Buen Pastor - Alfa y Omega

Buen Pastor

IV Domingo de Pascua

Aurelio García Macías
Foto: Egino G. Weinert

El cuarto domingo de Pascua es denominado popularmente el «domingo del Buen Pastor», porque en las lecturas bíblicas y en las oraciones litúrgicas de este día aparece la imagen de Jesucristo como Pastor bueno.

Es muy significativa la oración colecta de la Misa que habla de la «debilidad del rebaño» para referirse a todos los seguidores de Jesucristo, es decir, a la Iglesia; y de la «fortaleza del Pastor» para aludir a Jesucristo. El texto del Evangelio de Juan que se proclama en este día se enmarca en una de las clásicas controversias de Cristo con las autoridades judías, que no comprenden a Jesús. Los judíos quieren saber con certeza quién es Jesús. Están hartos ya de tantas evasivas; y abiertamente le preguntan cuándo va a desvelar su verdadera identidad: ¿Eres tú el Cristo o tenemos que esperar a otro? Si eres tú el Mesías esperado dínoslo abiertamente.

Y Jesús, con la paciencia y sabiduría que le caracterizan, contesta que ya ha respondido a esta pregunta con las obras que ha hecho en nombre de Dios Padre y que dan testimonio de que verdaderamente es el Hijo de Dios, el Mesías esperado. Pero que ellos, los judíos, no le han creído y no le creen, a pesar de lo que ven y escuchan.

En este contexto, Jesús aprovecha las imágenes bíblicas del pastor y de las ovejas para aplicarlas a sí mismo y a sus seguidores. Es una imagen familiar para los oyentes judíos educados en la tradición profética, que ya había usado estas imágenes para hablar del futuro Mesías y del pueblo de Israel.

El débil rebaño

Jesús habla de «mis» ovejas para referirse a quienes han escuchado su palabra, la han creído y le siguen. La imagen del rebaño transmite un mensaje de unidad y docilidad en quienes forman parte de la familia de Jesús. ¿Cuál es la particularidad que resalta el Señor en las ovejas de este rebaño? «Escuchan mi voz». Los que son de Jesús no solo oyen, sino que escuchan a Jesús con deseo, por eso confían en Él y le prestan libre adhesión: «me siguen».

La experiencia pastoril afirma que las ovejas conocen a su pastor porque pasan mucho tiempo juntos; escuchan su voz porque dependen de él; y le siguen porque comprueban que las protege y defiende de los peligros. Podríamos afirmar que inconscientemente se fían y confían en el pastor.

El Buen Pastor

Jesús al hablar del pastor destaca dos aspectos que son sumamente significativos, porque está hablando de sí mismo y de todos los que continuarán su ministerio de servicio al cuidado del pueblo de Dios. Por un lado, afirma que «conoce» a sus ovejas; es decir, se interesa por ellas, le importan. Un conocimiento que se transforma en amistad íntima porque el pastor y las ovejas se conocen mutuamente y durante mucho tiempo a solas. Por eso, se puede entrever en estas palabras el servicio fiel del pastor para cuidar y proteger de cualquier tipo de peligro y daño a las ovejas encomendadas: «no perecerán», «nadie las arrebatará». Cuando el pastor se dedica a cuidar del rebaño ningún mal puede arrebatarlo. Jesús afirma que no solo aporta un cuidado material a sus seguidores, sino que además «yo les doy la vida eterna». Jesús promete a sus seguidores la vida eterna, la vida en Dios, la salvación. Y esto solo puede prometerlo el Mesías, el Hijo de Dios, que ha venido al mundo para salvarlo y entregar su vida por todos: «El buen pastor da su vida por sus ovejas» (Jn 10,11).

Esto es lo que intentó decirnos a lo largo de su ministerio en sus enseñanzas y signos. Cuando Él se identifica con la imagen del pastor, quiere comunicarnos que da su vida por nosotros (Jn 10,15). No sé si todos los lectores conocen claramente lo que es la vida de un pastor. Yo, que he convivido en mi infancia con muchos de ellos, he visto cómo se consumían sus días y sus años pendientes de acompañar al rebaño y atender a cada una de sus ovejas. No tenían domingos ni descansos, porque el rebaño necesitaba ser atendido; no podían hacer viajes, más que pidiendo ayuda a otros para ser sustituidos en esta tarea; y muchas de sus enfermedades las han curado en la soledad de los páramos. Es una vida sacrificada y ofrecida. Cuando se quieren dar cuenta, se les ha pasado la vida traspasando veredas y alternando estaciones. Cristo quiso identificarse con el pastor bueno que da su vida por el rebaño para hablar de su misión entre nosotros. Dar la vida por los demás. ¡Qué mal suenan estas palabras a nuestros oídos posmodernos!, ¿verdad? Y sin embargo, esta es la clave de la fe cristiana: amar, amar de verdad, incluso, estando dispuesto a dar la vida por el otro. No hay amor más grande que dar la vida (Jn 15,13), dice Jesús.

Somos uno

Jesús afirma algo más: nadie puede arrebatar lo que me ha entregado mi Padre. Con estas palabras, Jesús está diciendo que es Dios Padre quien le ha encomendado el cuidado de «sus» ovejas. Todo es fruto del amor de Dios Padre entregado a su Hijo Jesucristo. Jesús cumple la misión que le ha encomendado su Padre, que es el cuidado de sus ovejas. Por eso, Jesús hace presente y manifiesta al Padre: «Yo y el Padre somos uno».

Esta atrevida afirmación tenía que resonar revolucionaria en los letrados interlocutores judíos, porque establece una unidad de poder salvífico entre YHWH y Jesús, una íntima comunión entre ambos. De esta forma Jesús manifiesta su divinidad, su condición de Hijo de Dios, es decir, se manifestaba ante las autoridades judías como el Mesías esperado por el pueblo de Israel. Jesús es Dios, el Hijo de Dios. Y según esto, quien escucha a Jesús, escucha al Padre; quien se opone a Jesús, se opone a Dios.

Evangelio / Juan 10, 27-30

En aquel tiempo, dijo Jesús: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, lo que me ha dado, es mayor que todo, y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno».