Casa Belén, un centro asistencial para indigentes - Alfa y Omega

Está cumpliendo ya diez años Casa Belén, un centro asistencial para indigentes situado en la que, hace unos años, era la zona roja de Tegucigalpa: el Zonal Belén.

Es una casa sencilla de dos plantas con un pequeño patio en su interior. Ha sido adaptada para dar servicio a las personas que deambulan por las calles golpeadas por la dureza de la vida y que han encontrado en el alcohol o en las drogas un escape, un alivio, ante tanta dificultad que la vida les presenta. Muchos años estancadas en la misma situación las ha ido deteriorando en todos los aspectos. Viven, sobreviven y malviven. Resisten y aguantan.

En la casa hay un almuerzo todos los días, un punto fundamental para la vida, y unas duchas, no menos importantes. Es un lugar de encuentro. Hay también un centro de alcohólicos anónimos con sus charlas y su dinámica, un psicólogo y asistencia médica. Un auténtico refugio-oasis para llegar cada día y no perder la oportunidad. Allí se puede hacer un alto en el camino y compartir con otros la monotonía de la existencia, hasta si llega el caso, bromear y reírse algo.

Al salir hay que buscarse la vida: llevar bultos en el mercado, rebuscarse alguna chatarra para vender en los contenedores de basura, hacer alguna picardía si llega la oportunidad y agarrar algo a alguien distraído…

Viven sin su familia, no supieron ni pudieron mantenerse y conservarla. Demasiados problemas para seguir juntos.

Los sábados hay lectio divina. Se lee el Evangelio, con el que conectan de maravilla, y se intenta hacer vida. Salen los problemas y se comparten. Se piensa juntos para que enraíce, se hace oración y familia. Una comunidad como se puede. Un respiro divino en la maltratada existencia.

La semana pasada se le quemó la casa a don Alejandro que, ya en Casa Belén, se había recuperado de su alcoholismo. Era de madera y por cualquier descuido vino la ruina. Dos minutos y todo desaparece presa del fuego. Es de madera de pino seca, llena de resina. Visto y no visto. Los bomberos siempre llegan tarde. Es sencillamente imposible.

Han sugerido hacer una colecta entre todos, son 34. Uno de ellos ha pasado su gorra y han juntado 146 lempiras, unos seis euros. Ya han quedado en cómo hacérselo llegar a don Alejandro. ¡Qué alegría produce el compartir lo poco que se tiene y tanto que cuesta lograrlo! Sabe sencillamente a Evangelio.

Ramón, amigo y sacerdote, es el que, con la ayuda de Dios y de mucha gente, lo está haciendo posible. Vida para seguir compartiendo.