Constantino, Iglesia, Estado y libertad - Alfa y Omega

Constantino, Iglesia, Estado y libertad

José Francisco Serrano Oceja

La historia está de moda. Las novelas históricas, los documentales, las biografías acaparan, en gran media, la atención del público. Expresan, entre otras razones, la necesidad de entendernos. Esta corriente también ha llegado a las editoriales religiosas. Muestra de ello son, por ejemplo, la serie de libros de Mario Dal Bello, de Ciudad Nueva, o esta renovada colección de Rialp sobre personajes de la historia. Y qué mejor inicio que el emperador Constantino (250 d. C.-328 d. C. aprox.) Claro que en los aledaños de la historia de la Iglesia y de la teología, en cuanto se menciona el nombre del emperador Constantino inmediatamente aparece la figura del constantinismo y su influencia en la posterior marcha de los tiempos.

Al emperador Constantino se le considera el personaje más importante de la Antigüedad tardía. Marcó un antes y un después en la articulación histórica del cristianismo sobre todo en lo referente al poder. Puso los cimientos no solo de la basílica de San Pedro, o de la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén, sino de la civilización europea preclásica. De ahí que esta biografía, escrita por un prestigioso profesor de la Universidad de Albany, en Nueva York, nos ayude a entender algunas cuestiones clave de los orígenes del cristianismo que ahora están de nuevo en el primer plano de la actualidad. Por ejemplo, la relación entre cristianismo y libertad civil.

Pero Constantino fue también una personalidad controvertida, sobre la que el estudio historiográfico ha evolucionado mucho en los últimos decenios, probablemente a la luz de un boom, percibido más allá del mundo académico, de estudios clásicos. Si Lactancio y Eusebio vieron en Constantino un benefactor de la humanidad enviado por Dios, el historiador Zósimo le hace responsable de la caída del Imperio de Occidente. Petrarca llama a Constantino «miserable» y espera que sufra para siempre. Voltaire lo describe como «un afortunado oportunista al que le importaba poco Dios o la humanidad». Herder pensaba que el hecho de que el Estado hubiera apoyado a la Iglesia había criado un «monstruo con dos cabezas». Gibbon apuntaba su perfil de político al haberse aprovechado de los cristianos; Burckhardt, en un clásico sobre esta personalidad de la historia, decía que era «intelectualmente ilógico».

Esta biografía, sencilla pero que no deja escapar ninguna cuestión fundamental, arranca de la descripción de la época de los llamados emperadores-soldado y de Diocleciano, para narrarnos la subida al poder de Constantino, el conflicto con Licinio y las complejas relaciones en la familia imperial. Cómo no, plantea la cuestión de la conversión de este emperador, de la controversia arriana, de la Nueva Roma. Añade, entre otros temas, una interesante última valoración dado que hay quien sostiene que la ideología imperial de Constantino supuso el principio de la traición de la Iglesia al Evangelio y quien defiende que fue «un verdadero gran emperador cristiano y un genuino apóstol de la Iglesia cristiana».

El emperador Constantino
Autor:

Hans A. Pohlsander

Editorial:

Rialp