Tri-unidad - Alfa y Omega

Tri-unidad

Domingo de la Santísima Trinidad

Aurelio García Macías
Foto: CNS

Tras la culminación del tiempo pascual con la solemnidad de Pentecostés, la liturgia de la Iglesia dedica un domingo a contemplar el misterio de Dios, Uno y Trino. Después de hacer memoria de Jesucristo Resucitado, durante 50 días, y del Espíritu Santo en la solemnidad de Pentecostés, parece que la propia dinámica del año litúrgico pide una fiesta que contemple al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en la comunión de amor de su misterio trinitario. Por eso, aparece en el segundo milenio esta solemne fiesta dedicada a la Santísima Trinidad.

«Muchas cosas me quedan por deciros»

El texto del Evangelio de Juan que se proclama en este domingo pertenece a los denominados discursos de despedida. En el contexto de la última cena, en un ambiente de despedida, Jesús, siendo consciente de que falta poco tiempo para su Pasión y Muerte, se dirige a sus discípulos, completamente ajenos a los inminentes acontecimientos. Jesús, como buen Maestro, conoce muy bien a sus discípulos, sabe lo que les ha enseñado y lo que aún le falta por enseñar, sabe lo que han aprendido y aquello que les cuesta entender. Admite que hay muchas cosas más que le hubiera gustado haber dicho a aquellos amados alumnos; sin embargo, bien sabe Él que no ha sido posible. ¿Por qué? Porque aquellos discípulos, aunque se consideran fuertes, son débiles; no están capacitados, ni siquiera aún, para imaginar lo que les espera. No pueden sospechar el sufrimiento atroz del Mesías ni la humillación a la que será sometido el Ungido. No están capacitados para soportar la implicación y consecuencias de su discipulado. Ahora, en este momento previo a la Pasión y Muerte, ante el desconcierto tremendo que van a vivir sus discípulos, Jesús prefiere callar. Y en este contexto, promete el envío del Espíritu Santo –el Paráclito– para que sea él quien continúe la misión instructiva de Jesús entre sus discípulos.

«El Espíritu de la Verdad»

Por tanto, Jesús sabe que no puede compartir muchas cosas con sus discípulos, pero lo hará el Espíritu Santo, que en este texto es denominado como «Espíritu de la Verdad». El Espíritu guía los pasos de la comunidad apostólica y les revela la Verdad, que es el mismo Cristo, como Él mismo se había definido: «Yo soy la Verdad» (Jn 3,8-10). Es decir, les ayuda a comprender las palabras anunciadas por Cristo mismo y a entender su propio misterio. Por eso, la gran misión del Espíritu es guiarlos hacia la Verdad, conducirlos por un camino que supone un proceso gradual con etapas diversas y sucesivas. Más aún: no solo ayudará a comprender el significado pleno de lo que ha dicho Jesús, sino también todo aquello que habrá de venir; lo pasado y lo futuro. De este modo se convierte en ayuda y garantía continua para la Iglesia.

«Lo que tiene el Padre es mío»

En el texto se menciona al Padre. Es la fuente de toda revelación y verdad. Todo lo que enseña el Hijo y el Espíritu procede del Padre. Tanto el Hijo como el Espíritu transmiten a los creyentes lo que han escuchado del Padre.

Es interesante también esta asociación que hace Jesús mismo entre el Padre y Él. Todo lo que es del Padre es del Hijo. Establece una comunión de vida y amor entre ambos. También con el Espíritu. Se habla de comunión y divinidad. Este es el motivo por el que la liturgia de la Iglesia proclama este texto evangélico en la solemnidad de la Santísima Trinidad. Cristo revela su identidad filial, habla del Padre y promete el Espíritu. Este es el misterio del Dios cristiano: Uno y Trino. Por supuesto que este pasaje evangélico no quiere ni pretende ser un tratado dogmático sobre el misterio de la Trinidad ni una explicación ontológica sobre la naturaleza del Dios Uno y Trino. Son cuestiones académicas reservadas a las aulas de teología. El texto expone simplemente las palabras de Jesucristo, antes de su Pasión y Muerte, en las que revela el misterio trinitario y manifiesta la acción de Dios en favor de su pueblo.

Profesamos nuestra fe en el Dios Uno y Trino, reconociendo nuestra impotencia para abarcar racionalmente los límites del misterio. Siempre que se celebra esta solemnidad, recuerdo aquella elocuente anécdota del gran obispo y predicador francés del siglo XVII Jacobo Benigno Bossuet, cuando al bajar del púlpito, tras acabar un sermón sobre la Trinidad, afirmó en alta voz ante el pueblo: «Perdona, Señor, son hombres los que hablan».

Evangelio / Juan 16, 12-15

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues no hablará por cuenta propia, sino que hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir. El me glorificará, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que recibirá y tomará de lo mío y os lo anunciará».