se celebró ante unas 50.000 personas en el estadio José María Morelos y Pavón de Morelia. Simultáneamente, miles de jóvenes lo siguieron en directo desde la plaza San Juan Pablo II de Guadalajara.

Francisco dejó en varios momentos de lado sus papeles e improvisó buena parte de su discurso, siempre con un tono cómplice y cercano a los jóvenes. «La principal amenaza a la esperanza es cuando sentís que no le importás a nadie o que estás dejado de lado. Esa es la gran dificultad para la esperanza: cuando en una familia o en una sociedad o en una escuela o en un grupo de amigos te hacen sentir que no les importás. Y eso es duro, es doloroso, pero eso sucede, ¿o no sucede? ¿Sí o no?», preguntó el Papa. «Pero también hay otra principal amenaza a la esperanza, y es hacerte creer que empezás a ser valioso cuando te disfrazás de ropas, marcas de último grito de la moda, o cuando te volvés prestigio, importante por tener dinero, pero, en el fondo, tu corazón no cree que seas digno de cariño, digno de amor y eso tu corazón lo intuye».

Foto: AFP Photo/Alfredo Estrella

Volviendo a los grandes problemas de la juventud mexicana, el Papa insistió en que «es mentira que la única forma de vivir, de poder ser joven es dejando la vida en manos del narcotráfico o de todos aquellos que lo único que están haciendo es sembrar destrucción y muerte. Eso es mentira y lo decimos de la mano de Jesús». «Es mentira que la única forma que tienen de vivir los jóvenes aquí es la pobreza la marginación; en la marginación de oportunidades, en la marginación de espacios, en la marginación de la capacitación y educación, en la marginación de la esperanza».

«Son las ambiciones ajenas las que a ustedes los marginan, para usarlos en todas estas cosas que yo dije, que saben, y que terminan en la destrucción. Y el único que me puede tener bien fuerte de la mano es Jesucristo. De la mano de Jesús, «Es cierto que quizás que no tendrán el último carro en la puerta, no tendrán los bolsillos llenos de plata, pero tendrán algo que nadie nunca podrá sacarles, que es la experiencia de sentirse amados, abrazados, acompañados. Es el encanto de disfrutar del encuentro, el encanto de soñar en el encuentro de todos. Es la experiencia de sentirse familia, de sentirse comunidad. Y es la experiencia de poder mirar al mundo a la cara, con la frente alta, sin el carro, sin la plata, pero con la frente alta, la dignidad».

Al término del encuentro, el Papa bendijo la Cruz Misionera, que entregó a los jóvenes, representantes de las 93 diócesis de México.

Discurso del Papa

Buenas tardes a ustedes, jóvenes de México que están aquí, que están mirando por televisión, que están escuchando, y quiero enviar un saludo y una bendición a los miles de jóvenes que, en la arquidiócesis de Guadalajara, están reunidos en la plaza San Juan Pablo II siguiendo lo que está pasando aquí, y como ellos, tantos otros, pero me mandaron a avisar que eran miles y miles allí ya reunidos escuchando. Así que somos dos estadios: la plaza Juan Pablo de Guadalajara y nosotros aquí, y después, tantos otros por todos lados.

Yo conocía las inquietudes de ustedes porque me habían hecho llegar el borrador de lo que más o menos iban a decir. Es verdad, ¡para qué les voy a mentir! Pero a medida que hablaban también iba tomando nota de cosas que me parecían importantes para que no quedaran en el aire, si no aparecen en lo que yo resumí de lo que ustedes me habían dicho y como respuesta.

Les cuento que, cuando llegué a esta tierra, fui recibido con una calurosa bienvenida, y pude constatar ahí mismo algo que sabía desde hace tiempo: la vitalidad, la alegría, el espíritu festivo del pueblo mexicano.

«Ahorita»…, después de escucharlos, pero especialmente después de verlos, constato nuevamente otra certeza, algo que le dije al Presidente de la Nación en mi primer saludo. Uno de los mayores tesoros de esta tierra mexicana tiene rostro joven, son sus jóvenes. Sí, son ustedes la riqueza de esta tierra. ¡Cuidado! no dije la esperanza de esta tierra, dije: «Su riqueza».

