«A veces se tiene compasión hacia los animales, y no se ayuda al vecino» - Alfa y Omega

«A veces se tiene compasión hacia los animales, y no se ayuda al vecino»

El Santo Padre Francisco ha invitado este sábado, en la audiencia jubilar, «a cultivar la piedad sacudiéndonos de encima la indiferencia que nos impide reconocer el sufrimiento de los hermanos que nos rodean y liberarnos de la esclavitud del bienestar material»

Redacción

El Papa Francisco lamentó hoy que haya gente que sienta compasión por los animales, pero después muestre su indiferencia ante las dificultades de un vecino, al reflexionar sobre el concepto de «piedad» durante la audiencia jubilar mensual celebrada en la Plaza de San Pedro en el marco del Año de la Misericordia.

Al comienzo de sus palabras, Francisco no dudó en bromear sobre la lluvia que caía sobre los fieles. Después de pedirles un aplauso para los enfermos que escuchaban desde el Aula Pablo VI, reconoció que «no es fácil aplaudir con el paraguas en la mano». A continuación, en un tono más serio, el Pontífice alertó de que no hay que confundir la piedad con la conmiseración hipócrita. «Hoy se debe estar atentos a no confundir la piedad con la conmiseración, que consiste solo en una emoción superficial, que no se preocupa del otro», explicó.

La piedad tampoco se puede equiparar a «la compasión que sentimos por los animales que viven con nosotros. Sucede, de hecho, que a veces se tiene este sentimiento hacia los animales, y se permanece indiferente ante los sufrimientos de los hermanos. Cuántas veces vemos gente tan apegada a los gatos, a los perros, y después dejan sin ayuda el hambre del vecino, de la vecina».

Actuar para transformar la tristeza en alegría

El Pontífice argentino explicó a continuación que la piedad es una manifestación de la misericordia, y un don del Espíritu Santo, añadió en la víspera de Pentecostés. Recordando a todas las personas que en el Evangelio le pidieron piedad a Jesús, añadió que para el Señor «sentir piedad» es «compartir la tristeza de quien encuentra, pero al mismo tiempo obrar en primera persona para transformarla en alegría». Francisco instó entonces «a cultivar la piedad sacudiéndonos de encima la indiferencia que nos impide reconocer el sufrimiento de los hermanos que nos rodean y liberarnos de la esclavitud del bienestar material».

El Papa concluyó refiriéndose a la Virgen: «En esta víspera de Pentecostés, queremos unirnos espiritualmente con la Virgen María y los apóstoles reunidos en oración en espera del Espíritu Santo. Que el Paráclito nos ayude a crecer en la fe y en la caridad para ser testimonios de la verdadera piedad. Este mes de María nos invita a multiplicar cotidianamente los actos de devoción e imitación de la Madre de Dios. ¡Recen el Rosario cada día! ¡Dejen que la Virgen Madre posea su corazón, encomendándole lo que son y tienen! Y Dios será todo en todos».

Efe / Redacción

Texto completo de las palabras del Papa

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

No parece tan bonito el día, pero ustedes son valientes y han venido con la lluvia, gracias. Esta audiencia se realizará en dos lugares: los enfermos están en el Aula Pablo VI, por la lluvia, están más cómodos ahí y nos siguen a través de las pantallas; y nosotros aquí. Estamos unidos, ambos, y les hago la propuesta de saludarlos con un aplauso. No es fácil aplaudir con el paraguas en la mano, ¿eh?

Entre los tantos aspectos de la misericordia, existe uno que consiste en sentir piedad o apiadarse en relación a cuantos tienen necesidad de amor. La «pietas» –la piedad– es un concepto presente en el mundo greco-romano, donde indica el acto de someterse a los superiores: sobre todo la devoción debida a los dioses, también el respeto de los hijos hacia los padres, sobre todo a los ancianos.

Hoy, en cambio, debemos estar atentos a no identificar la piedad con el pietismo, bastante difundido, que es solo una emoción superficial y ofende la dignidad del otro. Al mismo modo, la piedad no se debe confundir ni siquiera con la compasión que sentimos por los animales que viven con nosotros; sucede, de hecho, que a veces se siente este sentimiento hacia los animales, y se permanece indiferente ante los sufrimientos de los hermanos. Pero, cuantas veces vemos gente tan apegada a los gatos, a los perros, y después dejan sin ayuda el hambre del vecino, de la vecina… no, no ¿eh?

La piedad de la cual queremos hablar es una manifestación de la misericordia de Dios. Es uno de los siete dones del Espíritu Santo que el Señor ofrece a sus discípulos para hacerlos «dóciles para seguir los impulsos del Espíritu Santo» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1830). Tantas veces en el Evangelio se presenta el grito espontáneo que personas enfermas, endemoniadas, pobres o afligidas dirigen a Jesús: «Ten piedad» (Cfr. Mc 10, 47-48; Mt 15, 22; 17, 15).

A todos Jesús les respondía con la mirada de la misericordia y el consuelo de su presencia. En tales invocaciones de ayuda o pedidos de piedad, cada uno expresaba también su fe en Jesús, llamándolo «Maestro», «Hijo de David» y «Señor». Intuían que en Él había algo extraordinario, que les podía ayudar a salir de la condición de tristeza en la cual se encontraban. Percibían en Él el amor de Dios mismo.

Y aunque la gente se amontonaba, Jesús se daba cuenta de aquellas invocaciones de piedad y se apiadaba, sobre todo cuando veía personas sufrientes y heridas en su dignidad, como en el caso de la hemorroisa (Cfr. Mc 5, 32). Él los llamaba a tener confianza en Él y en su Palabra (Cfr. Jn 6, 48-55). Para Jesús sentir piedad equivale a compartir la tristeza de quien encuentra, pero al mismo tiempo a obrar en primera persona para transformarla en alegría.

También nosotros somos llamados a cultivar en nosotros actitudes de piedad ante tantas situaciones de la vida, quitándonos de encima la indiferencia que impide reconocer las exigencias de los hermanos que nos rodean y liberándonos de la esclavitud del bienestar material (Cfr. 1 Tim 6, 3-8).

Miremos el ejemplo de la Virgen María, que cuida de cada uno de sus hijos y es para nosotros creyentes el icono de la piedad. Dante Alighieri lo expresa en la oración a la Virgen puesta al culmen del Paraíso: «En ti misericordia, en ti bondad, en ti magnificencia, en ti se encuentra todo cuanto hay de bueno en las criaturas» (XXXIII, 19-21). Gracias.