«Traer al mundo un hijo con 19 años no suele ser algo fácil» - Alfa y Omega

«Traer al mundo un hijo con 19 años no suele ser algo fácil»

Colaborador

Habían pasado apenas unos días cuando decidí contárselo a un gran amigo. Él no es un amigo que vea todos los días, y hoy en día visto por muchos tampoco sería una amistad normal, ya sea por la diferencia de años que nos llevamos o porque mi gran amigo es un Monseñor que vive en Roma y curiosamente le conocí un día en la Plaza de San Pedro cuando por pura casualidad unos amigos y yo nos pusimos a entablar conversación con él. Le escribí y le conté que mi novia María estaba embarazada y que en unos meses sería papá y acto seguido recibí su llamada. No fue una conversación fácil y él consiguió que me reafirmara en mi idea como muchos otros también lo hicieron. Me hizo saber que no estábamos solos en esto. De aquella larga charla telefónica entre Madrid y Roma pude sacar muchas cosas buenas, pero lo que siempre se me quedará grabado, fueron estas palabras: «Yo os abrazo, porque en las circunstancias actuales en las que destruir la vida en sus comienzos es una de las opciones de tantos jóvenes y menos jóvenes maduros, habéis sido fuertes al querer elegir la vida para quien empieza a crecer en el seno de María».

Han pasado ya unos cuantos meses desde aquel día en el que nuestra vida cambió, María estaba embarazada e íbamos a tener un hijo. Resultaba impactante el escuchar esa frase, y de hecho muchas veces no podía ni pronunciarla porque cada vez todo se nos venía más grande. Nosotros decidimos seguir adelante, cosa que para muchos era una locura y la verdad que para otros también lo era. Traer al mundo un hijo con 19 años no suele ser algo fácil, pero todos valoraban y apoyaban que nuestra decisión fuera seguir adelante y dejar vivir a la vida que nosotros mismos, fruto del amor habíamos creado.

No voy a mentir, y por lo tanto no diré que haya sido fácil; el tiempo ha pasado muy rápido y parece mentira que el embarazo ya haya llegado a su fin y que en cualquier momento mientras escribo esto me puedan llamar y decirme que mi hijo viene en camino, de hecho, aún no me lo creo ni yo pero son tales los nervios que estoy deseando que ese momento llegue. Han sido unos meses largos y con unos días muy cortos, cortos pero intensos, días de miedos, de llantos, de discusiones y sobre todo días de cambio; de tener que amoldar tu joven cabeza de 19 años y hacerte a la idea de que pronto serás padre, que una vida nueva va a nacer de la persona a la que más quieres y días en los que tu ánimo deberá irse haciendo a la idea de que hay que tener bien dispuesta la sonrisa, ya que sin darte cuenta la vas a utilizar y que después de muchos meses, un abrazo va a ser la mejor recompensa.

Recibí una llamada, me dijeron que no hiciese nada de lo que me pudiese arrepentir para siempre, nunca lo haría ya que desde muy pequeño he defendido la vida por encima de todo, pero cuando las cosas ocurren es cuando verdaderamente hay que demostrar que las palabras no siempre se las lleva el viento, y mucho menos negarle una vida a nadie si a mí mis padres jamás me negaron la mía.

Me acuerdo perfectamente del abrazo que le di a María en el momento en que supimos que estaba embarazada. Parecíamos dos locos, pero mientras muchos a nuestro alrededor lloraban, nosotros nos pusimos a reír, a reír a carcajadas y decir que ya éramos tres, ya siempre seríamos tres pasase lo que pasase.

Luego de esto vendrían las lágrimas, los quebraderos de cabeza, eternos días de dudas, miles de preguntas que se agolpaban en mi cabeza, tímidos enhorabuenas y sobre todo la gran pregunta que acaparaba todo el espacio en nuestra mente: ¿cómo se lo diremos a nuestros padres?

Los meses fueron pasando, y aquel gran mundo que al principio se nos iba de las manos, poco a poco fue cogiendo forma. Después del «mal trago» de contárselo a nuestras familias, por llamarlo de alguna manera, se convirtieron en nuestros mejores aliados, nos agarraron fuerte de la mano y a día de hoy han sido la mayor fuente de fortaleza y cariño que hemos recibido. Había fallecido mi abuela recientemente y ahora otra vida vendría en camino; mi padre siempre me dijo que un niño nunca es una desgracia y que muchas veces las cosas no ocurren en el momento socialmente correcto, pero sí en el que Dios ha decidido, y eso es lo importante.

