Al comedor social en familia - Alfa y Omega

Juan, Antonia, Laura y Ángel, 35, 33, 6 y 4 años respectivamente. Un frío día de enero de 2014 están haciendo cola en la fila del comedor Ave María para desayunar. Con la cabeza baja y avergonzados llegan a la puerta del comedor y se encuentran con la sorpresa de que los niños no pueden pasar. Se les explica el porqué y, sin comprender del todo, deciden entrar primero uno y luego el otro para no dejar a los niños solos. Día tras día se repite la escena.

Un día de mucha lluvia les invito a subir a la capilla. Comienzan a hablar e inmediatamente me doy cuenta de la dureza de su historia. Vivían en un piso de alquiler. Juan trabajaba en la construcción y Antonia trabajaba limpiando tres horas diarias. Un día le dicen a Juan que se queda sin trabajo. Angustiado por la situación que se le viene encima solicita el paro y con eso y lo poco que gana su mujer pueden salir adelante.

Se les acaba el paro y no tienen para pagar el alquiler y comer. Se van a vivir a una habitación que les dejan unos amigos. «Aunque es pequeña, por lo menos tenemos un techo», dice Juan resignado. Ha comenzado el calvario. Van a los comedores y piden en la puerta de una iglesia. Ante esta situación no puedo permanecer indiferente. No basta con darles el desayuno y algo de comida para los niños. Hablo con los voluntarios y buscamos cómo ayudarles. Entre todos alquilamos un piso pequeño y le damos alimentos. Con lo que Juan saca pidiendo pagan la luz, el agua… El siguiente paso es encontrarle un trabajo. Un día se acerca al comedor un señor para preguntarnos si conocemos a alguien para llevar una portería. Se lo ofrecemos a Juan y acepta loco de contento. El señor le hace un contrato de seis meses y, aunque el sueldo no es mucho, pueden volver a ser la familia que eran. La pesadilla ha terminado. Aquel frío día de enero de 2014 es historia. Juan y Antonia vuelven a caminar con la cabeza alta y son otra vez aquella familia feliz que solo quiere vivir con lo poco o mucho que ganen trabajando dignamente. Y como gesto de agradecimiento, Antonia decide dedicar dos mañanas a servir a los necesitados en el comedor Ave María.