La trama de lo cotidiano - Alfa y Omega

La trama de lo cotidiano

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
‘Ubuntu 5’, de Lucía Rueda. Foto: Dominicos

La exposición Silencios es la nueva apuesta del Atrio de los Gentiles de los dominicos, con la que la Orden de Predicadores ofrece su aportación al diálogo fe-cultura, y a la búsqueda de la verdad utilizando diversos lenguajes culturales. Hasta el 27 de febrero, en el Centro Joaquín Roncal, de Zaragoza, Silencios presenta una colección de obras de artistas españoles contemporáneos que gira en torno al silencio en sus diferentes manifestaciones: silencio para ser, la soledad, las injusticias silenciadas, el silencio cotidiano, la falta de comunicación, el silencio como condición indispensable para escuchar, el silencio contemplativo, el silencio de Dios, el equilibrio entre el tiempo para callar y el tiempo para hablar… Como señala Xabier Gómez, comisario de la exposición, Silencios «reúne voces y lenguajes diferentes para romper silencios en unos casos, y devolvernos a la fertilidad del silencio en otros. En un tiempo indolente, cuando muchos reducen la cultura a espectáculo, se pervierten palabras y mensajes al servicio de intereses que reniegan de la veracidad, no queremos espectadores pasivos, sino favorecer búsquedas por las verdades, por lo auténtico. Es en la trama de lo cotidiano donde se decide lo fundamental».

En su obra Sarkòomai, el dominico Félix Hernández utiliza su propio cuerpo: «carne que se plasma sobre el lienzo, colores cargados de la densidad de lo humano, que registran las texturas de la piel y la carne, para mostrar el silencio interior, silencio lleno de vida, soledad, silencio sufriente…».

En La catedral del silencio, Jesús Gazol ha querido mostrar también su propia experiencia de silencio, recreando «el sonido profundo y calmado del corazón, cuando quizás el ruido del día a día es la excusa perfecta para no escucharme».

En Silence, Carlos Maté y Elena Urucatu desarrollan una performance en la que en una sala a oscuras, un personaje escribe con tinta negra sobre una hoja del mismo color, y quema todo después. Un padecimiento similar al del Señor en el Huerto de los Olivos, que sugiere a Félix Hernández su Getsemaní interior.

Como contraste, la rica tonalidad de las obras de Lucía Rueda enseña que cada color brilla «porque está en referencia con otros. Así está hecha la vida: cada uno de nosotros es especial y único, tan diferentes somos a veces, pero al mismo tiempo tan complementarios y dependientes unos de otros. ¿No será que hasta que no andemos tratando de reanimar a aquella persona que está jodida aquí y allí, tampoco los demás podemos vivirnos libres y felices?», se lee en el catálogo de la exposición. «¿No será que nos pasa como con los colores, que necesitamos todos de todos para estar realmente enteros, despiertos y vivos?».