«Los cristianos me preguntan “¿dónde está Dios?” “¿Qué hace por nosotros?”» - Alfa y Omega

«Los cristianos me preguntan “¿dónde está Dios?” “¿Qué hace por nosotros?”»

Ricardo Benjumea
Refugiados recogen la ayuda de Cáritas Siria en un campo de refugiados en la provincia de Rojave, al norte de Siria. Foto: Caritas Internationalis

Decenas de miles de refugiados cristianos llegaron a Siria entre 2007 y 2010 procedentes de Irak. Monseñor Antonie Audo era el único obispo de rito caldeo –el mayoritario en el país vecino–, y por eso se hizo cargo de su asistencia. Cuando en 2011 estalló la guerra en Siria, ese bagaje le permitió poner a punto Cáritas Siria para enfrentarse a la mayor crisis de su historia. «De un día para otro, hubo que formar a los voluntarios y trabajadores en asistencia humanitaria. No era suficiente con tener caridad en el corazón, hacía falta profesionalización», cuenta a Alfa y Omega durante su estancia en Madrid, que visitó la pasada semana invitado por la Fundación Promoción Social de la Cultura.

Cáritas llega a las zonas bajo control del Gobierno sirio y asiste a unas 300 mil personas con cestas de comida, alojamiento, medicinas o educación. «El 80 % de los sirios vive en la pobreza severa, y con la inflación resulta imposible acceder a bienes básicos», asegura el obispo de Alepo, la segunda ciudad del país, si bien su mitad oeste resulta inaccesible por encontrarse bajo control de grupos islamistas, que han obligado a huir de sus casas a los cristianos y a muchos vecinos musulmanes.

Monseñor Audo con monseñor Osoro

La ONG de la Iglesia no solo presta una ayuda humanitaria preciosa en tiempos de guerra, también construye ciudadanía en Siria, «por encima de las diferencias étnicas o religiosas». «No hacemos distinción en la ayuda», asegura Audo. «Eso sorprende a los musulmanes, porque, en su mentalidad, solo es posible ayudar a los del propio grupo. Está habiendo testimonios muy positivos. Hace poco, saliendo de Obispado, un musulmán viejo y muy pobre estaba sentado en el suelo, muy sucio… Cuando me vio, saltó y empezó a señalarme, gritando, como si fuera un profeta: “Ahora sabemos quiénes son los cristianos. Ahora sabemos que son un pueblo verdadero. Son oro puro, no son falsos”. Yo estaba muy sorprendido». «Cuando la guerra termine –prosigue el obispo–, los cristianos vamos a tener una misión importante de ayudar a reconciliarse a las comunidades enfrentadas: a sunitas con chiítas y alauitas. Nosotros no tenemos problema con nadie».

Pero también es necesario frenar la desmoralización entre los cristianos, a menudo entre dos fuegos y blanco preferente de los radicales. De los más de 250.000 que había en Aleppo antes del conflicto, hoy quedan solo unos 50 mil, los que no han podido o no han querido emigrar. «Muchos sacerdotes y familias están dando un testimonio heroico, pero otros están muy desanimados. La situación es difícil. Yo no le puedo decir a un padre de familia: “no os vayáis”. No culpabilizo a nadie por marcharse, aunque, si me preguntan, les explico que Europa no es el paraíso. Pero entiendo que quieran viajar».

En medio de multitud de dramas humanos –añade el obispo–, «muchas veces me preguntan: “¿dónde está Dios?’ “¿Qué hace por nosotros?”. En momentos así, no sirve hacer homilías. Yo me limito a estar con ellos, a rezar, a intentar consolar».