Vivan los novios - Alfa y Omega

Vivan los novios

Javier Alonso Sandoica
Foto: ABC

Ayer se cumplían cien años del día en que Zenobia Camprubí se casaba con aquel poeta adusto de Moguer, a quien pocos se atrevían a llevar la contraria, Juan Ramón Jiménez. Sé que es una efeméride inusual, porque nadie repasa estas cosas intermedias que suceden en la vida. Además nuestros tiempos son cada vez más olvidadizos y llevamos una memoria de corto recorrido. Pero en el caso de nuestro poeta, su matrimonio marcó el itinerario de una vida personal feliz y al tiempo un nuevo estilo de escritura lírica. Yo, que soy un agradecido irredento con quienes me hacen bien con sus letras, aproveché una estancia en Nueva York para peregrinar hasta la iglesia de San Esteban, donde tuvo lugar la boda. Fue una mañana para el olvido, llovía violentamente, apenas se veía el trazado de las calles desiertas y, para colmo de males, la iglesia estaba cerrada. En las escaleras del templo dejé mi oración y me volví con mi edición de los Sonetos espirituales empapada y casi inútil.

Se dice que nadie en el mundo tuvo la osadía de pedir matrimonio con tanta velocidad. Juan Ramón frecuentaba en Madrid una residencia en la que poetas y artistas eran invitados con frecuencia para dar conferencias. Allí oyó la risa de Zenobia, y se dice que nada más verla le pidió seriamente matrimonio, y Zenobia respondió con su risa, con esa risa franca que enloquecía al poeta.

De aquel periodo nace uno los libros de poemas más extraordinarios de nuestra literatura, Diario de un poeta recién casado, compuesto en verso y prosa poética. Aquí el poeta abandona su pertinaz melancolía y le nace un estilo lleno de sorpresas, como si el amor de Zenobia le hubiera abierto los ojos a un mundo transfigurado. En aquel poemario hay sitio para las estrellas, el mar, el cielo, el amor, el milagro cotidiano, el poeta ya no está solo ni se mira solo a sí. Como a todo ser humano a quien se le da la mano, es capaz de llegar aún más lejos. «Ni más nuevo, al ir, ni más lejos; más hondo. Nunca más diferente, más alto siempre».

El poeta rompe con el verso y la rima, porque cuando irrumpe una novedad tan extraordinaria en la propia vida, revientan las costuras de lo que hasta entonces se llevaba bien atado. Un libro muy posterior, De ríos que se van, escrito entre 1951 y 1954, lleva una maravillosa dedicatoria a Zenobia: «A mi mujer, por la esencia de su alma ya vista».