21 de abril: san Anselmo de Canterbury, el niño que demostró al Dios más allá de las nubes - Alfa y Omega

21 de abril: san Anselmo de Canterbury, el niño que demostró al Dios más allá de las nubes

Famoso por su Argumento ontológico que demuestra la existencia de Dios, san Anselmo fue el eslabón entre los padres de la Iglesia y la teología escolástica

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
'San Anselmo de Canterbury'. Vidriera en la iglesia de Nuestra Señora y san Benito en Ampleforth (Reino Unido)
San Anselmo de Canterbury. Vidriera en la iglesia de Nuestra Señora y san Benito en Ampleforth (Reino Unido). Foto: Fr. Lawrence Lew, O. P.

¿Cabe Dios dentro de los contornos de la mente? ¿Que una de sus criaturas pueda pensar en su existencia sería razón suficiente para demostrarla? A cuestiones como esta dedicó muchas horas san Anselmo de Canterbury, uno de los teólogos más importantes de la Iglesia, puente entre la sabiduría de los primeros pensadores cristianos y la escolástica.

 Anselmo nació en 1033 en el valle de Aosta, a los pies de los Alpes italianos. Dicen que de niño se quedaba mirando las cumbres desde lejos y creía que más allá de las nieves y las nubes vivía Dios; por eso dedicó su vida entera a escalar hacia Él a través del pensamiento. Su familia era noble y estaba bien asentada económicamente, pero su padre estaba la mayor parte del tiempo ausente, atendiendo a sus negocios, algo que marcó la vida del joven. Fue su madre la que le transmitió las primeras oraciones y los rudimentos de una fe que le llevó a los 15 años a llamar a las puertas del monasterio de los benedictinos de Aosta. Sin embargo, su padre se oponía a su decisión y los monjes, para no contrariarle, decidieron rechazar la propuesta del joven.

Bio
  • 1033: Nace en Aosta
  • 1060: Ingresa en el monasterio de Bec
  • 1093: Es nombrado arzobispo de Canterbury
  • 1109: Muere en Inglaterra
  • 1494: Es canonizado por Alejandro VI
  • 1720: Es proclamado doctor de la Iglesia por Clemente XI

 La negativa de los benedictinos le sumió en una depresión y le hizo caer enfermo; cuando se recuperó, decidió dejarlo todo y se enfrascó en una vida más despreocupada y lejos de la fe. Abandonó a su familia y se dedicó a viajar por Francia. Pero durante este tiempo murió su madre, lo que debió de golpear a su hijo hasta el punto de buscar consuelo en el monasterio benedictino de Bec, en la Normandía francesa, donde ingresó como monje en 1060.

 Con 27 años comenzó una vida religiosa que principalmente empeñó en un trabajo teológico orientado a demostrar de manera racional la existencia del Creador. Así nació, en 1078, su Proslogion, un tratado de 26 capítulos que escribió con el objetivo de «encontrar una prueba única que no necesitara de otra para ser probada y que demostrara que Dios existe verdaderamente», según sus palabras. El resultado es una obra que ha pasado a la historia por contener su famoso Argumento ontológico, con el que pretendía probar que el ser más grande que puede concebir la mente debía existir necesariamente en la realidad.

 «Lo interesante de Anselmo es que su modo de hacer teología está muy cerca de los padres de la Iglesia, muy centrado en la Escritura, muy poético, espiritual y orientado a la predicación», explica David Torrijos, profesor de Filosofía de la Universidad Eclesiástica San Dámaso. «Pero, al mismo tiempo, ya apunta las maneras de la filosofía escolástica, más preocupada por poner en orden las ideas de manera sistemática, sobre todo a través de la lógica aristotélica. San Anselmo es el eslabón que une ambos mundos», añade.

 El suelo de la teología

El convento de Bec tenía propiedades en Inglaterra, por lo que Anselmo, una vez nombrado prior y más tarde abad, se vio obligado en varias ocasiones a cruzar el mar para su gestión. Entabló así una fuerte relación con la pujante Iglesia británica y, cuando el arzobispo de Canterbury murió, Anselmo parecía ser su sucesor natural.

 Así, el rey Guillermo II de Inglaterra decidió nombrarle obispo en marzo de 1093, pero Anselmo se resistió con todas sus fuerzas. «Es notorio a muchos —se quejó ante el Papa Urbano II— qué violencia se me ha hecho y cuánto he sido reacio a ser nombrado obispo. Son tareas que no puedo llevar a cabo sin poner en peligro la salvación de mi alma». Pero su esfuerzo fue inútil y, finalmente, acabó tomando posesión de su diócesis en el mes de septiembre.

 Siete años le duró la tranquilidad a Anselmo, pues a la muerte de Guillermo II en el año 1100 su sucesor, el rey Enrique I, exigió ser investido por el arzobispo de Canterbury, y así privilegiar la corona sobre la mitra. Sin embargo, las leyes eclesiásticas lo prohibían y Anselmo se vio obligado a huir al continente y buscar el aval del Papa. El rey se empecinó en su postura y tensó la situación de tal modo que Anselmo amenazó con excomulgarle en 1105. Aquello desatascó la controversia y, finalmente, el monarca se sometió a la Iglesia. Anselmo volvió a Inglaterra para retomar el gobierno de su sede y allí pasó los últimos años de su vida. Cuando murió, el 21 de abril de 1109, dejó inconcluso un tratado sobre el origen del alma, un desafío intelectual cuya verdad ya le fue concedida en el cielo.

 «El pensamiento de san Anselmo introdujo el uso de los elementos más sofisticados de la razón —señala David Torrijos—, pero sin perder nunca el suelo del encuentro con Cristo, que es en realidad el corazón de la teología».