… y también somos Pakistán - Alfa y Omega

… y también somos Pakistán

El atentado del domingo en Lahore pudo ser, además de un ataque directo a los cristianos, un pulso de los extremistas al Gobierno pakistaní para disuadirle de adoptar una nueva línea de permisividad con las minorías religiosas

Redacción
Un sacerdote y una religiosa rezan durante una vigilia de oración en Lahore por los fallecidos. Foto: AFP Photo/Farooq Naeem

Paul tiene 20 años. Dos de sus amigos —«mis pequeños amigos», como él mismo los llama en un mensaje lanzado en redes sociales—, con los que quedaba asiduamente para ir a Misa, fueron asesinados en el parque Gulshan Iqbal de Lahore. Era Domingo de Resurrección, y para los católicos pakistaníes es tradición en días de fiesta como la Pascua o la Navidad comer en familia después de ir a Misa. Por la tarde suelen salir a dar un paseo por el parque para continuar la celebración. «Tras el atentado del año pasado en Semana Santa contra dos iglesias temíamos que pudiera repetirse la desgracia, por lo que el Gobierno nos había provisto de todas las medidas de seguridad necesarias para proteger las iglesias, pero nadie había pensado en el parque», ha asegurado monseñor Sebastián Francis Shaz, arzobispo de Lahore, en declaraciones a Ayuda a la Iglesia Necesitada.

El grupo talibán Jamaat ul Ahrar, que se presenta como filial de Daesh, conocía la tradición. «Estábamos esperando esta ocasión» para poner en marcha «los ataques de martirio anual que iniciamos este año», dijo al reivindicar el atentado un portavoz de los terroristas al diario pakistaní The Express Tribune.

Eran las siete de la tarde. Yusuf Farid, de 28 años y maestro de una escuela coránica, esperó el momento de mayor concentración de gente para hacerse estallar. Dicen que querían enviar un mensaje al primer ministro Nawaz Sharif, un islamista moderado, demasiado amigo de Occidente. 72 muertos, 29 de ellos niños, y más de 300 heridos, muchos en estado crítico, es el resultado —al cierre de esta edición—. Iban a por los cristianos que celebraban la Pascua, pero mataron a muchos de sus hermanos musulmanes. «He visitado cada lecho y a cada víctima, independientemente de su fe. Ha sido realmente difícil, porque he visto a muchos niños de apenas 4 o 5 años, cristianos y musulmanes, heridos o asesinados en este terrible atentado», ha asegurado el arzobispo, recién llegado del hospital.

Paul ya no podrá repetir esos paseos dominicales con sus «pequeños amigos». Su hermana mayor, Maria, cuenta apesadumbrada a Alfa y Omega lo triste que está el benjamín de la familia. Y la angustia que provoca saber que quieren masacrarla por ser cristiana. «No vivíamos tanto terror desde el año pasado», admite la joven. Los ataques violentos contra cristianos son cotidianos en un país en el que dos millones de fieles son considerados un estorbo por el mero hecho de creer en Jesucristo. Viven como ciudadanos de segunda, agazapados ante los ataques y la archiconocida Ley de blasfemia, que permite que sus vecinos puedan encerrarles en la cárcel o condenarles arbitrariamente a muerte, como le sucedió a Asia Bibi. «La gente está disgustada. No vemos esperanza y futuro aquí. Muchos quieren dejar el país, pero no es fácil conseguir visados, y económicamente tampoco es factible», reconoce Maria.

Cristianos pakistaníes rezan ante el féretro de una de las víctimas. Foto: AFP Photo/Arif Ali

Un ligero cambio

Para el director del colegio salesiano de Lahore, el italiano Pietro Zago, la detonación podría tener otro objetivo no declarado: «Toda esta violencia puede ser una reacción de los extremistas ante los incipientes intentos del Gobierno de proteger a las minorías». Un ligero cambio que se ha notado no solo en el aumento del «control hacia los grupos radicales», sino también en algo tan concreto como «la reacción de las autoridades después del atentado. En otras ocasiones no han hecho casi nada, pero esta vez se ha puesto en marcha una gran intervención». El religioso cuenta emocionado que «los cinco hospitales de la ciudad están alerta, atendiendo a los heridos». Algo que, a priori, puede parecer obvio, pero que en la ciudad pakistaní es realmente novedoso. «Todas las instituciones respondieron de una forma muy veloz, y por eso se han salvado muchas vidas».

Pietro Zago subraya que «el hecho de que se hayan decretado tres días de luto en el país es otro gesto muy importante». Por eso cree que la masacre del parque «es una represalia, una demostración» de que los islamistas «todavía tienen mucho poder. Con este gesto han recordado a las autoridades que deben tenerlos en cuenta».

No es la única demostración de fuerza del fundamentalismo en el país. La capital, Islamabad, es desde hace más de un mes el escenario de protestas por la ejecución de Mumtaz Quadri, asesino del gobernador de Punjab Salman Taseer, defensor de Asia Bibi. El domingo por la tarde —casi al mismo tiempo que el atentado—, miles de islamistas volvieron a manifestarse para pedir el ahorcamiento de Asia Bibi. El padre Zago tenía que viajar a Islamabad a renovar el visado, pero reconoce haber cancelado el billete «por miedo. Ahora es imposible meterse allí».

La Iglesia que consuela

A las puertas del colegio salesiano han llegado decenas de familias cristianas buscando consuelo. «También vienen con frecuencia muchos vecinos musulmanes a ofrecernos sus casas para proteger a los alumnos». De momento, Zago espera conocer los nombres de todas las víctimas, porque «seguro que entre ellos hay gente que conocemos».

Maria cree que el papel de la Iglesia en Pakistán es imprescindible en estos momentos: «Necesito que me ayude a mantenerme en la oración para no perder la fe». La joven reconoce estar «orgullosa de lo fuertes que son sus hermanos cristianos», porque «pese a las dificultades, miedos y amenazas, continúan creyendo en Jesucristo». Pero la situación no se puede estirar eternamente: «Necesitamos una solución a esta tortura continua, sentirnos protegidos y seguros».

Como si hubiera escuchado sus plegarias, el Papa Francisco desde Roma pedía el lunes, después del rezo del Regina Coeli, que las autoridades pakistaníes «realicen un esfuerzo para dar seguridad y serenidad a la población, sobre todo a las minorías religiosas más vulnerables». Tras manifestar su cercanía a todos los golpeados «por este vil e insensato crimen» e invitar a «orar por las numerosas víctimas y sus seres queridos», Francisco recordó que «la violencia y el odio homicida solo conducen al dolor y a la destrucción. El respeto y la fraternidad son la única vía para alcanzar la paz».

Cristina Sánchez / María Martínez