Comunidades abiertas a la hospitalidad - Alfa y Omega

Comunidades abiertas a la hospitalidad

Redacción
Foto: Ricardo Benjumea

«Toda revolución apostólica con impacto que podamos imaginar y soñar en la Iglesia y en la vida religiosa debe nacer de la experiencia del encuentro con ese Dios que quiere encontrarse con nosotros cada día y a cada hora. Dios acontece en el interior de las personas. Y si de verdad te encuentras con Él en tu corazón, a partir de ahí se va a desatar un terremoto silencioso de incalculables consecuencias. El problema de esta crisis espiritual y eclesial que estamos viviendo radica en eso que Benedicto XVI llamó anemia espiritual, que está en la base de todos nuestros apoltronamientos, en nuestra falta de atractivo y en nuestra falta de decisión para hacer los cambios necesarios». Son palabras del jesuita Severino Lázaro, párroco de la Ventilla (Madrid) y miembro de la ONG Pueblos Unidos, durante una mesa redonda en la que la Semana de la Vida Religiosa sentó a religiosos que trabajan con refugiados, prostitutas, presos, enfermos y escuelas.

Lázaro resaltó la importancia de que las comunidades religiosas estén abiertas a personas que lo necesitan. «El regalo más grande que me ha dado mi comunidad es tener con nosotros, día a día, sin separaciones, a tres subsaharianos», dijo. «Vamos a abrir de verdad nuestras comunidades religiosas, vamos a abrir de verdad nuestras obras apostólicas a la acogida y a la hospitalidad». «Si el acoger a personas en nuestras comunidades nos crea un problema de identidad de vida religiosa es porque estamos poniendo nuestra identidad en donde no tenemos que ponerla».

El trinitario Paulino Alonso, capellán de la prisión de Soto del Real y colaborador de Alfa y Omega, pidió que los religiosos acojan a antiguos reclusos en «todos esos edificios que tenemos vacíos», ya que, a menudo, terminan recayendo y regresando a prisión, «porque no tienen a nadie que les acoja». Alonso insistió también en la importancia del acompañamiento personal. «La Misa y los sacramentos, que nadie se escandalice, son secundarios. Porque sin primero estar, sin sentarte con el interno a escucharle o a jugar con él a las cartas, no le puedes llevar a Misa a decirle que Dios le ama, que Dios le perdona».

El capellán puso como ejemplo la reciente visita a su prisión del arzobispo de Madrid. «Pasó nueve horas. Se sintió con ellos; comió con los peores, los del módulo 5. Para ellos eso fue lo grande: que un arzobispo comiera en su misma bandeja e hiciera la cola con ellos. Y después, ya sí, pudo celebrar la Eucaristía con 200 internos. Les pudo hablar de cómo Dios los acoge, porque él mismo lo había hecho antes».