ARCO, el gran bazar - Alfa y Omega

ARCO, el gran bazar

Javier Alonso Sandoica
Foto: EFE

Acaba de arrancar ARCOmadrid 2016, que no es solo una feria de vanidades sino, digamos, un mercado sin disciplina, porque allí abundan cosas muy valiosas cerca de las imperdonables. Dulcamara, ese personaje maravilloso de El elixir de amor de Donizetti, pretendía vender vino de Burdeos como si fuera el tónico del enamoramiento, y le ponía un precio disparatado por si caían los pobres incautos. En el mundo del arte, Dulcamara se mueve con facilidad.

Acabo de leer Mierda y catástrofe (con perdón) de Fernando Castro Flórez (Editorial Fórcola). Fernando conoce bien lo que cuenta, ya que es crítico de arte y profesor de Estética en la Universidad Autónoma de Madrid. Dice que los coleccionistas se han hecho con la definición de lo que es arte y de lo que no lo es. Uno de esos prebostes, el famoso Charles Saatchi, está convencido de que no hay reglas para invertir en el mundo del arte contemporáneo. No existen normas, atención. No existe nada más que la decisión de un tipo que pone precio a un cuadro o a una performance, y aquello entra en una cuarta dimensión.

El filósofo Zygmunt Bauman ha explicado muy bien en sus libros la cultura del consumo, «un máximo impacto y una obsolescencia instantánea». Con que un tipo esté al corriente de las estrategias comunicativas y tenga pocos escrúpulos, generará una tendencia. Pero ARCO, como gran bazar, es también ocasión de descubrir esa belleza que apunta más allá de sí misma y le roba al Cielo su misterio.

Hay un bellísimo poema del Nobel de Literatura Tomas Tranströmer en el que cuenta los sucesivos actos de fe que realiza el ser humano durante su existencia: que el coche te sostenga durante el viaje, que el telegrama de la desgracia nunca llegue…, pero dice que la verdadera confianza es la que llega con el arte, porque la belleza pasa el testigo a otra realidad, «y nos acompaña un trecho en el camino hacia allí. Como cuando la luz se apaga en la escalera y la mano sigue –con confianza– el ciego pasamanos que descubre el camino en la oscuridad».

Hay una realidad cierta en toda expresión artística, una construcción, un orden, que la razón humana puede descubrir con humildad, adivinando la gramática que allí se oculta. Si el espectador de ARCO quiere tirarse a la facilidad de las impresiones, se lo pasará bien, pero si quiere entrar en la espesura del misterio, tendrá que aguzar la mirada.