Carlos Osoro: «La expresión máxima de la libertad es la libertad religiosa» - Alfa y Omega

Carlos Osoro: «La expresión máxima de la libertad es la libertad religiosa»

Cántabro de nacimiento (Castañeda, 1945), monseñor Carlos Osoro Sierra fue nombrado arzobispo de Madrid por el Papa Francisco el 28 de agosto de 2014, y es vicepresidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE) para el trienio 2014-2017. Quién se lo iba a decir a aquel joven de 28 años que se ordenó sacerdote (1973) en Santander, después de haber cursado, entre otros, estudios de Magisterio, Pedagogía y Matemáticas, y de haber ejercido la docencia hasta su ingreso en el Seminario para vocaciones tardías en el Colegio Mayor El Salvador de Salamanca; después, estudiaría Filosofía y Teología en la Universidad Pontificia

Colaborador

Dos años después de su ordenación sacerdotal pasó a ser vicario general en su diócesis (1976 hasta 1993), y, desde 1977, fue nombrado también rector del Seminario de Monte Corbán (Santander), misión que ejerció hasta que fue nombrado obispo de Orense en 1997. 5 años después, pasó a ser arzobispo metropolitano de Oviedo y, ya en 2009, el Papa Benedicto XVI le nombró arzobispo metropolitano de Valencia, donde permaneció hasta su nombramiento como arzobispo de Madrid.

Monseñor Osoro, además, no ha dejado de estar vinculado a la docencia y, desde 2008, es patrono vitalicio de la Fundación Universitaria Española y director de su seminario de Teología. Un discurso claro, directo, que no elude las preguntas ni se va por la tangente es el resultado evidente de esa vocación docente que no ha abandonado a monseñor. Hombre sencillo, humilde, que gusta estar muy cerca de los seglares y que no desaprovecha nunca la ocasión de departir con ellos cuando termina cualquiera de las misas que celebra periódicamente, en muchas parroquias de su diócesis. Acaso por eso mismo los cristianos madrileños no ven en su arzobispo a un dignatario lejano e inaccesible, sino todo lo contrario, un pastor al que se puede recurrir con libertad y cuando es necesario.

El Papa Francisco ha despertado en la Iglesia un optimismo y una valentía que parecían algo caídos entre los católicos —al menos occidentales— , y ha revitalizado el afán del cristiano de servicio al hombre. ¿Cómo valora su pontificado?
Para mí y para toda la Iglesia, estos tres primeros años de pontificado de Francisco están siendo unos momentos que, de alguna manera, recuerdan aquellos en los que comenzó el Concilio Vaticano II, cuando el Papa Juan XXIII, en su discurso de inauguración, nos hablaba de que la Iglesia tenía que dejar de ser esa madre que riñe, y pasar a ser una madre que, con la misma misericordia del Señor, sale a buscar a todos los hombres. Y esto que se ha hecho en la Iglesia del postconcilio, a través de todos los papas que ha habido, adquiere una singularidad especial con el Papa Francisco. El Papa actual nos ha entregado esa exhortación apostólica Evangeli Gaudium (La alegría del Evangelio); nos ha regalado también la encíclica Lumen Fidei, sobre la fe, que decía que estaba escrita a dos manos; nos ha regalado la encíclica Laudato si, que es todo un canto a querer hacer y construir la gran familia de los hijos de Dios, esa casa común en la que estamos viviendo, que tiene que adquirir un colorido, un paisaje absolutamente nuevo; y nos ha entregado también Amoris Laetitia, una exhortación importantísima sobre la familia… Todo ello está alentándonos a la esperanza, a la alegría, a descubrir que el Evangelio tiene que ser protagonista en la construcción de este mundo. Y mucha gente que miraba para otro sitio, y que no quería saber nada de la Iglesia, vuelva de nuevo su mirada hacia ella… Creo que es providencial que el papa Francisco esté como sucesor de Pedro en estos momentos. Yo he vivido mi ministerio episcopal y sacerdotal, anteriormente, con los Papas Pablo VI, después con Juan Pablo I y Juan Pablo II y con Benedicto XVI, y creo que este es un momento de esperanza, de gran alegría y de gran ilusión por hacer que el Evangelio entre en todos los rincones de la existencia humana y en todos los rincones existenciales donde los hombres hacemos la vida en historia.

