El nuevo arzobispo de Zaragoza pide «renovación moral frente a la corrupción» - Alfa y Omega

El nuevo arzobispo de Zaragoza pide «renovación moral frente a la corrupción»

Monseñor Vicente Jiménez Zamora es ya arzobispo de Zaragoza. Su toma de posesión, el domingo 21, se realizó conforme al antiguo ceremonial de la Seo. En la homilía, monseñor Jiménez Zamora defendió la necesidad de una «renovación moral frente a la corrupción en una sociedad, en ocasiones, carente de valores éticos y espirituales», y pidió que la crisis no lleve al desaliento, sino a construir una sociedad «más justa», en la que se coloque a la «persona humana en el centro de la cuestión social y económica»

Archidiócesis de Zaragoza

La cuarta vela del adviento llamea encendida en el Altar Mayor de la S. I. Catedral de El Salvador en Zaragoza. Las puertas, abiertas de par en par, guardan del cierzo al Colegio de Consultores y al Cabildo Metropolitano. Enfrente, las autoridades municipales esperan.

El reloj de La Seo da las cuatro y media de la tarde. Se abren las puertas del palacio episcopal y sale monseñor Vicente Jiménez Zamora, arzobispo electo de Zaragoza. Sonríe. Es el comienzo de su ministerio episcopal en la ciudad Cesaraugustana.

Tras saludar a las autoridades de la ciudad, se dirige a la Seo (forma aragonesa de llamar a la sede del obispo), primer escenario de su toma de posesión. Canónigos y demás sacerdotes le besan la mano honrando al sucesor de los apóstoles. El arzobispo venera el Lignum Crucis, la reliquia de la cruz, que se le ofrece y bendice al pueblo al tomar el agua bendita.

Suena el órgano. La procesión, encabezada por la cruz y los infanticos de la Escolanía del Pilar, se dirige a la capilla del Santísimo Sacramento. Arrodillado, reza bajo la amorosa mirada de un Cristo crucificado. La oración del pastor que respondiendo a la llamada, asiente.

La comitiva se dirige al Altar. Don Vicente, de rodillas ante el Sagrario jura sobre los Evangelios, con una fórmula de los antiguos ceremoniales de la catedral zaragozana: «Yo, Vicente Jiménez Zamora, arzobispo de la Archidiócesis de Zaragoza, juro y prometo sobre estos evangelios guardar la inmunidad de la iglesia Cesaraugustana y mantener y defender los privilegios, la libertad, los estatutos, la bula de unión, los acuerdos y las loables costumbres de dicha iglesia, siempre que no sean contrarios a las disposiciones de los sagrados concilios y del derecho común. Que me ayude Dios y estos santos Evangelios».

Se sienta en la sede episcopal unos instantes, para acto seguido pedir la protección e intercesión de San Valero y San Vicente, el primero, obispo, confesor de la fe; el segundo, su diácono mártir.

Al finalizar, el alcalde, Juan Alberto Belloch, rompiendo la fórmula establecida, con palabras amables y espontáneas, le agradece su sí y le da la bienvenida.

La procesión arranca de nuevo. Tras la toma de posesión, el nuevo arzobispo de Zaragoza, monseñor Vicente Jiménez Zamora, parte a la otra catedral zaragozana: la Basílica de Nuestra Señora del Pilar. Una vez en la Santa Capilla de la Basílica, el arzobispo ha venerado la imagen de la Virgen y su Pilar. Posteriormente, se ha celebrado la Santa Misa en la que se ha dado lectura de las Letras Apostólicas del nombramiento.

A la celebración han asistido el Sr. Nuncio Apostólico en España, monseñor Renzio Fratini, dos cardenales (Fr. Carlos Amigo Vallejo y D. Santos Abril Castelló), trece arzobispos (el Presidente de la Conferencia Episcopal Española, Mons. D. Ricardo Blázquez Pérez), 24 obispos y 4 abades.

Durante la homilía, D. Vicente Jiménez Zamora ha llamado a «la reconciliación en un mundo de divisiones», y ha puesto como ejemplo la intercesión del papa Francisco entre Estados Unidos y Cuba. Así mismo, ha apostado por una «renovación moral frente a la corrupción en una sociedad, en ocasiones, carente de valores éticos y espirituales».

El arzobispo cesaraugustano ha resaltado la necesidad de promover una cultura «de la sobriedad y la solidaridad», y ha apuntado que la crisis económica y social no debe llevar al fatalismo ni al desaliento, sino que debe ser una oportunidad para construir una sociedad «más justa y colocar a la persona humana en el centro de la cuestión social y económica».

