A los consagrados hay que animarlos mucho - Alfa y Omega

A los consagrados hay que animarlos mucho

Joaquín Martín Abad

El pasado 25 de junio, me tocó en gracia poder saludar al Papa Francisco durante la audiencia del último miércoles antes del descanso estival, con ocasión de la peregrinación a Roma de nuestra archidiócesis para culminar así la Misión Madrid. Fui presentado como Vicario episcopal para la Vida Consagrada y, por eso, quise agradecer al Santo Padre que dedicara en la Iglesia universal este año largo, desde el 30 de noviembre de 2014 hasta el 2 de febrero de 2016, a la Vida Consagrada. Y, a continuación, el Papa me dijo: «A los consagrados hay que animarlos mucho». Me llegó hasta dentro esta frase sintética. Porque está entre otras finalidades de la dedicación de este Año en toda la Iglesia.

Si ahora comparto esta pequeña intimidad es para extender a todos la indicación del Santo Padre. Porque si lo dijo a uno, tan espontáneamente, puede llegar a otros, participadamente.

A los consagrados: miembros de institutos religiosos y seculares, de sociedades de vida apostólica, de nuevas formas de vida consagrada, tanto de varones como de mujeres, eremitas y vírgenes seglares consagradas. La vida consagrada, contemplativa o activa, es una multitud de hermanos y hermanas que pertenecen indiscutiblemente a la santidad de la Iglesia.

Hay que: es decir, todos tenemos ese deber o cumplimiento en este Año, y, por tanto, siempre. A todos los miembros de la Iglesia nos incumbe: el crecimiento de las vocaciones a la vida consagrada; su fidelidad a espiritualidad, carisma y misión; el desarrollo de su actividad apostólica, de quienes en la clausura o en medio del mundo adelantan el amor de la Resurrección, por la profesión que hicieron con votos y compromisos sobre los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia.

Animarlos: el ánimo (valor, esfuerzo y energía) significa el alma o espíritu en cuanto es principio de actividad humana, en este caso cristiana, religiosa y consagrada; animar es infundir energía moral, ex-citar a una acción, dar movimiento, calor y vida a un concurso de gentes. El ánimo, que se recibe del Espíritu Santo, quien nos hace espirituales capaces de Dios, se ejercita no sólo por la virtud personal, sino también por la ayuda y colaboración comunitaria. A toda la Iglesia nos atañe animar, de modo singular en este Año, a todos los consagrados: para que no pierdan el ánimo, sino que lo mantengan, y para que, a su vez, nos animen con su propia identidad, ejemplo de vida y testimonio de amor, a todos. Me impresionó esta coincidencia entre nuestro arzobispo Carlos y el Papa Francisco, cuando en la homilía de apertura expresó en la catedral, ante una representación tan numerosa y cualificada de institutos y sus miembros, que «la vida consagrada es en sí misma manifestación del Espíritu».

Mucho: con abundancia, en alto grado, en gran número o cantidad, más de lo regular, ordinario o preciso. No se trata, pues, de algo o de poca cosa, ni sólo a un pequeño número o grupo, sino de modo extraordinario y cuanto más.

El Papa Francisco extendió de golpe, en una sola frase de pocas palabras, el alcance de este Año, a la vez, a lo ancho y a lo profundo.