¿Cree que la figura de Francisco ha revitalizado también la fe de los católicos convencidos, y que ha vuelto a interesar a ese otro sector de cristianos, más o menos numeroso, de católicos tibios, algo despegados de la iglesia en los últimos años, y hasta a personas agnósticas?
Al Papa le siguen. Es un hombre que es noticia por su manera de ser, de vivir, de estar, de relacionarse, de comunicarse. Y es una noticia agradable porque no se anuncia a sí mismo, anuncia a Jesucristo.

¿Qué recuerda de su Cantabria natal, del entorno donde estaba en la segunda mitad de los 70, y cómo percibe la sociedad de nuestros días?
Yo fui ordenado sacerdote en el año 73, de modo que viví muy de cerca los últimos momentos de Franco y los primeros de la democracia. Durante 20 años fui vicario general de Santander y rector del Seminario diocesano —estaba cerrado y el obispo me pidió que lo reabriese—. Fueron momentos intensos, de gran esperanza, de gran ilusión. Me parece que aquel fue un momento en el que todos los españoles nos pusimos de acuerdo en que lo importante era hablar de futuro, de cómo podíamos construir juntos una España en la que se pudiera vivir en paz, en fraternidad, con una justicia que ayudase a la convivencia y al respeto de todas las opiniones, pero siempre con un objetivo común, el de salir adelante, dejar lo oscuro y entregar luz siempre, y con perspectivas de futuro, pero todos juntos. Lo importante era que las personas pudiesen vivir, convivir y construir y eso se ha mantenido durante mucho tiempo… En el inicio de mi ministerio, yo estaba en la parroquia de Torrelavega, una ciudad industrial —la más industrializada de Cantabria— en donde los movimientos sociales en esos últimos años de Franco fueron tremendos (huelgas, cierre de fábricas…). Me tocó el cierre de la fábrica General, en la que había 2000 empleados, y otras tantas familias en la calle; me tocó también una fortísima reducción de empleados en Sniace; muchos talleres que vivían de la actividad de esas fábricas se tuvieron que cerrar también… Hubo una gran convulsión social, y en la parroquia en la que yo estaba, se dieron respuestas también a estas situaciones difíciles. Nos llegaban familias deterioradas en lo humano, que no tenían lo necesario para vivir. Pero, al mismo tiempo, fue un momento de creatividad, de solidaridad con toda esa gente, de cercanía de la Iglesia… En esa época, como dice la Biblia, todos vivimos «dejando lo de atrás y mirando hacia delante». La tentación de mirar hacia atrás es grande siempre, pero esa actitud no es nada constructiva.

¿Podría entenderse España, como nación, sin su vinculación al cristianismo?
Sinceramente, creo que no. España ha fraguado su historia, su vida incluso, desde los primeros momentos del cristianismo- en esa manera de entender al ser humano, las relaciones entre los hombres, desde la visión que Jesucristo da del hombre. Creo, además, que es importante destacar que las grandes gestas que ha protagonizado España en los finales del siglo XV y principios del XVI, de la evangelización de América, solo se entiende si se admite que allí fue lo mejor que teníamos en la Iglesia, porque si no es inexplicable que allí se transmitiese la fe cristiana en tan corto espacio de tiempo, con tal hondura que ese hecho ha marcado también la vida de todos aquellos pueblos vinculados a nosotros de una forma especial.

¿A qué cree usted que se debe que algunos sectores sociales y políticos españoles se empeñen en vincular a la Iglesia católica con ciertas corrientes políticas, casi a hacer de ella otro partido político?
Esas vinculaciones pueden referirse a personas determinadas porque la Iglesia, como tal, no ha estado vinculada nunca a ningún partido. Cuando se ven las declaraciones que se han hecho en momentos clave de elecciones democráticas, la Iglesia no ha dicho nunca que se votase a un partido o a otro. Ha pedido siempre que se votase en conciencia. Y es verdad que la Iglesia no hace concesiones en ciertos aspectos que son esenciales: el derecho a la vida, su defensa desde el inicio hasta la muerte del ser humano; la defensa de la familia… Ambos son aspectos esenciales en la construcción del mundo, de la historia y la vida de los hombres. Si eso ha sido objeto de vinculación a ciertos partidos, es mentira. La Iglesia no puede entender estas cosas de manera distinta.

¿Cómo debe hablar la Iglesia para ser influente y al mismo tiempo permanecer fuera de los planteamientos políticos?
Cuanto más nos acerquemos al Evangelio, más nos movemos en libertad. La gran tarea de la Iglesia -como nos dice el papa Francisco- es volver permanentemente al Evangelio. Este tiene la suficiente fuerza y capacidad para generar, no solo creatividad ante las nuevas situaciones, sino también para desarrollar capacidades especiales para que los hombres podamos vivir juntos, construir la fraternidad, mirar hacia el futuro, respetar siempre al otro….

