El tiempo que nos toca vivir - Alfa y Omega

El día después del Desayuno Nacional de Oración, toda la prensa, sin excepción, daba cuenta, en grandes titulares, del hundimiento económico de España. A tenor de la interpretación que hizo en ABC Juan Manuel de Prada, no hubiera servido una cortina de humo de menor envergadura que la amenaza de derrumbe económico de España, para hacer pasar por alto la provocación lanzada el día anterior, en Washington, por José Luis Rodríguez Zapatero: «Hay quienes afirman que el discurso de Zapatero no fue una verdadera plegaria; yo, por el contrario, sostengo que lo fue de principio a fin, sólo que no iba dirigida a Dios, sino a aquel que los antiguos denominaban mono de Dios».

Ante un público creyente, el Presidente del Gobierno español expuso abiertamente el meollo ideológico de su proyecto, que da la vuelta a las palabras de Jesucristo, recogidas por san Juan, e invierte su sentido: «La libertad es la verdad cívica, la verdad común. Es ella la que nos hace verdaderos, auténticos como personas y como ciudadanos, porque nos permite a cada cual mirar a la cara al destino y buscar la propia verdad». No fue un desliz, porque la misma idea fue ya expuesta por el Presidente en un Encuentro con las Juventudes Socialistas, en 2005. Le respondió el entonces arzobispo de Toledo, hoy cardenal Cañizares: «Deja de existir lo bueno y lo malo en sí mismo, porque ya no hay bueno ni malo por sí mismo, en toda circunstancia y lugar, siempre. Dependerá de las circunstancias, de los intereses, de los fines que se persigue». Vuelve el pensamiento Alicia, en su versión menos amable, la del conejo Humpty Dumpty: «No es el sentido de las palabras lo que importa, lo que importa es saber quién manda».

Libertad religiosa, desde ese prisma, sólo puede ser la del acatamiento al poder, que tal vez fuera lo que quiso decir el Presidente al condenar las «afirmaciones excluyentes de superioridad moral». Tampoco esta idea es nueva en él. En 2008, molesto por las críticas a su propuesta de aborto libre, respondió que hay «algunos obispos muy beligerantes, muy poco respetuosos con lo que representan las leyes que aprueba el Parlamento».

Al menos en una cosa sí parece irreprochable el discurso de Zapatero: en la alabanza a los Estados Unidos por su respeto a la libertad religiosa. Sólo que allí, ésta se entiende como el derecho a profesar, privada y públicamente, la propia fe. Un obispo norteamericano, monseñor Ronald Gainer, acaba de decirle abiertamente a la Presidenta del Congreso, Nancy Pelosi, que quiere comulgar y defiende el aborto: «Ya hemos sido suficientemente pacientes con usted». Ocurrió sólo una semana antes de la llegada del Presidente español, mientras en España, su homólogo, José Bono, insiste en proclamar que la defensa de la vida es algo así como una excentricidad de algunos obispos. «Da la sensación de que se vincula a una Iglesia que no existe», le responde, desde el digital Religión en Libertad, monseñor José Gea, obispo emérito de Mondoñedo-Ferrol, y misionero en Perú. «También dice: Yo aspiro a que me dejen vivir en una Iglesia en la que el mandamiento principal sea el del amor, el del perdón, el de la fraternidad, y no el del miedo. Anda, pues yo también. Pero ¿a qué miedo se refiere? ¿Miedo a que la Iglesia proclame su fe con toda claridad?».

Pues bien, éste es «el tiempo que nos toca vivir», recuerda José Luis Restán, en Páginas Digital. Conviene tener las cosas muy claras, porque del mismo modo que a los católicos les surgen nuevos aliados coyunturales, frente al proyecto cultural de Zapatero, no falta tampoco la tentación entre los católicos de dar «el salto a la impugnación sin fisuras del mundo moderno». Y tampoco es eso. «Nos toca arar y sembrar con paciencia y amor, con la mirada ancha y confiada que nos enseñan los santos, los maestros y los mártires, de los siglos que nos preceden. Nos tocará sufrir, pero también gozar, y sobre todo construir. ¿Quién dijo que cualquier tiempo pasado fue mejor?».