La esperanza amordazada

La montaña puede tener minerales ricos que van a servir para el progreso de la humanidad, es su riqueza, pero esa riqueza hay que transformarla en esperanza con el trabajo como hacen los mineros cuando van sacando esos minerales. Ustedes son la riqueza, hay que transformarla en esperanza. Y Daniela al final echó un desafío y además, también nos dio la pista sobre la esperanza, pero todos los que hablaron cuando marcaban las dificultades, las cosas que pasaban afirmaban una verdad muy grande que «todos podemos vivir pero no podemos vivir sin esperanza».

Sentir el mañana. No podemos sentir el mañana si uno primero uno no logra valorarse, si no logra sentir que su vida, sus manos, su historia vale la pena. Sentir eso que Alberto decía que «con mis manos, con mi corazón y con mi mente puedo construir esperanza; si yo no siento eso la esperanza no podrá entrar en mi corazón».

La esperanza nace cuando se puede experimentar que no todo está perdido, y para eso es necesario el ejercicio de empezar «por casa», empezar por sí mismo. No todo está perdido. No estoy perdido, yo valgo, y yo valgo mucho. Les pido silencio ahora, cada uno se contesta en su corazón: ¿Es verdad que no todo está perdido? ¿Yo estoy perdido o estoy perdida? ¿Yo valgo? ¿Valgo poco, valgo mucho?

La principal amenaza a la esperanza son los discursos que te desvalorizan, te van como chupando el valor y terminás como caído, ¿no es cierto?, como arrugado con el corazón triste, discursos que te hacen sentir de segunda, sino de cuarta. La principal amenaza a la esperanza es cuando sentís que no le importás a nadie o que estás dejado de lado. Esa es la gran dificultad para la esperanza: cuando en una familia o en una sociedad o en una escuela o en un grupo de amigos te hacen sentir que no les importás. Y eso es duro, es doloroso, pero eso sucede, ¿o no sucede? ¿Sí o no? (Responden: sí) ¡Sucede! Eso mata, eso nos aniquila y esa es la puerta de ingreso a para tanto dolor.

Pero también hay otra principal amenaza a la esperanza –a la esperanza de que esa riqueza, que son ustedes, crezca y de su fruto– y es hacerte creer que empezás a ser valioso cuando te disfrazás de ropas, marcas de último grito de la moda, o cuando te volvés prestigio, importante por tener dinero, pero, en el fondo, tu corazón no cree que seas digno de cariño, digno de amor y eso tu corazón lo intuye. La esperanza está amordazada por lo que te hacen creer, no te la dejan surgir. La principal amenaza es cuando uno siente que tiene que tener plata para comprar todo, incluso el cariño de los demás. La principal amenaza es creer que por tener un gran «carro» sos feliz. ¿Es verdad esto que por tener un gran carro sos feliz? (Responden: No)

La riqueza de la Iglesia

Ustedes son la riqueza de México, ustedes son la riqueza de la Iglesia. Permítanme que les diga una frase de mi tierra: «No les estoy sobando el lomo». ¡No los estoy adulando! Y entiendo que muchas veces se vuelve difícil sentirse la riqueza cuando nos vemos continuamente expuestos a la pérdida de amigos o de familiares en manos del narcotráfico, de las drogas, de organizaciones criminales que siembran el terror. Es difícil sentirse la riqueza de una nación cuando no se tienen oportunidades de trabajo digno –Alberto, lo expresaste claramente– posibilidades de estudio y capacitación, cuando no se sienten reconocidos los derechos que después terminan impulsándolos a situaciones límites. Es difícil sentirse la riqueza de un lugar cuando, por ser jóvenes, se los usa para fines mezquinos seduciéndolos con promesas que al final no son tales reales, son pompas de jabón. Y es difícil sentirse ricos así. La riqueza la llevan adentro y la esperanza la llevan adentro pero no es fácil, por todo esto que les estoy diciendo, que es lo que dijeron ustedes: faltan oportunidades de trabajo y de estudio, dijeron Roberto y Alberto.

Pero, pese a todo, esto no me voy a cansar de decirlo: ustedes son la riqueza de México.

