«Antonio llegó de noche y llorando» - Alfa y Omega

«Antonio llegó de noche y llorando»

La Casa del Transeúnte de Bullas, en Murcia, acoge cada año a cerca de 100 personas que pasan por el noroeste murciano en busca de una vida mejor

Susana Mendoza
La bendición de las nuevas instalaciones, el 8 de marzo. Foto: Diócesis de Cartagena

Dos habitaciones, con sus respectivos cuartos de baño, un saloncito con sofá y una pequeña cocina. Así es la Casa del Transeúnte de Bullas, en la región de Murcia. Un lugar que acoge a aquellos pobres que van de paso y no tienen techo bajo el que resguardarse, dónde asearse, ni una cama para descansar.

Esta casa fue donada en 1892. Desde entonces, han sido miles las personas que han pasado por ella. Pero el tiempo fue dejando su huella y el pasado mes de agosto la Casa del Transeúnte tuvo que cerrarse para ser rehabilitada y reformada, ampliándose de una habitación a dos, con sus respectivos baños, salón y cocina.

«La reforma de la casa me ha costado varias noches sin dormir –explica el responsable de la Casa y párroco de Nuestra Señora del Rosario, Juan José Noguera– porque la rehabilitación ha corrido a cargo de la parroquia, sobre todo, junto a alguna donación recibida». Desde el 8 de marzo, esta «casa de la misericordia» de Bullas vuelve a estar operativa.

Fachada de la Casa del Transeúnte. Foto: Diócesis de Cartagena

Café, techo y corazón

Cerca de 100 personas cada año pasan por esta Casa del Transeúnte de Bullas. El perfil: hombres de mediana edad, españoles. Rara vez son mayores, al igual que tampoco es habitual que sean extranjeros.

Actualmente, hay dos formas de solicitar el uso de la Casa, que es titularidad de la diócesis de Cartagena: a través de la Policía Local o acudiendo a la parroquia, donde les acoge el sacerdote Juan José Noguera. Muchos de ellos llegan después de haber sido rechazados en otros albergues por diversas razones, pero «nosotros no ponemos ninguna condición para que duerman aquí», explica el sacerdote.

«Y no solo se ofrece un techo, sino también un rato de conversación y un café», añade. Él, como responsable de este hogar de acogida, atiende personalmente a quienes llegan para resguardarse de las frías noches del noroeste murciano. Les prepara una bolsa de comida e, incluso si hace falta, algo para que prosigan su viaje al día siguiente.

Cocina de la Casa del Transeúnte. Foto: Diócesis de Cartagena

Como el hijo pródigo

Una de las historias que más le ha sobrecogido fue la de Antonio, un hombre de Jaén que, tras abandonar su casa y a su familia por problemas con el alcohol, y después de un tiempo intentando buscar una salida a su vida, volvía de vuelta a su hogar. Era «una noche de frío y lluvia cuando llegó, llorando, como el hijo pródigo», relata el sacerdote de Bullas. «De repente había comprendido todo. Quería volver a casa, que lo aceptaran y lo ayudaran», recalca Noguera. Y la Casa del Transeúnte de Bullas fue para él el primer abrazo del Padre.

Detrás de toda esta labor de atención a los necesitados se encuentra Cáritas diocesana, sostén de esta casa, y de personas como Ana María Sánchez, una de las voluntarias que atienden este hogar. Cada día, después de que algún viajante haya pasado la noche, Ana María quita las sábanas, las lava, limpia los baños, la cocina… La deja perfecta para volver a ser utilizada. «Esta experiencia me hace darme a los demás sin esperar nada a cambio. Son gente muy pobre, marginados, mal vestidos, muchos no tienen ni ropa de abrigo… A veces me encuentro cosas un poco desagradables, pero ofrezco esos momentos de dificultad y esfuerzo para el Señor», cuenta emocionada.

Las habitaciones de la Casa del Transeúnte. Foto: Diócesis de Cartagena

Un pueblo movilizado

En el tiempo que lleva como voluntaria ha vivido muchas cosas, pero sin duda hay una que no puede olvidar: «Recuerdo un día en que llegó una familia a la casa. Una pareja joven con su hijo de 7 años. Eran extranjeros y no tenían los papeles en regla. Los trajeron aquí para que se quedaran hasta solucionar su situación. Era una situación muy dolorosa y en tan solo dos horas el pueblo entero de Bullas se movilizó. Conseguimos alimentos, ropa y todo lo necesario para que pudieran quedarse», explica.

Porque la Casa del Transeúnte no es solo un cobijo para que el pobre pueda dormir, sino una «casa de misericordia» donde se da ayuda física y alivio espiritual a quienes van de paso.

Para dar un servicio mejor a más personas

El servicio que podría ofrecer la Casa de Bullas podría ser aún mayor. Junto a la actual Casa del Transeúnte hay otras cuatro viviendas más; un complejo que nunca ha sido utilizado completamente y que podría destinarse a levantar todo un albergue para transeúntes. El párroco asegura que les encantaría rehabilitarlo todo, «pero no tenemos dinero para poder hacerlo». Y se pone a disposición de quien quiera más información para hacer alguna donación, en el teléfono de la parroquia: 968 65 21 76.