12 de marzo: san Inocencio I, el primer Papa que fue hijo de otro Papa - Alfa y Omega

12 de marzo: san Inocencio I, el primer Papa que fue hijo de otro Papa

Inocencio I protegió al pueblo cuando Roma fue invadida por los visigodos. Santos y obispos de todo el mundo le tuvieron como referencia en sus disputas teológicas

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
'San Inocencio I'. Calcografía de Giovanni Battista Cavalieri. Biblioteca Municipal de Trento (Italia).
San Inocencio I. Calcografía de Giovanni Battista Cavalieri. Biblioteca Municipal de Trento (Italia).

Inocencio, el cuadragésimo Papa de la Iglesia católica, heredó la sede de Pedro de su mismo padre, el Papa Anastasio I, según afirma san Jerónimo en su biografía. No se trata del único caso en la historia, pues un siglo después Silverio sucedió a su padre, Hormisdas, y poco antes del año 1.000 Juan XI relevó a Sergio III, de quien era hijo ilegítimo. En los dos primeros casos, los padres fueron elegidos Pontífices cuando ya habían formado una familia y se hallaban ya en su madurez; el tercero fue resultado de un comportamiento inapropiado del Papa Sergio con una cortesana romana.

Natural de Albano, en la región italiana del Lazio, poco se sabe de la vida de Inocencio antes de su elección al pontificado el 22 de diciembre del año 401, tras la muerte de su padre. En ese entonces el Imperio romano se enfrentaba a la incontenible presión de los bárbaros sobre sus fronteras, mientras que la Iglesia se hallaba también amenazada en su interior por las herejías. Todo ello fue gestionado por el Papa Inocencio con guante blanco y mano enérgica, y así lo atestigua la historia.

Los visigodos, liderados por su caudillo Alarico, ya habían sitiado Roma en dos ocasiones buscando sacar tajada económica ante la debilidad de las tropas del emperador Honorio. Cuando en el año 410 este decidió cerrarse a las pretensiones de los extorsionadores, Alarico ordenó entrar en la ciudad y saquearla. Desde el principio el Papa se unió a la embajada que buscaba la paz ante el ejército invasor, pero al no conseguirlo obtuvo en cambio de Alarico la protección para los romanos en general y para los cristianos en particular. Así, aunque el bárbaro dio plena libertad a los suyos para obtener el botín que quisieran, sin embargo se comprometió a respetar la vida de los ciudadanos y la integridad de las iglesias, que fueron usadas en esos tres aciagos días como cobijo seguro por toda la población. Esa fue la primera vez que Roma mostró a los ojos del mundo su vulnerabilidad, y al mismo tiempo fue la ocasión para que aquella nueva religión dejara clara su vocación de ser refugio para todos.

Por otro lado, la turbación que estaban causando las herejías en todo el Imperio fue tratada por el Papa de manera contundente. Maniqueos, montanistas, priscilianistas y novacianos contaban con muchos adeptos y sus partidarios llegaban incluso a dominar algunas de las iglesias más importantes de la ciudad de Roma. Con su intervención, Inocencio consiguió echarlos a todos y recuperar los templos para la buena doctrina.

La controversia pelagiana

Quizá fue esa demostración de mano dura lo que llamó la atención de los cristianos orientales, quienes pidieron la mediación de Inocencio cuando el obispo de Constantinopla, san Juan Crisóstomo, fue expulsado de la capital del Imperio oriental debido a sus críticas a las costumbres licenciosas de los palacios bizantinos. Crisóstomo —quien moriría años después en su exilio en el Cáucaso diciendo: «Gloria a Dios por todo»— fue defendido en todo momento por su par en Roma, Inocencio, quien llegó a escribir varias cartas al emperador de Bizancio pidiéndole que se retractara, además de reconocer expresamente a los sucesores legítimos de san Juan Crisóstomo frente a los impostores propuestos por el poder civil.

Esta mirada desde otras partes de la cristiandad hacia Roma, que luego acabó consolidándose bajo el concepto del primado romano, fue algo claro para Inocencio. Así, en una carta a los obispos africanos en enero del año 417, muy poco antes de su muerte, el 12 de marzo de ese año, decía «que cualquier asunto que se trate, aunque venga de provincias remotas, no ha de considerarse terminado hasta tanto llegue a noticia de Roma, a fin de que la decisión que sea justa quede confirmada con toda su autoridad».

Así sucedió con la controversia más importante aquellos años, la pelagiana, en cuya resolución fue decisiva la intervención del Papa de Roma. Pelagio era un monje británico que subrayaba el papel del hombre en su salvación, diluyendo de algún modo la fuerza de la gracia de Dios. Ayuno, renuncia, virtud, esfuerzo, ascesis, mérito, penitencia… eran conceptos que subrayaba Pelagio en su polémica dialéctica con san Agustín, que oponiéndose a su desviación cargaba las tintas en términos como gracia, gratuidad, don y libertad.

Bio
  • 401: Fallece el Papa Anastasio I y su hijo Inocencio es elegido nuevo Pontífice.
  • 403: Interviene en favor de san Juan Crisóstomo cuando es expulsado de Constantinopla.
  • 410: El caudillo visigodo Alarico saquea Roma durante tres días y el Papa defiende al pueblo.
  • 417: En enero confirma a los obispos africanos en su disputa teológica contra Pelagio.
  • 417: Muere el 12 de marzo en Roma.

Inocencio se posicionó intelectualmente a favor del santo de Hipona, mientras en un nivel más práctico salió en defensa de san Jerónimo, que había llegado a ser atacado hasta físicamente por los partidarios de Pelagio. Dos sínodos de obispos del norte de África coincidieron por entonces en la condena a las tesis pelagianas, y pidieron al obispo de Roma su confirmación, cosa que hizo sin titubeos. Cuando Agustín conoció el parecer de Inocencio, exclamó una frase que ha pasado a la posteridad: «Roma locuta, causa finita».

«El de la gratuidad es un tema actual que ha llegado hasta nuestros días, porque lamentablemente el pelagianismo sigue presente en la vida de la Iglesia», afirma Vicente Borragán, experto en gratuidad y autor del libro De la ley a la gracia. «Por eso, si los cristianos no vivimos nuestra fe de una manera nueva, siempre seguiremos pensando que la gracia de Dios y su favor se pueden comprar haciendo méritos y sacrificios», añade.