Celebremos la Resurrección, demos testimonio de Cristo - Alfa y Omega

La Iglesia comunica hoy a toda la humanidad lo mismo que hicieran hace XXI siglos los primeros discípulos del Señor: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?» (cfr. Lc 24, 1-11), y la experiencia vivida por María Magdalena cuando fue al sepulcro y vio la losa quitada y echó a correr, a donde estaba Pedro y el otro discípulo a quien tanto quería Jesús, para decirles: «Se han llevado del sepulcro al Señor». Ellos salieron camino del sepulcro y, entrando Pedro, vio las vendas en el suelo y el sudario con el que le habían cubierto la cabeza enrollado en un sitio aparte; y después entró Juan y «vio y creyó». Desde entonces, la Iglesia canta y anuncia con todas sus fuerzas, en todos los lugares de la tierra, con obras y palabras, así: «¡Cristo ha resucitado, aleluya!». Que este clima festivo, esta realidad y estos sentimientos abarquen el arco de nuestra existencia.

La vida cristiana tiene su origen en la Pascua. La Resurrección de Cristo funda la fe cristiana, está en la base del anuncio del Evangelio y hace nacer a la Iglesia. ¡Qué fuerza tienen las palabras de Pedro! «Nosotros somos testigos de todo lo que hizo […] lo mataron […] Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver […] Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio» (cfr. Hch 10, 34a. 37-43). ¡Qué hondura adquiere, para esta humanidad, el saber que la vida verdadera tiene su origen en la Pascua, en la Resurrección de Cristo, que nos incorpora a su Muerte y Resurrección!

La Resurrección de Cristo, nos hace ver los siete días de la creación de una manera absolutamente nueva:

I) Dios creó todo lo que existe y creó al hombre a su imagen y semejanza y le puso en el centro de toda la creación, todo a su servicio para que sirviese a todos los hombres sin excepción (Gn 1, 1-2,2).

II) No podemos reservarnos nada para nosotros, todo es de Dios y para Dios, por eso hemos de decir como Abraham: «Aquí me tienes», o como nuestra madre María: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra»; quiero vivir y hacer lo que tú quieres y cómo tú quieres (cfr. Gn 22, 1-2. 9a. 10-13. 15-18).

III) La seguridad del ser humano está en que Dios siempre está con y al lado del hombres, está para liberarlos y darles la salvación mostrada en plenitud en Jesucristo (cfr. Ex 14, 15-15,1).

IV) No profanar lo creado: cuando la conducta del ser humano profana lo creado, Dios muestra su santidad recogiéndonos de todas las naciones, reuniéndonos de todos los países, y nos lleva al lugar donde hemos de estar, arrancando nuestro corazón de piedra y dándonos un corazón de carne (cfr. Ez 36, 16-28).

V) La absolutamente nuevo: nuestra vieja condición ha sido crucificada con Cristo, ha destruido nuestra personalidad de pecadores, estamos libre de la esclavitud del pecado, considerémonos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo (Rm 6, 3-11).

VI) Hemos resucitado con Cristo y hay que buscar los bienes de arriba, que no es desentendernos de la vida y de los hombres y sus situaciones, sino vivir conforme a lo que nos ha acontecido: habéis muerto y nuestra vida está con Cristo (cfr. Col 3, 1-4).

VII) Celebremos la Resurrección de Cristo, la gran fiesta del triunfo del hombre que está en el triunfo de Dios; como los primeros discípulos: vemos y creemos. Ved toda la historia desde quienes fueron los primeros testigos hasta hoy: ofrecemos una Vida, la de Cristo; damos testimonio de ella hoy y siempre. Los santos y los mártires nos lo muestran, por las obras os conocerán: ¡Cuántos lugares! ¡Cuántas personas sin distinción, sobre todo los más pobres, reciben en todas las partes de la tierra el testimonio con obras de cristianos que gastan la vida por acercar con su vida, que se convierte en canto, lo que hoy decimos en la secuencia «ofrezcan los cristianos/ ofrendas de alabanza/ a gloria de la Víctima/ propicia de la Pascua/…muerto es que es la Vida/ triunfante se levanta».