«Atrévanse a soñar»

Roberto, vos dijiste una frase que, o se me escapó cuando leí tu apunte, o… pero que quiero detenerme. Vos hablaste que perdiste algo, y no dijiste: «Perdí el celular, perdí la billetera con plata, perdí el tren porque llegué tarde». Dijiste: «Perdimos el encanto de disfrutar del encuentro». Perdimos el encanto de caminar juntos, perdimos el encanto de soñar juntos y para que esta riqueza, movida por la esperanza vaya adelante, hay que caminar juntos, hay que encontrarse, hay que soñar. ¡No pierdan el encanto de soñar! ¡Atrévanse a soñar! Soñar, que no es lo mismo que ser dormilones, eso no, ¿eh?

Y no crean que les digo esto de que ustedes son la riqueza de México y que esa riqueza con la esperanza va adelante porque soy bueno, o porque la tengo clara, no queridos amigos, no es así. Les digo esto y estoy convencido. ¿Y saben por qué? Porque, como ustedes, creo en Jesucristo. Y creo que Daniela fue muy fuerte cuando nos habló de esto.

Yo creo en Jesucristo, y por eso les digo esto. Él es quien renueva continuamente en mí la esperanza, es Él quien renueve continuamente mi mirada. Es Él quien despierta en mí, o sea, en cada uno de nosotros el encanto de disfrutar, el encanto de soñar, el encanto de trabajar juntos. Es Él quien continuamente me invita a convertir el corazón.

Sí, amigos míos, les digo esto porque en Jesús yo encontré a Aquel que es capaz de encender lo mejor de mí mismo. Y es de su mano que podamos hacer camino, es de su mano que una y otra vez podamos volver a empezar, es de su mano que podamos a decir:

La escuchoterapia

Es mentira que la única forma de vivir, de poder ser joven es dejando la vida en manos del narcotráfico o de todos aquellos que lo único que están haciendo es sembrar destrucción y muerte. Eso es mentira y lo decimos de la mano de Jesús. Es también de la mano de Jesús, de Jesucristo el Señor que podemos decir que es mentira que la única forma que tienen de vivir los jóvenes aquí es la pobreza la marginación; en la marginación de oportunidades, en la marginación de espacios, en la marginación de la capacitación y educación, en la marginación de la esperanza. Es Jesucristo el que desmiente todos los intentos de hacerlos inútiles, o meros mercenarios de ambiciones ajenas. Son las ambiciones ajenas las que a ustedes los marginan, para usarlos en todas estas cosas que yo dije, que saben, y que terminan en la destrucción. Y el único que me puede tener bien fuerte de la mano es Jesucristo, Él hace que ésta riqueza se transforme en esperanza.

Me han pedido una palabra de esperanza, la que tengo para decirles, la que está en la base de todo, se llama Jesucristo. Cuando todo parezca pesado, cuando parezca que se nos viene el mundo encima, abracen su cruz, abrácenlo a Él y, por favor, nunca se suelten de su mano aunque los esté llevando adelante arrastrando, y si se caen una vez, déjense levantar por Él. Los alpinistas tienen una canción muy linda, que a mí me gusta repetírsela a los jóvenes –mientras suben van cantando–: «En el arte de ascender el triunfo no está en no caer sino en no permanecer caído». Ese es el arte, y ¿quién es el único que te puede agarrar de la mano para que no permanezcas caído: Jesucristo, el único. Jesucristo que, a veces, te manda un hermano para que te hable y te ayude. No escondas tu mano cuando estás caído, no le digas: «No me mires que estoy embarrado o embarrada. No me mires que ya no tengo remedio». Solamente, dejáte agarrar la mano y agarráte a esa mano, y la riqueza que tenés adentro, sucia, embarrada, dada por perdida va a empezar, a través de la esperanza, a dar su fruto pero siempre agarrado de la mano de Jesucristo.

Ese es el camino, no se olviden: «En el arte de ascender el triunfo no está en no caer sino en no permanecer caído». ¡No se permitan permanecer caídos! ¡Nunca! ¿De acuerdo! Y si ven un amigo o una amiga que se pegó un resbalón en la vida y se cayó, andá y ofrecéle la mano pero ofrecésela con dignidad. Ponéte al lado de él, al lado de ella, escuchálo. No le digas: «Te traigo la receta». No, como amigo, despacito, dale fuerza con tus palabras, dale fuerza con la escucha, esa medicina que se va olvidando: la escuchoterapia. Dejálo hablar, dejalo que te cuente, y entonces poquito a poco te va ir extendiendo la mano y vos lo vas a ayudar en nombre de Jesucristo. Pero si vas de golpe y el empezás a predicar y a darle y a darle, pues pobrecito lo vas a dejar peor que como estaba. ¿Está claro? (Responden: Sí).

