Hijos legítimos de España - Alfa y Omega

Hijos legítimos de España

En vísperas de la independencia de casi toda la América española, existía entre las masas un sentimiento abrumadoramente mayoritario de lealtad hacia el rey, sobre todo entre los indios y las clases humildes. ¿Cómo fue posible que se desencadenaran esos fulminantes procesos de independencia? A esta pregunta responde el abogado y escritor José Antonio Ullate, ex-redactor jefe de Alfa y Omega, que publica en Libros Libres Españoles que no pudieron serlo, con el subtítulo La verdadera historia de la independencia de América

Ricardo Benjumea

El nacimiento de las nuevas Repúblicas iberoamericanas se produce a costa de un trágico acontecimiento: la ruptura de la comunidad política hispánica, con «la abolición de la vieja Patria y la mágica proliferación» de las nuevas Repúblicas, resume Ullate. Pero la historiografía oficial elude sistemáticamente el problema. O bien acepta, sin más, los relatos oficiales implantados «a golpe de decreto en las conciencias de generaciones sucesivas de escolares» en Hispanoamérica.

El caso español es único. No se fundaron colonias en América, sino reinos con plenos derechos, verdaderas sociedades autóctonas e hispanas a la vez, celosas de sus fueros y sus particularismos, pero con incuestionable lealtad hacia el rey. El modo de proceder «no es fácilmente comprensible para la mentalidad materialista y descreída de nuestra época», advierte el autor. «La Corona española cumplió celosamente las exigencias que Alejandro VI impuso de subordinar toda política americana a la evangelización. Nunca se ha visto, ni los anales de la Historia guardan memoria de nada semejante a lo que hicieron los reyes de España. No se recuerda otro caso de unos reyes que, en la cúspide del ejercicio de su poder, ante el estupor del mundo, se detengan a examinar escrupulosamente su conducta, a escrutar sus propios derechos con rigor de juez, dispuestos a desprenderse de sus posesiones antes que dejar que la fuerza realice, como acostumbra, su propia apología. Nunca el poder se sometió de forma tan voluntaria al dictamen de la justicia para dar ejemplo de obediencia a la verdad».

Esto es lo que Ullate llama el vector tradicional de la política de la monarquía española, una «fuerza vivificante de un régimen de derecho público cristiano», en el que la ley natural, la costumbre y el pacto se proclamaban por encima de la ley del gobernante. En esto se sintetiza la genial invención de la Hispanidad.

Pero al tiempo que se fue debilitando ese vector tradicional, se fortaleció «el del absolutismo regalista, que irá adquiriendo progresivamente ribetes galicanos y jansenitas políticos». Ese regalismo provoca una profunda desmoralización de la sociedad, y tiene uno de sus episodios más visibles en el destierro de la Compañía de Jesús por Carlos III. En la ciudad de México, se hizo fijar un bando oficial: «… de una vez para lo venidero deben saber los súbditos del gran monarca que ocupa el trono de España, que nacieron para callar y obedecer, y no para discutir ni opinar en los graves asuntos del Gobierno».

Resume Ullate: «El gobernante mismo destruía la ciudad política, y los súbditos, privados de politicidad, sólo podían salvar el amor a España resguardándolo, recluido, en las intangibles regiones del intenso y privado sentimiento. Bastaba ya sólo una fuerza mayor que torciese aquel sentimiento, pues la raíz política se la segaban los gobernantes».

Las heridas abiertas de la Hispanidad

No hubo ningún yugo español sobre unas naciones americanas que comenzaron, no ya a existir, sino a imaginarse sólo cuando la monarquía y el papado sufrían oprobioso cautiverio a manos del emperador del progreso. Han transcurrido doscientos años durante los cuales se han erigido artificiales comunidades políticas, carentes de otra legitimidad de origen que no sea el mito fundacional. Si ese mito se demostrase falso en su inicio, habría que decir, valientemente, que aquellas repúblicas no tienen ninguna legitimidad originaria.

Pero si la América española tiene su pecado original, la España ibérica también tiene el suyo. Si los Estados americanos se inventan un pasado y unos mitos fundacionales, la España peninsular se repliega sobre sí misma y prosigue su trastabillada historia durante el turbulento siglo XIX sin haber sido capaz de darse una explicación de lo que ha sucedido. La España peninsular reniega de América… Es comprensible que, ante una llaga que producía un inmenso dolor, se optase por no hurgar en ella. Pero el tiempo cerró en falso la herida, con una cicatriz doliente, que separa y une a la vez a hispanoamericanos e iberoespañoles. Baste aquí decir que la principal razón de ese olvido deliberado y vergonzante está en la propia refundación política operada en la Corona española a partir de 1833, que va a seguir los mismos principios políticos liberales que inspiran las nuevas repúblicas americanas. La única manera de comprender la escisión americana era contemplarla dentro del cuadro histórico y político de la vieja legitimidad, y aquello era lo último que convenía a la España de María Cristina, de Espartero y de los espadones liberales. Repensar y digerir el problema americano requería regresar -aunque sólo fuera con el pensamiento- a un mundo que se quería muerto y enterrado.

José Antonio Ullate
Del capítulo El vértigo de la mentira