Esperanza para un continente ensangrentado - Alfa y Omega

Esperanza para un continente ensangrentado

El arzobispo de Kinshasa, que fue secretario especial para el último Sínodo de los Obispos del mundo, dedicado a la Palabra, explica el drama de las guerras en el continente africano, motivado por la avaricia de quienes desean apropiarse de sus recursos naturales. El cardenal sudafricano Wilfrid Fox Napier, uno de los tres presidentes del próximo Sínodo de octubre, cree que puede servir de modelo el trabajo desarrollado por la Iglesia en su país «para arrojar luz sobre la verdad de las violencias del pasado y para desarticular el deseo de venganza»

Jesús Colina. Roma
En el centro católico de refugiados Don Bosco, en Goma (Congo).

Monseñor Laurent Monsengwo Pasinya, arzobispo de Kinshasa (República Democrática del Congo), a quien el Papa nombró secretario especial para el precedente Sínodo de los Obispos del mundo, es uno de los apóstoles de la paz y la reconciliación en África. Es él quien explica a este semanario que las líneas que propondrá hoy Benedicto XVI para el Sínodo africano responden a las necesidades más dramáticas que, en estos momentos, viven los ciudadanos del continente. Monseñor Monsengwo Pasinya, que en 1992 fue elegido temporalmente presidente de la Conferencia nacional de la República Democrática del Congo, pues era el único hombre de paz, super partes, capaz de dar credibilidad al intento de transición democrática, reconoce que, «en general, en África, por desgracia, hay muchos conflictos. No sólo armados, sino también de carácter económico. Como afirmamos en el primer Sínodo de África, el conflicto comienza siempre allí donde un derecho es violado, donde no hay justicia. Ésta es la cuestión candente que hay que afrontar en el segundo Sínodo africano: encontrar juntos los caminos que llevan a la paz, la justicia, a la reconciliación».

Según el arzobispo de Kinshasa, existe la amenaza de estallido de una expansión de conflictos locales, como sucedió con el de Ruanda en 1994. «Es un conflicto que, en teoría, ha concluido, pero que de hecho continúa con evidentes lacras. En estos momentos, tienen lugar las crisis de Darfur, en Uganda, en Chad, y en la República Centroafricana», afirma.

Monseñor Pasinya, arzobispo de Kinshasa.

«La Iglesia, como familia de Dios —subraya monseñor Pasinya—, tiene el deber de alzar la voz para presentar la caridad cristiana como condición irrenunciable y emprender el camino de la reconciliación. No hay alternativas, hace falta reconciliación auténtica, que tenga lugar en el respeto de la justicia y el derecho y que garantice una paz duradera». Según el arzobispo de Kinshasa, el Sínodo de los Obispos de África presentará también el problema de las cuestiones económicas que vive África. «¡Los recursos naturales de mi país podrían dar de comer a todo el mundo!», exclama. «Pero estos mismos recursos pueden convertirse en un infierno para la humanidad. En la República Democrática del Congo, tenemos grandes yacimientos de uranio, y con el uranio se puede construir la bomba atómica. Si las riquezas no se administran con discernimiento, se podría llegar a una proliferación de bombas atómicas en el mundo, y a desencadenarse guerras hasta el infinito. Es decisivo que la administración de los recursos naturales tenga lugar según el Derecho internacional. Que nadie vuelva a mi país a desencadenar guerras. Sólo el desorden permite abusar de los recursos sin reglas ni escrúpulos».

Sudáfrica, una lección

En este desafío por encontrar caminos de paz y reconciliación, Sudáfrica puede convertirse en una lección, como explica el cardenal de ese país, Wilfrid Fox Napier, uno de los tres presidentes nombrados por el Papa para el Sínodo del próximo octubre. El cardenal Napier, arzobispo de Durban desde 1992, ilustra así la situación en su país: «Tenemos que estar muy agradecidos a la Comisión de Justicia y Paz de nuestra Conferencia Episcopal por todo lo que ha realizado como Iglesia. Incluso ha contribuido a instituir organizaciones análogas en el seno de otras Conferencias Episcopales africanas. Precisamente, partiendo de nuestra experiencia de reconciliación nacional como Iglesia, nos encontramos en primera fila en las difíciles mediaciones de muchos conflictos del continente. Por tanto, a pesar de todo, los signos de esperanza no faltan. Al Sínodo le corresponderá valorarlos».

Por otra parte —afirma—, la Comisión para la Verdad y la Reconciliación de Sudáfrica «ha hecho un buen trabajo para arrojar luz sobre la verdad de las violencias del pasado y para desarticular el deseo de venganza. Quince años son pocos para curar todas las heridas dejadas por el apartheid. No se puede decir que se haya hecho justicia hasta el final. Pero ahora es tiempo de trabajar por una mejor justicia social. Y el próximo Sínodo busca esto».