«No se dejen tratar como mercancía»

Nunca se suelten de la mano de Jesucristo, nunca se aparten de Él; y si se apartan, se levantan y sigan adelante, Él comprende lo que son estas cosas. Porque de la mano de Jesucristo es posible vivir a fondo, de su mano es posible creer que la vida vale la pena, que vale la pena dar lo mejor de sí, ser fermento, ser sal y luz en medio de los amigos, en medio del barrios, de su en medio de la comunidad, en medio de la familia.

Después, Rosario, voy a hablar un poquito de esto que vos dijiste de la familia. En medio de la familia. Por eso esto, queridos amigos, de la mano de Jesús les pido que no se dejen excluir, no se dejen desvalorizar, no se dejen tratar como mercancía. Jesús nos dio un consejo para esto, para no dejarnos excluir, para no dejarnos desvalorizar, para no dejarnos tratar como una mercancía: «Sean astutos como serpientes y humildes como palomas». Las dos virtudes juntas. A los jóvenes viveza no les falta, a veces, les falta la astucia para que no sean ingenuos. Las dos cosas: astutos pero sencillos, bondadosos.

Es cierto que, por este camino, quizás que no tendrán el último carro en la puerta, no tendrán los bolsillos llenos de plata, pero tendrán algo que nadie nunca podrá sacarles, que es la experiencia de sentirse amados, abrazados, acompañados. Es el encanto de disfrutar del encuentro, el encanto de soñar en el encuentro de todos. Es la experiencia de sentirse familia, de sentirse comunidad. Y es la experiencia de poder mirar al mundo a la cara, con la frente alta, sin el carro, sin la plata, pero con la frente alta, la dignidad.

Riqueza, esperanza y dignidad

Tres palabras que las vamos a repetir: riqueza –porque se la dieron–; esperanza – porque queremos abrirnos a la esperanza-; dignidad. Repetimos: riqueza, esperanza y dignidad.

La riqueza que Dios les dio a ustedes. Ustedes son la riqueza de México. La esperanza que les da Jesucristo y la dignidad que les da el no dejarse «sobar el lomo» y ser mercadería para los bolsillos de otros.

Hoy el Señor los sigue llamando, los sigue convocando, al igual que lo hizo con el indio Juan Diego. Los invita a construir un santuario. Un santuario que no es un lugar físico, sino una comunidad, un santuario llamado parroquia, un santuario llamado nación. La comunidad, la familia, el sentirnos ciudadanos, es uno de los principales antídotos contra todo lo que nos amenaza, porque nos hace sentir parte de esta gran familia de Dios. No para refugiarnos, no para encerrarnos, para escaparnos de las amenazas de la vida o de los desafíos, al contrario, para salir a invitar a otros; para salir a anunciar a otros que ser joven en México es la mayor riqueza y por lo tanto, no puede ser sacrificada. Y porque riqueza es capaz de tener esperanza y no da dignidad.

Otra vez las tres palabras: riqueza, esperanza y dignidad. Pero riqueza, esa que Dios nos dio y que tenemos que hacer crecer.

Jesús, el que nos da la esperanza, nunca nos invitaría a ser sicarios, sino que nos llama discípulos, nos llama amigos. Él Jesús nunca nos mandaría al muere, sino que todo en Él es invitación a la vida. Una vida en familia, una vida en comunidad; una familia y una comunidad a favor de la sociedad. Y aquí, Rosario, retomo lo que vos dijiste, una cosa tan linda: «En la familia se aprende cercanía». Se aprende solidaridad, se aprende a compartir, a discernir, a llevar adelante los problemas unos de otros, a pelearse y a arreglarse, a discutir y a abrazarse y a besarse, la familia es la primera escuela de la nación, y en la familia está esa riqueza que tienen ustedes.

