Porfirio Álvarez - Alfa y Omega

Hoy os dejo con una carta de uno de nuestros jóvenes, para que conozcáis, desde otra visión, el día a día de nuestra misión hondureña: «Mi nombre es Porfirio Álvarez, tengo 34 años, vivo en Tegucigalpa. Soy el menor de siete hermanos, de los que nuestra mamá se hizo cargo sola. Cuando tenía 15 años conocí al grupo de colaboradores de la parroquia que trabajaban junto al padre Patricio, y fui beneficiado por un proyecto de becas que ellos gestionaban. Desde ese momento, una joven hondureña llamada Sara Fúnez me invitó a colaborar en las diferentes actividades realizadas con los niños y jóvenes a quienes se apoyaba.

Al cumplir 18 años y finalizar la secundaria, el padre Patricio me motivó a continuar en la universidad y me invitó a ser el administrador del proyecto de becas. Durante los once años que estuve en el grupo parroquial conocí personas con una riqueza interior inmensa, que a pesar de que contaban con pocos recursos económicos y materiales, tenían la disposición para dar y también la cualidad de recibir con humildad lo que otros les ofrecían. Además, conocí gente que, aunque tuviera suficientes recursos, renunciaban a ellos para poder estar más livianos y así compartir su tiempo y su vida. En esta organización pude percibir amor y considero que ese fue el ancla que hizo que me quedara tanto tiempo y que marcó mi vida de una forma significativa.

Estudié contabilidad y finanzas en la universidad. Al terminar decidí buscar trabajo en otra organización para poder apoyar a mi mamá y hermanos, y para vivir otras experiencias. Estuve ocho años trabajando como técnico de proyectos en ONG que ejecutaban diferentes programas en Honduras.

En enero de 2016 decidí regresar al grupo de colaboradores de la parroquia. Me encontré, como es común en el grupo, con personas que abren los brazos y el corazón para recibirte. Volví a sentirme en casa.

Ahora estoy en el equipo de técnicos que da formación a los adolescentes y jóvenes de reciente ingreso, que han llegado buscando apoyo para continuar sus estudios, pero también deseando apoyar a otros. Cuando les doy clases veo la buena energía y las ganas que tienen de ser felices, por eso creo que tanto los alumnos como los maestros aprendemos unos de los otros. Así que me siento muy agradecido por que este grupo me permita vivir esta experiencia».