¿No ve usted en nuestro país, y en los últimos tiempos, una corriente social de cierta animadversión hacia la iglesia?
Creo que existen grupos que —por lo que fuere— son incapaces de ver la limpieza con la que la Iglesia está actuando en estos últimos años. Sin la vida diaria de la Iglesia, que ha estado con los pobres, con los que más han necesitado, con los que no tenían trabajo, con quienes tenían hambre, con los que no tenían casa o se quedaban sin ella, las cosas serían bien distintas. La historia de la España de los últimos tiempos es inexplicable sin la participación de la Iglesia. Querer ser ciegos para ver esto es algo absurdo porque los datos son evidentes. Y la Iglesia ha tenido un papel singular en evitar enfrentamientos, y ha sabido responder y ayudar a los demás a que pudiésemos repartir unos con otros lo que tenemos. Todo esto creo que ha generado un grado de convivencia aceptable. Y siempre en la búsqueda de la justicia, de la verdad del hombre, y defendiendo la verdadera libertad… Porque no hay verdadera libertad sin libertad religiosa. Hay gente que se empeña en hablar de la libertad, pero cercena la libertad religiosa, y no hay libertad si no incluye también la libertad religiosa, porque esta es la expresión máxima de libertad porque no cierra ninguna de las dimensiones del ser humano. El 99 por ciento —por no decir más— de los seres humanos viven la dimensión trascendente. Si no se respeta esa dimensión, y no solamente porque yo pueda rezar a solas en una habitación, sino porque se pueda mostrar libremente en la calle y crear unas instituciones, unas maneras de vivir… Lo mismo que el estado promueve instituciones de todo tipo (educativo, cultural, etc.), también los grupos sociales —entre los cuales están los cristianos también— pueden crear esas instituciones. Esa es la verdadera libertad. Lo demás, es dictadura absoluta.

La conservación hasta nuestros días de la mayor parte del patrimonio cultural de España, ¿habría sido posible sin la Iglesia católica?
Sinceramente, creo que no. A veces se queja la gente de que lo hemos cuidado poco. Lo hemos hecho sin medios de ningún tipo y se ha mantenido gracias a la Iglesia, al cuidado de muchísimos sacerdotes que, perdidos en aldeas, pueblos y ciudades, han conservado y guardado todo el patrimonio cultural. Es verdad que en estos últimos años se ha ayudado a la conservación y restauración de este patrimonio, pero creo que hubiese sido imposible hacerlo sin haber contado con toda esa gente que durante muchísimos años ha ido guardando ese patrimonio con fuerza extraordinaria. Y no solamente sacerdotes, sino también cristianos que han sabido conservarlo, guardarlo para poder contar hoy con este patrimonio extraordinario, para mostrarlo a todo el mundo.

La presencia de la Iglesia en el ámbito escolar es enorme en todo el mundo: decenas de miles de centros de infantil, primaria, secundaria y universitaria, y millones de alumnos en todos ellos. ¿Ve usted algún peligro inminente o futuro en España para la enseñanza concertada?
El peligro que veo es el de que se cercene la libertad religiosa, que —vuelvo a decirlo— es la expresión máxima de la libertad. Todo aquel que defienda la libertad, tiene que aceptar este planteamiento, porque la expresión máxima de esa libertad, es la libertad religiosa. Si no, habrá dictaduras. De un tipo o de otro, de uno u otro signo, pero dictaduras que imposibilitan la expresión de todas las dimensiones esenciales que constituyen la vida del ser humano. Eso sí me preocupa. Porque cuando eso no se respeta, se liquidarán muchas cosas y vendrá el quitar las subvenciones a la enseñanza, y a otras instituciones de todo tipo, para acabar cerrando todas ellas. Eso sería cercenar la libertad y crear una dictadura, que tan cerca hemos tenido nosotros y hace muy pocos años.