La familia es como quien custodia esa riqueza, en la familia van a encontrar esperanza porque está Jesús y en la familia van a tener dignidad. Nunca, nunca dejen de lado la familia, la familia es la piedra de base de la construcción de una gran nación. Ustedes son riqueza, tienen esperanza y sueñan. También Rosario habló de soñar. ¿Ustedes sueñan con tener una familia? (Responden: Sí)

Queridos hermanos, ustedes son la riqueza de este país y, cuando duden de eso, miren a Jesucristo, que es la esperanza, el que desmiente todos los intentos de hacerlos inútiles, o meros mercenarios de ambiciones ajenas

Les agradezco este encuentro y les pido que recen por mí. Gracias. Los invito a rezar juntos a Nuestra Madre de Guadalupe y a pedirle que nos haga conscientes de la riqueza que Dios nos dio, que nos haga crecer en nosotros, en nuestro corazón, la esperanza en Jesucristo y que andemos por la vida con dignidad de cristianos.

Testimonios de los jóvenes

La familia que queremos

Querido Papa Francisco, reciba en primer lugar un fuerte y cariñoso abrazo de todos los jóvenes mexicanos. Somos portadores de un sencillo mensaje. Su visita representa para nosotros un signo de aliento y luz para el caminar de nuestro pueblo mexicano, necesitamos de su palabra.

Santo Padre, para nosotros jóvenes mexicanos la familia tiene aún gran trascendencia pues es el signo más directo y palpable del amor, la cercanía, la solidaridad, es la escuela para la vida, en ella aprendemos costumbres, hábitos, ideas que nos van formado y van construyendo nuestra personalidad, aprendemos a distinguir lo bueno y lo malo, a compartir las alegrías y también los momentos difíciles, a resolver los problemas, siempre sintiéndonos parte de una comunidad.

Sin embargo, nos duelen profundamente tantas realidades que hoy afectan a nuestras familias. Nos duele ver cómo para muchos es más importante las cosas materiales que la persona misma; la palabra amor cuesta trabajo pronunciarse, se ofrecen cosas pero falta el abrazo que brinda apapacho y seguridad, el regaño que implica preocupación, el trabajo común que genera respeto y admiración, el compartir sueños que genera identidad y pertenencia… ¿Cómo recuperar el sentido verdadero de la familia? ¿Cómo ir venciendo los paradigmas de un sistema que nos envuelve?

Papa Francisco hoy los jóvenes mexicanos vivimos realidades que son verdaderamente encrucijadas: Una mala educación sexual, la influencia de los medios de comunicación, una profunda carencia afectiva, miedo al compromiso con la otra persona ¿Cómo favorecer que los jóvenes valoremos nuestra persona? ¿Cómo recuperar el sueño de formar una familia?

Los jóvenes mexicanos soñamos con tener una familia, sí… queremos seguir soñando y confiamos en que con familias viviendo el amor podremos generar una sociedad misericordiosa.

La paz que añoramos

Santo Padre estamos muy contentos de que esté entre nosotros como mensajero de paz y de reconciliación. Soy uno de los más de 30 millones de jóvenes que en este país queremos vivir en paz. Muchos estudiamos con el afán de hacer posible el desarrollo. Otros trabajamos de manera honesta para colaborar con el sustento de nuestras familias. Provenimos de múltiples tradiciones culturales, pero todos queremos ser portadores de vida y de reconciliación. Intentamos que la sociedad nos mire, y aproveche el potencial que tenemos en la mente, en el corazón y en nuestras manos para crear una cultura de igualdad y de respeto. En las parroquias formamos comunidades creyentes que revitalizan la evangelización, gozamos de la celebración de la fe, escuchamos el grito de nuestros hermanos y convertimos nuestro corazón hacia ellos para vivir el amor que nos mandó Jesucristo y gozar de la paz que nos donó para hacer posible el perdón y la fraternidad.

Santo Padre, me duele compartir con usted que en diferentes puntos de país faltan oportunidades de preparación profesional y de trabajo. Algunos jóvenes somos atrapados por la desesperación y nos dejamos llevar por la avaricia, la corrupción y las promesas de una vida intensa y fácil, pero al margen de la legalidad. Aumentan entre nosotros las víctimas del narcotráfico, la violencia, de las adicciones y la explotación de personas. Muchas familias solo han podido llorar la pérdida de sus hijos, porque la impunidad ha dado alas a quienes secuestran, estafan y matan. En medio de todo esto la paz es un don que seguimos anhelando. Santo Padre, queremos ser constructores de la paz ¿cómo lograrlo? Deseamos que nuestros seres queridos no sean afectados por la violencia ¿Cuál sería el camino?

