Elisabet Hesselblad, primera santa sueca en siete siglos - Alfa y Omega

Elisabet Hesselblad, primera santa sueca en siete siglos

Enrique Chuvieco
Foto: CNS

Desde que Gustav Vasa determinará en 1527 la separación de la Iglesia católica con los nobles, ningún sueco ha sido canonizado, cuestión que tendrá su final cuando el 5 de junio sea reconocida santa Elisabet Hesselblad (1870-1957). Bautizada luterana, entró en la iglesia en el convento de la Visitación de Washington en 1902.

Su infancia fue itinerante, debido a la necesidad económica familiar para alimentar a 13 hijos (fue la quinta en nacer) y en 1888 emigraron a Estados Unidos, donde ella trabajó como enfermera. En la atención a obreros irlandeses heridos que construían la catedral de San Patricio, escuchaba enfadada cómo invocaban a la Virgen, pues en el luteranismo no se venera a María como entre los católicos. El contacto con estos, pero principalmente con otros enfermos a los que visitaba en el domicilio, agravó su debilidad física al tiempo que azuzaba su búsqueda interior por encontrar la verdadera Iglesia de Cristo, pues la Iglesia luterana no acababa de convencerla.

«Yo soy el que buscas»

Ávida por la verdad, robaba horas al sueño para orar, leer y estudiar las Escrituras, compaginándolo con su trabajo en el hospital Roosvelt de Nueva York. Esta búsqueda tuvo un hito principal en Bruselas al acompañar a unas amigas a una procesión eucarística por la catedral de Santa Gúdula. Por respeto, se marchó al final de la nave porque «solo –se dijo– me arrodillo ante mi Señor, no aquí». Pero cuando la custodia pasó junto a su lado percibió claramente como san Pablo: «Yo soy el que buscas», e hincó conmocionada las rodillas en tierra. En 1902, entraba en la Iglesia católica.

Más tarde descubrió que debía dedicarse a la unidad de los cristianos y, haciendo oración en la casa de santa Brígida de Suecia, de Roma, escuchó una voz decirle: «Es aquí donde deseo que te pongas a mi servicio». En 1911, con tres jóvenes postulantes, refundó la Orden del Santísimo Salvador de Santa Brígida para trabajar y orar por el ecumenismo. Siempre respetó a los no cristianos y no católicos que recibió en su casa, se desvivió por los pobres y durante la Segunda Guerra Mundial ocultó a judíos y otras personas perseguidas. Israel la reconoció como Justa entre las Naciones.

Forjada en el dolor desde su juventud, abrazó la cruz de Cristo: «Para mí –desvelará–, el camino de la cruz fue el más hermoso que he visto porque en él conocí a mi Señor y Salvador».

En 1957, su frágil salud no pudo aguantar una nueva crisis y cumplió su deseo de reunirse con su querido Divino Esposo. El 5 de junio, la Iglesia católica y todos los cristianos –también sus compatriotas– tendrán una nueva intercesora de las tierras altas de Europa, hecho que no ocurría desde hace más de siete siglos: tack och Lov! (¡gracias a Dios!, en sueco).