¿Quién ayuda a quién? - Alfa y Omega

El sábado pasado cargaron dos camiones contenedores de ayuda humanitaria con destino a Honduras. Uno salía de Peligros (Granada) y otro de Fuengirola (Málaga). También se organizan en Pamplona y en Madrid y, de cuando en cuando, nos los hacen llegar. Tardan seis semanas en estar a la puerta de la parroquia, en Tegucigalpa.

Cientos de personas colaboran para llenarlos. 60 metros cúbicos de esfuerzos para aliviar en algo los problemas y dificultades de otros. Llegaron sillas y mesas de aulas, material escolar en bastante buen estado, muebles, utensilios de cocina, alimentos no perecederos, medicamentos básicos, juguetes, zapatos, ordenadores, impresoras, material de oficina y de deporte, libros y más libros… hasta bibliotecas completas.

Pero lo mejor de todo es hacer posible que participen los que quieren aliviar algo el dolor y el sufrimiento del mundo, y bastante se logra. Lo hacen hasta jóvenes de colegios que, aunque viven envueltos en nuestro mundo y pensamos que son indiferentes a los demás, responden con generosidad, compartiendo algo de lo suyo. «No pensaba que este joven traería una caja para ayudar. Parecía que pasaba de todo», me dijo Antonio Morales, un profesor del instituto de Peligros. El joven había puesto unos cuadernos, lápices, marcadores, unos libros, un diccionario y una carta. Le hacía saber a otro, en el otro lado del mundo, que era importante y reconocido. Eugenio García López, que por una discapacidad está en silla de ruedas, logró, con un equipo de voluntarios de su pueblo de Tíjola, juntar y enviar a Honduras 1.500 libros.

Nadie sabrá nunca el origen de todo lo enviado en cada camión contenedor, ni la generosidad de todos los que en él han colaborado, ni el sacrificio realizado, ni medir la alegría de los corazones cuando cierran las cajas y se da un fuerte aplauso surgido del corazón, en agradecimiento por el trabajo realizado. Y el conductor del camión, después de compartir un plato de arroz con todos, como un amigo más del grupo, se sube para que la carga emprenda el largo viaje. Al perderse de vista, en la última curva, queda la alegría de sentirse todos como familiares del mundo. Sigue siendo cierto: «Hay más alegría en dar que en recibir».