Como católicos queremos recibir la paz de Cristo y ser sus mensajeros como Usted ¿Cómo lograrlo en nuestras parroquias? Le agradezco su presencia, su palabra y su consuelo.

El Compromiso que asumimos

Papa Francisco, su presencia nos impulsa a emprender una vida de más compromiso. Son muchos los fenómenos que nos envuelven y condicionan a los jóvenes de México. Tenemos cosas favorables, pero también otras, nada favorables. Hay realidades que nos condicionan más allá de nuestra voluntad, pero igual hay otras que, si nos aplicamos, pueden ser diferentes.

Santo Padre nos alegra que hoy muchos más jóvenes podemos aspirar a una carrera profesional, pero a la vez nos desanima que el país no nos da la misma oportunidad para luego realizarnos en el ejercicio de una profesión. Nos lástima la violencia, debido a la cual muchos de nosotros hemos sido lastimados o lastimadas, de uno u otro modo. Cada día crece el acceso a las redes de nuevas tecnologías de comunicación, sin embargo, reconocemos que en el afán de entrar en este mundo nuevo hemos perdido el encanto de ver, escuchar y disfrutar de la presencia del que está a nuestro lado o del que quiere caminar con nosotros; y todavía peor, descuidamos al que necesita ser escuchado. Permitimos que muchos se alejen y se pierdan por no saber estar con ellos.

Santo Padre, cada día crece más la sensación de inconformidad por el momento que estamos viviendo en México, pero también es urgente que entendamos que gran parte de la solución está en nuestras manos. Por eso hoy los jóvenes queremos comprometernos: Primero, a vencer la tibieza y los conformismos. Segundo, a vencer los miedos, que nos acobardan y nos impiden enfrentar la vida. Y, finalmente nos comprometemos a pensar más allá de nuestras circunstancias individuales. Solo así podemos ser jóvenes en salida, como usted lo pide.

Papa Francisco, usted nos ha enseñado que ni la tibieza, ni los miedos, ni el individualismo, son acordes al evangelio. Y nosotros queremos ser jóvenes con espíritu evangélico. Ruegue por México, ruegue por nosotros.

La Esperanza que necesitamos

Querido Santo Padre, finalmente quiero decir algo que, estoy segura, está en el corazón de todos los jóvenes mexicanos y también de todos los jóvenes latinoamericanos,

Muchas veces, como jóvenes mexicanos hemos escuchado: «Ustedes son la Esperanza para un futuro mejor», «Ustedes son portadores y peregrinos de esperanza». Nos han dicho: «Jóvenes, la Iglesia los ve con esperanza, porque representan un enorme potencial para el presente y el futuro de la evangelización». Sin embargo, también en nuestro corazón constantemente surge una pregunta ¿Y quién nos da esperanza a nosotros? ¿De dónde agarrarnos para tener esperanza?

La respuesta nos viene como de golpe inmediatamente a nuestra mente y nuestro corazón: ¡Cristo Jesús!, ¡Solo el Señor Jesús es fuente verdadera de Esperanza!; Él es nuestro Amigo, nuestro hermano, Él es el Dios con nosotros, Él es nuestro Camino, Él es la Verdad, Él es la Vida Plena… solo en Él podemos tener verdadera Esperanza.

Querido Papa Francisco, tú eres en verdad un ¡amigo cercano! Eres nuestro ¡padre y pastor! Eres el ¡hermano mayor! ¡Eres nuestro, pues eres latinoamericano y conoces muy bien el corazón de los jóvenes latinoamericanos! Sabes que hay muchas cosas que no se pueden decir con palabras… En ti vemos el rostro de Cristo, el Cristo cercano a los pobres, a los más necesitados.

Hoy los jóvenes de México vemos en ti el rostro de la esperanza que necesitamos… Hoy nosotros te necesitamos a ti, tú eres la esperanza que nos anima, en ti vemos la Iglesia en la que si creemos.

Santo Padre hoy México necesita creer, necesitamos confiar, por favor. ¡Fortalécenos en nuestra esperanza! ¡Te amamos! ¡No cambies! Eres el reflejo de la alegría del Evangelio. Gracias por estar aquí.