Vivir de modo pascual

Ser cristianos significa vivir de modo pascual. Significa que tenemos que entrar con todas las consecuencias, implicándonos en el dinamismo originado por el Bautismo, que lleva a morir al pecado para vivir con Dios. ¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón! Toda nuestra fe se basa en la transmisión constante y fiel de esta buena nueva, que requiere la labor de testigos entusiastas y valientes, con vidas vivas y activas. Cristo es quien nos vivifica y nos hace hacer lo mismo que a los primeros: «Salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con señales que la acompañaban» (cfr. Mc 16,20).

Os invito a asumir el vivir este modo pascual, que tiene como centro a Cristo en tres manifestaciones:

1. Salir de nosotros mismos: Ser cristiano significa seguir a Jesús, recorrer los caminos de nuestra vida permaneciendo con Él, compartiendo su camino y su misión. Hablando a todos los que nos encontremos por el camino sin distinción, a los pequeños y a los grandes, a los ricos y a los pobres, a los poderosos y a los débiles, pero siempre curando, consolando, dando esperanza. En Cristo descubrimos que Dios no esperó que fuéramos a Él, fue Él quien vino a nosotros sin cálculos, ni medidas. Todos los hombres pueden decir «me amó y se entregó por mí». Sí, «por mí», pero para que fuésemos como Él, saliendo a todas las periferias existenciales, hacia los más olvidados y necesitados. Hay que llevar la presencia viva de Jesús misericordioso y rico en amor. Entremos en la lógica de la Resurrección. Por el Bautismo hemos entrado en esta lógica.

2. Caminar y evangelizar: Formamos parte de un pueblo en camino; camina por la historia y lo hace junto al Señor y con la vida del Señor. No somos islas, no caminamos solos, vamos con todos los que han acogido a Cristo y mueven su vida con su Vida. No puede haber cerrazón de unos a otros, sino la apertura a Dios que nos abre a todos. Caminamos juntos, colaboramos unos con otros, nos ayudamos mutuamente, sabemos pedir disculpas, reconocemos nuestros errores y las divisiones que provocamos y hacemos que el pueblo se rompa, pero sabemos pedir perdón. Somos un pueblo que caminamos unidos, sin evasiones hacia delante o hacia atrás, sin nostalgias del pasado. Y mientras caminamos nos conocemos, nos conocen, nos contamos, compartimos, crecemos como una gran familia. ¿Cómo caminamos? ¿Qué hago para caminar juntos? En el camino no estéis tristes, ni desanimados. Tomad conciencia de la presencia del Señor, va con nosotros. Nos pide que miremos a todos y que veamos las heridas, que llevemos su vida en nosotros para curar a todos. Él y su Vida en nosotros, nos hace abrazar con amor a todos.

3. Con la fe, la alegría y la intercesión de María: La fe de María desató el nudo del pecado: «Hágase en mi según tu Palabra». Lo que ató a Eva por su falta de fe, lo desata María con su fe. La fe de María trae a la Alegría, trae a Jesucristo verdadera Alegría, le da rostro humano. Conocemos y nos hemos encontrado con Jesucristo, verdadera Alegría, por la fe de María. La fe siempre lleva a la alegría, por eso María es la Madre de la Alegría, nos hace ver dónde está el triunfo del hombre. Nos acogemos a la intercesión de María, deseamos caminar con quien convierte aquella cueva de Belén en hacer ver a los hombres el inicio de la ternura y de la misericordia que culmina en la Resurrección de Cristo. Tengamos el estilo mariano de salir de nosotros, de caminar y de vivir la fe y la alegría.

Quien dijo: «Yo hago todas las cosas nuevas», se hace realmente presente ahora en el Misterio de la Eucaristía. El Resucitado entre nosotros. Acogedlo hermanos. Amén.