Cómo leer creativamente la literatura - Alfa y Omega

Cómo leer creativamente la literatura

La capacidad de sugerir claves lúcidas para interpretar los enigmas de la vida es el secreto de la buena literatura. Con razón afirmó S. Doubrovski que «el análisis literario o es filosófico o no es nada»

Alfonso López Quintás
Una representación de Esperando a Godot. Foto: David Ruano

De joven, leí La náusea –de Jean Paul Sartre– y apenas entendí nada. No logré comprender cómo, al mirar fijamente la raíz de un castaño, se pierden de vista todas las significaciones de las cosas. Sentí que necesitaba una clave, y me esforcé durante años por elaborar un método que nos enseñe a leer creativamente, reviviendo la génesis de los textos. Releí, de esta forma, La náusea y todo se me iluminó. Sartre realiza aquí tres experiencias: la de la raíz, la sonrisa y la canción. Si rehago estas experiencias, advertiré que, al mirar la raíz de manera relajada, con la mente en blanco, acabo viéndola desdibujada, como algo amorfo. Pero lo que no tiene forma no alberga una significación. De ahí que al protagonista todo le pareciera igual de insensato, es decir, carente de sentido. Pero, en cuanto se despertó de su actitud de extremo relax y miró las cosas a distancia –es decir, con la debida perspectiva–, observó que cada una mostraba su figura propia y cobraba sentido. Por eso dice, con expresión literaria: «el jardín me sonrió», es decir, se mostró expresivo.

Meursault, el protagonista de El extranjero, de Albert Camus, carecía de creatividad y vivía en el nivel de las puras sensaciones. No entendió a María –su amante– cuando esta le propuso casarse; no comprendió al juez cuando le condenó a muerte por haber matado a un árabe en la playa «a causa del sol», y, antes de ser ajusticiado, pronunció estas palabras sorprendentes: «Para que todo sea consumado, para que me sienta menos solo, me quedaba esperar que el día de mi ejecución hubiese muchos espectadores y me recibiesen con gritos de odio».

La mirada profunda que postula mi método nos permite clarificar esta desolada confesión. Meursault se movía en el nivel 1 –el de las puras sensaciones–, y ese empastamiento en el entorno no le permitía comprender lo que significa realmente asesinar, casarse, dictar sentencia, ser ajusticiado en virtud de unas palabras pronunciadas por una persona semejante a las demás. Si, al dirigirse hacia el patíbulo, oyera una palabras compasivas –con su dosis de creatividad–, se vería invitado a elevarse al nivel 2 –fuente de creatividad y de luz–, con el riesgo de que se le iluminara de golpe el sentido de la vida humana, y se viera por primera vez como un asesino, un extraño entre las gentes honradas, un abominado extranjero. En Francia se volvió, con frecuencia, a juzgar a Meursault, y no pocos lo consideraron inocente, al pensar que, en el nivel en que vivía, no podía captar el sentido de las acciones y las palabras. Lo cual parecía liberarlo de culpa. No advirtieron que su culpa básica residió en bajarse a tal nivel infracreador. La tragedia de su vida no consistió en cometer un delito, sino en condenarse de por vida a no poder hacer nada dotado de sentido.

La peligrosidad del vértigo

En esta línea se comprende la afirmación de que Esperando a Godot, de Samuel Beckett, es la obra más trágica de la literatura francesa del siglo XX. Ciertamente, en ella no acontece nada especialmente grave, pero nada hay más grave y letal para unas personas que hallarse en el grado cero de creatividad, y hablar durante horas sin tejer un solo diálogo auténtico.

Entendido así el análisis como la recreación de las experiencias básicas de las obras, queda patente, en Tierra de los hombres, de Saint-Exupéry, por qué la generosidad del beduino –el hombre más humilde del desierto– permitió a dos jóvenes poderosos recobrar el amor a la humanidad, de la que se habían alejado. Oyes las palabras que uno de ellos dijo al beduino –«¡Tú eres el hermano bienamado…!»–, y te estremeces.

Lees La celestina y sientes que el amor germina ahí en un terreno baldío y no conduce sino a desastres en cadena que parecen desmoronar la vida. Pero luego oyes las dos imprecaciones de Pleberio, el padre de la malograda Melibea, y sientes un hondo escalofrío, porque descubres la clave de todo. Si alguien le explica a un joven que esta obra describe la peligrosidad del vértigo, proceso espiritual que lo promete todo, no exige nada y al final lo quita todo, no tendrá días en la vida para agradecerlo, pues sabrá para siempre distinguir lo que es amor y lo que no es sino erotismo.

Esta capacidad de sugerir claves lúcidas para interpretar los enigmas de la vida es el secreto de la buena literatura, leída a la luz que nos facilita un pensamiento que merezca el calificativo de filosófico. Con razón afirmó S. Doubrovski que «el análisis literario o es filosófico o no es nada».

El autor acaba de publicar Literatura francesa del siglo XX (Rialp)