Francisco ha dicho recientemente que ignorar a los pobres es despreciar a Dios. El brazo ejecutor de la política social de la Iglesia es Cáritas, y la institución ha desempeñado y desempeña un papel clave en España y en el mundo para paliar las desigualdades. Pero, ¿se puede imaginar un mundo sin pobres?
Siempre habrá pobres… Se quitan unas injusticias y siempre aparecen otras. Creo que aquello del Evangelio de «siempre tendréis pobres con vosotros», es real. Y la historia de la Iglesia está llena de creación de instituciones que luego ha ido cogiendo el Estado. ¿Quién hizo los primeros hospitales?, ¿quien ha hecho los primeros centros de atención a los mayores, a los ancianos?, ¿o los primeros que recogían a los pobres de la calle para albergarlos en un lugar donde poder vivir con dignidad? La Iglesia siempre tendrá iniciativa y creatividad para poder seguir haciendo todas esas cosas porque, desgraciadamente, siempre habrá pobrezas, no solo de dinero, sino -lo que aún es peor- de no tener en cuenta que todo ser humano está hecho a la imagen y semejanza de Dios, y que ante todo ser humano nosotros tenemos que arrodillarnos. De no saber eso, proceden muchas otras cosas…

El Papa estudia que las mujeres oficien bautizos y matrimonios. La iniciativa de Francisco es mucho más que un gesto, ¿no?
El Papa ha dicho que se estudie la función que tuvo la mujer en la Iglesia primitiva… Eso es bueno. Pero el Papa no está hablando para nada ni de ordenaciones, ni de nada de nada. Se han querido sacar consecuencias que no ha tenido el Papa. Yo creo que no hay que tener miedo a estudiar las cosas, a profundizar en ellas, a ver qué es lo que la mujer hizo y vivió en los primeros tiempos de la Iglesia… Ni a eso, ni a ninguna otra cosa. La Iglesia no tiene miedo. Los miedos, los quitó nuestro Señor el día en que se apareció a aquellos primeros discípulos que estaban encerrados en una estancia porque tenían miedos, y cuando vieron que Él estaba con ellos, que les quería, y desde que les dijo «id por el mundo y anunciad el Evangelio», desaparecieron los miedos en la Iglesia. El miedo que tiene que tener la Iglesia es a dejar de ver que, sin Jesucristo, ella no es nada.

La experiencia de Dios puede nacer del propio conocimiento y no solo por la fe ciega. ¿La fe en la existencia de Dios tiene mayor racionalidad que su negación?
Creo que sí. Una cosa son las razones del hombre. Pero, al mismo tiempo, hay razones que son superiores a las del hombre y que podemos aceptar que nos las dé Dios también. Hay gente que solamente quiere vivir desde sus razones y el raciocinio del hombre tiene siempre un límite. Llega un momento en el que no puede explicar todo. Otros estamos convencidos de que la misma razón del hombre me lleva a una razón más superior que enriquece mis propias razones y que me hace salir de muchos atolladeros que, por mí mismo, no puedo salir. Y, sobre todo, me parece que lo grandioso de Dios es que me da una manera de entender al ser humano, me da un retrato de lo que es el ser humano, y un retrato precioso… En estos momentos existe una enfermedad que yo llamo de las tres D: el primer síntoma de esa enfermedad es la desconfiguración del ser humano. Es duro estar andando por ahí sin saber quién soy. Y cuando el hombre no sabe quién es, la vida le importa muy poco. ¡Si supiésemos nosotros la cantidad de suicidios que hay de jóvenes en España y en el mundo, es posible que hiciésemos entonces otro planteamiento de las cosas! Esos datos no se dan porque asustarían mucho a la gente. Muchas veces obedecen a que el ser humano no sabe realmente quién es… La segunda D corresponde al desaliento, que llega al ser humano cuando este vive sin metas. El ser humano no es un vagabundo, o tiene metas o se muere. Cuando se tienen metas, uno hace camino. Podrá ir por diversos lugares, pero sabe que tiene que llegar a tal sitio… Y la tercera D corresponde a la desesperanza. La desilusión la vemos hoy en todos los niveles de la vida, pero cuando afecta a los jóvenes, que ven que están estudiando algo y que no van a tener salida, trabajo, que no van a poder quedarse en el lugar donde están fraguando su vida, la desesperanza que nace de no sentirse querido. El gran aliento viene al saber que a uno Dios lo abraza y lo quiere incondicionalmente. Puedo ser el mayor pecador pero sé que Dios me abraza. Y cuando yo sé eso, reacciono ante la vida de una forma distinta. Esa gran enfermedad la Iglesia está dispuesta a erradicarla de este mundo. La alegría del Evangelio, de la que habla el Papa es el antídoto contra la enfermedad de las tres D.

Artículo originalmente publicado en Diario Crítico

José-Miguel Vila