Ordóñez, quince años después - Alfa y Omega

Le asesinaron en la parte vieja de San Sebastián. Callaron su firme voz, nunca temblorosa, aquel coraje cívico, político y moral, aquella valentía inaudita que arrollaba, que entusiasmaba a quienes sólo tenían una tenue esperanza de que algún día todo esto tendría que acabar. Gregorio Ordóñez sabía que le matarían. La hidra sangrienta le tenía desde hacía tiempo en la diana. Molestaba y mucho.

Hoy, ETA sigue atrapada en la violencia, en la espiral del terror. La hidra sangrienta, la hidra asesina. Ha cumplido cincuenta años. Cinco décadas, casi novecientos muertos, miles de heridos, miles de familias rotas, asesinados por la ira, el odio, la venganza, la irracionalidad. La dictadura del terror. No existen ideales que merezcan tamaño sacrificio de sangre y dolor. Pero sí existen los de personas con la convicción, el coraje, la valentía, el pundonor y los valores de Gregorio Ordóñez y tantos otros que han sido vilmente asesinados. Los valores de la libertad, de la justicia, de la paz, del diálogo, de la unión frente al terror. Los valores de la democracia y el Estado de Derecho. No existen patrias que precisen bautizos de sangre y terror.

Hoy, el hijo de pocos meses al que una banda de asesinos dejó huérfano estará sin duda cada vez más orgulloso de un padre como el que tuvo y se entregó a los demás y a unos ideales; y de una madre con un extraordinario coraje, como ha demostrado en todos estos años con tremenda discreción y ausente el protagonismo.

Con el asesinato de Ordóñez nos estremecimos realmente por primera vez; luego vendrían muchos otros, injustos, inhumanos, crueles, pero no sería hasta la muerte de Tomás y Valiente y de Miguel Ángel Blanco en que definitivamente nos echamos a la calle. Y aquello sólo es un recuerdo efímero, vaporoso, que no dejamos que cale y siga calando. Hoy nos hemos dejado crispar y dividir por epígonos de una política que ni sienten ni practican y, lo que es peor, ni siquiera somos capaces de ver la luz. No hay salida al final de un túnel cegado por el odio y la ira, la violencia y el fanatismo. Sólo la derrota de la hidra llevará a la paz. La última oportunidad hacia la paz fue un fracaso aderezado de mentiras y mezquindades, un estrepitoso fracaso también por parte de un Gobierno que se creía en posesión de la verdad última y la solución a tantos años de sufrimiento y terror. Pero la Historia es un caudal inagotable de experiencia y verdad que sólo los necios o los engreídos se empecinan en ignorar. El anacronismo más mortífero que sufre este país sigue asesinando y lo hará en cualquier momento después de la ruptura de un proceso, que lo fue de todo menos de paz.

Abel B. Veiga