El pintor pájaro - Alfa y Omega

El pintor pájaro

La pinacoteca madrileña presenta, del 31 de mayo al 11 de septiembre, la muestra más ambiciosa del maestro holandés

Lucía López Alonso
Tríptico de san Antonio Abad. Paneles laterales: Prendimiento; Camino del Calvario. Foto: Museo del Prado

Son muchos los atractivos que ha reunido el Museo Nacional del Prado en una sola exposición. Que sea del Bosco, un pintor que nunca pasa de moda por hallarse su obra en un no-tiempo entre la Edad Media y la Modernidad. Que sea en el V centenario de su muerte, y que haya reunido extraordinariamente más del 75 % del catálogo de piezas del maestro holandés que se conservan en la actualidad en todo el mundo.

Mesa de los siete pecados capitales. Foto: Museo del Prado

Cuando se contempla El jardín de las delicias, el tríptico estrella del museo y del maestro, se descubre que El Bosco fue un pintor pájaro: los horizontes y los personajes minúsculos parecen haber sido contemplados a vista de ave, al mismo tiempo que cada detalle parece escogido por el pintor con cuidado, y trasladado, como si de una ramita se tratara, dentro del lienzo.

Contradictorio y por ende inspirador, El Bosco atendió a la naturaleza como uno de los primeros pensadores modernos, pero también sugirió en todas sus creaciones los preceptos de la religión y la cosmología medievales.

El jardín de las delicias. Foto: Museo del Prado

La exposición se asoma a las ventanas –dípticos, trípticos, tablas– de todos los Boscos. Adentra al espectador en la lucidez y en la locura de un tiempo, el salto del siglo XV al XVI, en que se tuvieron que gestionar muchas miserias pero también muchos entusiasmos.

No hay tanto espacio entre lo aparentemente opuesto, entre la anécdota de la realidad y los dogmas de la imaginación en la poética del autor. Entre el hambre como epidemia y la gula como pecado, palpable en la exposición a través de la Mesa de los siete pecados capitales (Patrimonio Nacional. Real Monasterio de San Lorenzo del Escorial; depositada en el Museo del Prado).

San Cristóbal con el Niño Jesús a cuestas. Foto: Museo del Prado

Propenso a lo extravagante, El Bosco parece ir mucho más allá de su propia época. De hecho, hasta en los surrealistas del siglo pasado se encuentra su reminiscencia: el arte será comestible, o no será. La afirmación de Dalí. La gula como pecado capital.

Cargados de contenido, preparados para atrapar, en la muestra se exhiben El carro de heno (Madrid, Museo Nacional del Prado) y el Tríptico de san Antonio Abad (Lisboa, Museu Nacional de Arte Antiga). Una obra que recuerda de nuevo la influencia que tuvieron en los maestros surrealistas El Bosco, Brueghel y los otros bosquianos que vinieron detrás y hoy acompañan al autor en esta exposición del Prado. En 1934 Salvador Dalí quiso incluir en una muestra propia, colgando entre sus obras, una cartela del tríptico sobre el santo.

Visiones del más allá: ascensión al Empíreo. Foto: Museo del Prado

Ya entonces sobraba explicar nada más: nombrar a El Bosco o llegar a adueñarse de sus creaciones en gestos como el de Dalí, significaba homenajear a la contradicción, invocar la mezcla del pensamiento renacentista y la expresión medieval. O, a la inversa, pintar la realidad con los ojos muy abiertos pero guardando la estética de la antigüedad.

Llegadas desde Venecia, se encuentran en la muestra las obras Visiones del más allá: Ascensión al Empíreo (Gallerie dell’Accademia. En depósito en el Museo di Palazzo Grimani) y Visiones del más allá: Infierno (Gallerie dell’Accademia. En depósito en el Museo di Palazzo Grimani). Solamente con sus títulos, ambas piezas sugieren lo que el pintor podría haber sentido. Que, mientras para llegar al Paraíso había que ascender (la mayoría de las veces por dentro de uno mismo), la tentación –y el Infierno que acarrea– le queda al hombre siempre un poco más a mano.

Visiones del más allá: Infierno. Foto: Museo del Prado

Pero no todo en El Bosco es pecado y aturdimiento: el maestro le deja un hueco a la esperanza: San Cristóbal con el Niño Jesús a cuestas (Róterdam, Stichting Museum Boijmans Van Beuningen), presente en la muestra, recuerda al visitante que existe una salida. El santo gigante –con el pez cual calabaza colgada en el bastón, según le imagina El Bosco– se dedicó a cruzar el río cargando sobre los hombros a las personas que podían, sin su protección, morir ahogadas. Y un día llevó a un Niño que le pesó más que el mundo. El que liberaría a los hombres de todas sus cargas. Quien revelaría que se puede salir del mal, dejar atrás todo lo mundano o demencial.

El carro de heno. Foto: Museo del Prado

Jesús contra la condena. Cristóbal contra la locura. Mientras, en la tierra que observa el pintor pájaro, las cosas y los seres –animales y humanos, y tantas veces ambos– piensan, desean e intentan conocerse.