Cyril Axelrod, sacerdote sordociego: «Dios ha sido maravilloso conmigo» - Alfa y Omega

Cyril Axelrod, sacerdote sordociego: «Dios ha sido maravilloso conmigo»

El padre redentorista Cyril Axelrod es sordo de nacimiento y se quedó ciego siendo ya sacerdote. Se comunica con las manos y ha sido el encargado de inaugurar el Jubileo de los Enfermos que tiene lugar estos días en Roma

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo

Nació sordo, de padres judíos, y estudió en una escuela de monjas especialmente dedicadas a los sordos. Estudió contabilidad y al poco de dejar la escuela pidió el bautismo en la Iglesia católica. Comenzó a trabajar en proyectos destinados a mejorar las condiciones de sordos y ciegos, hasta que a los 22 años decidió entrar en el seminario y recibir la ordenación sacerdotal en el seno de la orden de los redentoristas. «Sabía que muchos sordos iban a la Iglesia pero no podían oír nada de lo que decía el sacerdote. Por eso me hice sacerdote, para que las personas sordas pudieran conocer a Dios, y para que pudieran amarle y servirle como yo lo hago», reconoce hoy el padre Cyril.

Recién ordenado, empezó a trabajar con la comunidad de sordos negros de Sudáfrica, en los años en los que todavía persistía el Apartheid, y enseñó a muchos niños a leer, escribir y comunicarse. Sin embargo, Dios tenía nuevos planes para él: se le diagnosticó el síndrome Usher y empezó a perder también la vista. «Eso me golpeó mucho –afirma–, no sabía qué me esperaba en el futuro. Pero me di cuenta de que Dios me enviaba esto y necesitaba continuar con mi trabajo y confiar en que había una razón para todo eso. Dios ha sido maravilloso conmigo. Él me dio mi sordera para poder predicar a los sordos, y me dio la ceguera para poder predicar a los ciegos, para enseñarles a todos que pueden hacer cualquier cosa con el amor de Dios. Nada me ha detenido desde que me volví ciego. El Señor me usa a mí para servir a estas personas y a la Iglesia. Él me da la fuerza para seguir adelante. Y todo eso me ha abierto más el corazón», dice.

Sobre su enfermedad, observa que «la mayoría de la gente piensa que ser sordo-ciego supone perder la capacidad de pensar y de comunicarse. Pero para mí ha supuesto una nueva forma de vivir, que ha dado a mi vida una nueva dirección. Esta enfermedad se ha convertido en la mejor maestra de mi vida».

Como sacerdote desarrolla un apostolado especial con los sordos, los ciegos y los discapacitados, luchando muchas veces contra la incomprensión de la sociedad e incluso de sus propias familias. Por eso pide usar con todos «el lenguaje de la amabilidad, que puede ser escuchado perfectamente por los sordos, y puede ser percibido por los ciegos. Quiero que todos vean que el corazón hermoso de Jesús trae la vida para todos nosotros».