Siendo sincero, no me gusta mucho cuando algunas personas nos dicen que somos valientes. No somos valientes, somos papás de un niño que aun no hemos visto físicamente, pero sí a través de una pantalla dar una patada y abrir la boca, o que con solo cinco semanas ya se pueda escuchar el sonido de su corazón, algo que no va a parar de latir en toda su vida. Y no, no somos valientes, tenemos nuestros miedos, nuestros días malos, pero también nuestros días buenos, sabemos que lo mejor está por llegar y llegará, pero lo que sí sé es que somos las personas más afortunadas del mundo. Porque a día de hoy creo que no hay nada mas grande que el milagro de la vida, ese milagro que tan fácil es acabar con él y tan difícil de olvidar y que igual de fácil es seguir adelante, abrazarlo y querer vivir toda una vida con él, tener miles de sueños con él, formar una familia y querer que todo el viento venga a favor y que aun sin haber nacido pueda llegar a lo más alto y poner la mano en el vientre de tu novia y que con una patada te diga te quiero.

Es admirable el ver como muchas madres jóvenes, que deciden seguir adelante con su embarazo, el coraje y la fuerza con la que lo afrontan. En mi caso concreto puedo hablar de mi novia, quien ha sufrido, pero nunca se ha cansado de sonreír, que no es fácil pero el cariño de la gente y saber que en ningún momento hemos estado solos también cuenta, que algunos se van, pero otros muchos llegan para quedarse, sentarse y pasar la vida contigo, haciendo que todo sea mas fácil y que en los días en los que por el cambio físico que experimentas no quieras salir de tu casa esté esa gente ahí para convertir en reinas a esas futuras mamás.

Si se quiere se puede, y hay que poder, se puede poder y hay muchas ayudas para salir adelante, para que la vida siga viviendo, para no acabar con ella simplemente porque no puedas renunciar a salir de fiesta con tus amigos y muchas otras cosas, porque todo aquello lo vas a poder seguir haciendo. Quizás es probable que, de una manera distinta, pero ya siempre que renuncies a algo cuando te des la vuelta verás la sonrisa de tu hijo. A día de hoy aun no lo he podido vivir, pero estoy seguro de que es algo único que te hace ser la persona más feliz del mundo y que esa nueva vida no querrás cambiarla por nada y hoy en día, si no tienes posibilidades para poder mantener a la vida que viene existen miles de organizaciones, ayudas e incluso familias que pueden acoger a tu hijo para que nunca le falte de nada.

Madurar es entender que no todo tiene que ser perfecto para ser feliz, y aun así después de la tormenta siempre llega la calma, madurar de golpe es complicado, más aún cuando estás en un momento en el que hagas lo que hagas es ir a contracorriente. Los demás no van a ser los padres de nuestro hijo y por mucho que intenten estar a la altura tus amigos les resulta complicado, pero a pesar de eso ahí están. Al fin y al cabo, a quien le ha cambiado la vida es a ti, pero muy seguro estoy de que el cambio siempre va a ser a mejor.

Hace apenas dos semanas fue mi cumpleaños y recibí una carta muy especial, era de mi profesora del colegio, de Lengua y Literatura, profesora y amiga, y en la carta decía: «Volverás a ser un niño (tú que aún no has acabado de serlo) y verás lo bello y lo dulce que es mirar la vida desde los ojos de tu hijo, para descubrir otra vez el valor de las lágrimas, para descubrir otra vez que impulsado por un columpio puedes atrapar una estrella y esconderla bajo la almohada, para descubrir que el amor hacia tu hijo no te cabe en el pecho ni en los ojos, porque es infinito…».

Por todo ello a día de hoy lo único que puedo estar es agradecido, agradecido por este regalo que pudo llegar de susto, pero que hoy me ha hecho abrir los ojos, me ha enseñado a amar a alguien apenas sin conocerlo, amar y dar gracias por tanta gente que de manera desinteresada nos ha ayudado y nos sigue ayudando a María y a mí desde el primer momento. Agradecido por vivir y por dar vida, agradecido por amar la vida y poder defenderla, con hechos y palabras y agradecido porque lo que en un principio pareció ser un golpe, ahora nos ha hecho más fuertes.

Finalmente, aquí estamos, con el paracaídas puesto y esperando a lanzarnos de manera inminente. No sé si aún seremos lo suficientemente fuertes, pero será bonito, sé que lo haremos bien y si, -seremos valientes siempre que haya que luchar por la vida desde su creación. No sabemos si será fácil o no, pero estamos dispuestos a ganar la batalla. Para ello cuento con la mejor guerrera y con la ayuda de un gran principito que está en camino, para salir ahí fuera y comernos el mundo.

Aprenderemos a amar de verdad y sé que lo haremos, tenemos al mejor ejemplo y a los mejores: nuestros padres.

Tomás Páramo Rivas
1º Publicidad y RR. PP.
Universidad San Pablo CEU