La voz del Magisterio - Alfa y Omega

La voz del Magisterio

Papa Juan Pablo II

Quienes participan en los sufrimientos de Cristo tienen ante los ojos el misterio de la cruz y de la resurrección, en la que Cristo desciende, en una primera fase, hasta el extremo de la debilidad y de la impotencia humana; Él muere clavado en la cruz. Pero si, al mismo tiempo, en esta debilidad se cumple su elevación, confirmada con la fuerza de la resurrección, esto significa que las debilidades de todos los sufrimientos humanos pueden ser penetradas por la misma fuerza de Dios, que se ha manifestado en la cruz de Cristo. En esta concepción, sufrir significa hacerse particularmente receptivos, abiertos a la acción de las fuerzas salvíficas de Dios, ofrecidas a la Humanidad en Cristo. En Él, Dios ha demostrado querer actuar especialmente por medio del sufrimiento, que es la debilidad y la expoliación del hombre, y querer precisamente manifestar su fuerza en esta debilidad y en esta expoliación. En la Carta a los Romanos, el apóstol Pablo se pronuncia sobre este nacer de la fuerza en la debilidad: «Nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabedores de que la tribulación produce la paciencia; la paciencia, virtud probada, y la virtud probada, la esperanza. Y la esperanza no quedará confundida, pues el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado». En el sufrimiento está como contenida una particular llamada a la virtud: la perseverancia al soportar lo que molesta y hace daño. Haciendo esto, el hombre hace brotar la esperanza, que mantiene en él la convicción de que el sufrimiento no prevalecerá sobre él, no lo privará de su propia dignidad unida a la conciencia del sentido de la vida. Y así, este sentido se manifiesta junto con la acción del amor de Dios. A medida que participa de este amor, el hombre se encuentra hasta el fondo en el sufrimiento: reencuentra el alma, que le parecía haber perdido a causa del sufrimiento.

Carta apostólica Salvifici doloris, 23 (1984)