La pasión de los refugiados, según Francisco - Alfa y Omega

La pasión de los refugiados, según Francisco

Como Jesús en su hora más difícil. Abandonados. Cubiertos de indiferencia en medio del dolor. Esa es la pasión de los refugiados, según la ve el Papa

Andrés Beltramo Álvarez
Foto: REUTERS/Tony Gentile

«Tanta gente». Marginados, por cuyo destino nadie quiere asumir la responsabilidad. Son palabras de Francisco, en su sermón del Domingo de Ramos. Breves pero contundentes, y con un destinatario: Europa. Justo cuando se alcanzó un acuerdo político cuyo resultado será la expulsión de miles de refugiados, en un intento por blindar las fronteras del continente.

La Semana Santa del Papa tendrá un lugar especial para estos migrantes. Sirios, iraquíes, africanos… Este tarde él mismo se inclinará a sus pies y se los lavará, emulando el gesto de Cristo en la última cena. Será en la Misa In Coena Domini, que el Pontífice celebrará en el centro para refugiados Cara de Castelnuovo di Porto, en la extrema periferia de Roma y administrado por la cooperativa Auxilium.

«Será un signo simple pero elocuente», comentó Rino Fisichella, presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización y organizador de las actividades relacionadas con el Jubileo de la Misericordia.

El Papa continuará así con la tradición por él establecida tres años atrás: trasladar esa celebración de la basílica de San Juan de Letrán a algún lugar que le permita lavar los pies a marginados y personas en dificultad. Primero lo hizo con una cárcel de menores, después con un centro para ancianos y una cárcel.

Al inicio de esta semana, Bergoglio dejó claro cuál es su sentir respecto a la crisis humanitaria más grave que se ha abatido sobre la región desde la II Guerra Mundial. No lo hizo mediante discursos grandilocuentes, o estridentes declaraciones. Le bastó incluir una sola frase en su homilía del Domingo de Ramos.

No es política, sino Evangelio

Apenas unas palabras con un enorme significado. Porque el Papa no suele mezclar temas políticos con predicaciones evangélicas. Siempre se ha empeñado en diferenciar ambos tipos de mensaje. ¿Qué significa entonces, la excepción del pasado domingo? Que Francisco considera el sufrimiento de los refugiados algo más que un asunto meramente político. Para él se trata de un aspecto que atañe al corazón del cristianismo, teológico, directamente relacionado con la vida de Jesús.

El Pontífice lo ha dicho muchas veces: «En la carne del hermano está la carne de Cristo». Así, cuando repasó la Pasión del Mesías, era como si estuviese repasando esa otra pasión: la de cada uno de esos hombres, mujeres y niños que huyen de la guerra. Millones abandonados a su suerte entre Turquía, Macedonia, Bulgaria y Grecia.

El Papa recordó la humillación extrema de Jesucristo. Su venta por 30 monedas y la traición del beso. La huida «de todos los demás». Las tres negaciones de Pedro en el patio de la casa del sumo sacerdote. Los insultos y los escupitajos. Las violencias atroces: los golpes, los flagelos y la corona de espinas que volvió irreconocible su aspecto. La soledad, la difamación y el dolor.

«Sufre también la infamia y la condena inicua de las autoridades religiosas y políticas. Jesús padece en su propia piel la indiferencia, porque ninguno quiere asumir la responsabilidad de su destino. Y pienso en tanta gente, en tantos marginados, en tantos migrantes, en tantos refugiados, en aquellos por los cuales nadie quiere asumir la responsabilidad de su destino», añadió el líder católico.

Refugiados del centro Cara de Castelnuovo di Porto, que el Papa visita hoy. Foto: Fanpage.it

Estas palabras resonaron pocos días después del acuerdo establecido por los líderes de la Unión Europea que pretende blindar la ruta de los Balcanes. Un texto que prevé la devolución de todos los que lleguen a Grecia de forma irregular, incluidos refugiados, desde el domingo pasado. Los líderes europeos han acordado con Turquía un mecanismo de traslado, a cambio de ciertas ventajas para ese país y el pago de 6.000 millones de euros.

Mientras, en Idomeni (Grecia), en la frontera con Macedonia, al menos 14.000 personas permanecen en condiciones inhumanas en un campamento más allá de una valla metálica.

Parolin en Macedonia

En medio de este caos, el número dos del Vaticano visitó la zona. El cardenal secretario de Estado, Pietro Parolin, viajó a Macedonia y Bulgaria del 18 al 22 de marzo. «Hoy nuestro continente europeo, entre la integración comunitaria y automatismo nacionalistas y étnicos, vive un momento doloroso por el drama humanitario de muchos de nuestros hermanos que llegan a sus fronteras y piden ser acogidos», dijo el purpurado al inaugurar una nueva residencia episcopal en Skopje, capital macedonia.

A decir verdad, en cada momento que pudo durante el viaje abordó el tema. Parolin advirtió de que el derecho humanitario ya no encuentra espacio ante «el grave drama de nuestros hermanos que sufren» y que «por necesidad» llegan a las fronteras del continente europeo pidiendo que los acojan. «Deberíamos sentir humillante tener que cerrar las puertas, como si el derecho humanitario, conquista fatigosa de nuestra Europa, no encontrara lugar», apuntó.

El secretario de Estado pidió una «solución humana y justa» para el problema, y constató la necesidad de una «mayor audacia y solidaridad, de menos individualismo» para afrontar la emergencia. «No se pueden dejar solos a los países en primera línea que sufren el flujo de los migrantes, ellos tienen necesidad urgente de ayuda», dijo antes de visitar el campo de refugiados de Gevgelja, al sureste de Macedonia.

«¿Dónde está Dios?»

A no cerrar las puertas había exhortado el Papa, durante su audiencia pública semanal del miércoles 16 de marzo en la plaza de San Pedro. Partiendo una vez más de una reflexión bíblica, Francisco constató cuántas veces se puede escuchar la pregunta: «¿Dios se olvidó de mí?». Y aseguró que quienes la hacen son personas que sufren y se sienten abandonadas.

Hablando en italiano, el Obispo de Roma resaltó que muchos «hermanos nuestros» están viviendo este tiempo una real y dramática situación de exilio, lejos de su patria, con las ruinas de sus casas aún en los ojos, en el corazón el miedo y, a menudo, por desgracia, el dolor por la pérdida de los seres queridos. «En estos casos se puede decir: “¿Dónde está Dios?”», exclamó.

«¿Dónde está la solidaridad, el sentido de acogida hacia el extranjero que desde hace milenios expresa el grado de civilización de un pueblo? ¿Cómo es posible que tanto sufrimiento pueda abatirse sobre hombres, mujeres y niños inocentes? Cuando buscan entrar en otra parte les cierran la puerta. Y están ahí, en la frontera de tantas puertas y de tantos corazones cerrados. Los migrantes de hoy que sufren… que sufren al aire libre, el frío, sin comida y no pueden entrar, no sienten la hospitalidad. ¡A mí me gusta mucho cuando veo a las naciones que abren el corazón y abren las puertas!», agregó.

Y apuntó: «Dios no está ausente ni siquiera hoy en estas dramáticas situaciones, Dios está cercano y hace grandes obras de salvación para quien confía en Él. No se debe ceder a la desesperación, sino continuar a estar seguros que el bien vence el mal, que el Señor secará cada lágrima y nos liberará de todo miedo».