Del amor al perdón - Alfa y Omega

Del amor al perdón

XI Domingo del tiempo ordinario

Aurelio García Macías
La Magdalena arrepentida, de Giovanni da Milano. Foto: Iglesia de la Santa Cruz, Florencia

El Evangelio de este domingo es un hermoso texto para meditar con calma y obtener consecuencias prácticas. Jesús es invitado a comer en casa de un fariseo llamado Simón. Aunque se mostró correcto con Jesús, no fue muy protocolario en el afecto a su invitado. Tal vez quería observar de cerca, a la vista de un buen número de comensales, al popular huésped para poder opinar sobre su identidad.

Todo transcurría correctamente hasta que se vieron sorprendidos inesperadamente por la presencia de una mujer, bien conocida por todos en la ciudad: una pecadora pública. Sabía que estaba allí Jesús, y le mostró un afecto inusual con los gestos descritos en el texto.

El hecho desconcierta y escandaliza a Simón y a los comensales. Permanecen inmóviles. Nadie expulsa a aquella mujer. Pero todos la juzgan interiormente, a ella y a Jesús: ¿Cómo es posible que este hombre se deje tocar por una pecadora a la vista de todos? Según las leyes judías, quedaba impuro. En el Evangelio del domingo pasado, era Jesús el que tocaba el féretro del joven de Naím; en este Evangelio es una pecadora la que toca a Jesús; en ambos casos, se incurría en impureza ante la ley judía.

¿Por qué Jesús acepta las muestras de afecto de esta mujer sin inmutarse ni escandalizarse? ¿Por qué esta mujer con tal reputación trata así a Jesús? Esta mujer sabía que era una gran pecadora y había sido perdonada por Jesús de sus muchos pecados. No sabemos cuándo ni cómo se produjo este encuentro; pero sí sabemos que el amor y perdón de Jesús había convulsionado hondamente el corazón de esta mujer hasta provocar su conversión. Había pecado mucho, pero había sido mucho más perdonada. Sus lágrimas, sus gestos, el caro perfume… quieren mostrar su inmenso amor y agradecimiento por el perdón recibido.

Simón y los comensales juzgaban solo su exterior, sin conocer su interior. Por eso, el Señor aprovecha el momento para exponer una enseñanza a modo de parábola. La historia de un acreedor y dos deudores. La situación de ambos es desesperada, porque ninguno podía pagar la deuda. Sin embargo, la misericordia del acreedor perdona la deuda desigual de ambos. Pero la gratitud no fue la misma: uno le amó más que el otro. A quién más se le perdonó, más amó. Y esta es la enseñanza que dirige Jesús al anfitrión, que se creía justo y perfecto, y sin embargo era pecador como la mujer.

La mujer es humilde, reconoce no solo su pecado, su enorme deuda para con Dios, sino también la inmensidad de la gracia del perdón de Jesucristo. Jesús enseña a Simón, el fariseo, a no juzgar ni condenar a los demás, porque él también tiene defectos y es pecador. Hasta el punto de poner como ejemplo ante aquellos dignos y soberbios comensales el comportamiento de aquella denigrada mujer: a esta mujer, que ha pecado mucho, se la ha perdonado mucho, por eso ama mucho. El amor es fuente de perdón. Y el perdón es fuente de amor. El amor misericordioso de Cristo perdona a la mujer pecadora. Y el perdón gratuito recibido por aquella mujer se transforma en amor gozoso y liberador hacia Cristo.

No olvidemos la lección de este texto evangélico. No juzgues. No condenes. Al que poco se le perdona, poco ama. Al que mucho se le perdona, mucho ama. El amor comprensivo y misericordioso es la clave para el perdón y la reconciliación.

Evangelio / Lucas 7, 36-8, 3

En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él y, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. En esto, una mujer que había en la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino trayendo un frasco de alabastro lleno de perfume, y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con las lágrimas, se los enjugaba con los cabellos de su cabeza, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo: «Si este fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que lo está tocando, pues es una pecadora». Jesús respondió y le dijo: «Simón, tengo algo que decirte». Él contestó: «Dímelo, maestro». Jesús le dijo: «Un prestamista tenía dos deudores; uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de ellos le mostrará más amor?». Respondió Simón y dijo: «Supongo que aquel a quien le perdonó más». Le dijo Jesús: «Has juzgado rectamente». Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? He entrado en tu casa y no me has dado agua para los pies; ella, en cambio, me ha regado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con sus cabellos. Tú no me diste el beso de paz; ella, en cambio, desde que entré, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados han quedado perdonados, porque ha amado mucho, pero al que poco se le perdona, ama poco». Y a ella le dijo: «Han quedado perdonados tus pecados». Los demás convidados empezaron a decir entre ellos: «¿Quién es este, que hasta perdona pecados?». Pero él dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz».

Después de esto iba él caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, proclamando y anunciando la Buena Noticia del reino de Dios, acompañado por los Doce, y por algunas mujeres, que habían sido curadas de espíritus malos y enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes; Susana y otras muchas que les servían con sus bienes.