El universo musical de Thomas Mann - Alfa y Omega

El universo musical de Thomas Mann

Javier Alonso Sandoica

Me cité hace bien poco con un amigo para charlar de cuestiones que pronto quedaron bien lejos del meollo de nuestra conversación, porque derivamos hacia eso que alguna gente llama, sin mucho tino, el elitismo cultural, la ópera, la literatura clásica, la música contemporánea, el ballet. Y concluimos que, si de niño te facilitan una calidad de encuentro cultural, ya quedas marcado con un listón de exigencia siempre a cosas más grandes, a una especie de a partir de…

Recuerdo que, a los dieciséis años, conocí a una persona que me puso a Thomas Mann en mi camino. Era un hombre enamorado de Dios y de la literatura y, sin que me diera muchas lecciones, supe que el corazón busca siempre lo que mejor se ahorma a su naturaleza. Me dijo que leyera el Doktor Faustus, de Mann, y me entusiasmó, aunque tuve que reconocer que aún era pronto para disfrutar enteramente de su literatura.

La Fundación Juan March, de Madrid, finalizó ayer un ciclo de tres miércoles sobre el universo musical de Thomas Mann, una serie de conciertos/recitales en los que se combinaron la música en directo con textos de la obra del escritor alemán. Pude asistir al programa dedicado al Doktor Faustus. La música de Beethoven y Liszt acompañaba a José María Pou, que recitó maravillosamente los fragmentos seleccionados. Uno de ellos fue la aparición del diablo al protagonista, el músico Adrian Leverkühn, un fascinante diálogo lleno de sutilezas, y aún conservo algunas en la memoria.

El diablo le dice que no se haga el tonto, que sabe perfectamente quién es, porque Adrian lleva mucho tiempo buscándole sin ser muy consciente. Y es que el músico sólo quiere llegar a lo alto del conocimiento musical, a esa fama inmortal que ya se toca en la tierra a costa de la amistad y el amor. Adrian vive para sí: «No sabes el nombre de tus amigos, porque en el fondo no te importan». El músico ha empezado a vivir en la tierra esa atmósfera infernal del garito de los desahuciados, cuyos habitantes, «a pesar de hablar y tratarse, no forman una comunidad, porque se desprecian».

El público asistente a la velada estaba profundamente conmovido, esas cosas se notan, porque el silencio crecía a la altura de las palabras recitadas. Ese alto silencio del que hablaba Virgilio.