Para terminar, ha ofrecido «diálogo y leal colaboración» para trabajar por el desarrollo integral de Aragón «en solidaridad con otros pueblos de España».

Archidiócesis de Zaragoza / Iglesiaactualidad

Homilía de monseñor Vicente Jiménez Zamora

Queridos hermanos: «A vosotros gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo» (Rom 1,7).

En este día memorable del inicio de mi ministerio pastoral en esta venerable Sede de Zaragoza, IV domingo de Adviento, cercana ya la Navidad, entono un himno de alabanza y bendición. «Doy gracias a Cristo Jesús, Señor nuestro, que me hizo capaz, se fió de mí y me confió este ministerio» (1 Tim 1, 12).

Saludos y agradecimientos

Expreso mi ferviente gratitud al Santo Padre el Papa Francisco, que se ha dignado nombrarme Arzobispo de esta amada Iglesia particular de Zaragoza, a quien ya le he manifestado mis sentimientos de profunda comunión eclesial, obediencia y oración. Quiero permanecer siempre cum Petro et sub Petro.

Mi agradecimiento sincero al señor nuncio apostólico en España, monseñor Renzo Fratini, que me ha acogido fraternalmente y me ha animado en los primeros momentos con palabras y gestos de confianza. Hoy nos honra con su presencia. Muchas gracias, señor nuncio, y le ruego que transmita también mi saludo regado por la oración al Santo Padre.

Mi gratitud llena de afecto colegial a mi hermano el eminentísimo cardenal de Sevilla con quien me unen lazos de afecto por motivos familiares; a los excelentísimos arzobispos y obispos y abades por su presencia y participación en la toma de posesión de la archidiócesis de Zaragoza, dejando otros compromisos de agenda. ¡Cuánto se lo agradezco!

Mi saludo y agradecimiento a monseñor Manuel Ureña, anterior arzobispo de Zaragoza, por su entrega generosa y sacrificada durante nueve años a la Archidiócesis, con quien empalmo en la cadena de la sucesión apostólica en esta sede de Zaragoza. Saludo también con agradecimiento a mi querido hermano don Elías Yanes, arzobispo emérito de Zaragoza y a los hermanos obispos que viven en esta acogedora y noble ciudad. Asimismo dirijo mi saludo fraterno a los obispos de las diócesis que integran la provincia eclesiástica de Zaragoza: Barbastro-Monzón, Huesca, Tarazona y Teruel y Albarracín.

Mi saludo fraterno y agradecimiento sincero al señor administrador diocesano, sede vacante, don Manuel Almor, que me ha acogido fraternalmente desde el primer momento, me ha dirigido unas palabras amables de salutación y me ha presentado la diócesis de Zaragoza, y al Colegio de Consultores por su eficaz y delicado trabajo en este breve periodo.

Mi saludo respetuoso al excelentísimo Cabildo Metropolitano de esta Catedral Basílica del Pilar; a la comisión que con tan poco tiempo y diligente esmero ha preparado esta celebración; a la Capilla de Música, que nos ayuda con el canto a participar en el misterio de la Liturgia.

Saludo a los vicarios generales y episcopales de Zaragoza, Santander, Osma-Soria, de las diócesis sufragáneas de la provincia eclesiástica de Zaragoza y de otras diócesis.

Saludo cordialmente a todos mis hermanos sacerdotes, seculares y religiosos, del presbiterio de Zaragoza, y a los queridos hermanos sacerdotes que representáis a los presbiterios diocesanos de Santander, mi Sede anterior y de Osma-Soria, mi diócesis de origen, con su obispo don Gerardo al frente. Gracias de corazón por vuestra presencia. Igualmente quiero saludar a los hermanos diáconos, que sois representación ministerial de Cristo siervo.

Queridos seminaristas de Zaragoza y de Santander. Gracias por vuestra respuesta generosa a la llamada del Señor. Vivid los años de vuestra formación con profunda alegría, en actitud de docilidad, de lucidez y de radical fidelidad evangélica, así como en amorosa relación con el tiempo y las personas en medio de las que os toca vivir (…) Cada época tiene sus problemas, pero Dios da en cada tiempo la gracia oportuna para asumirlos y superarlos con amor y realismo (cfr. Benedicto XVI, JMJ. Madrid, 20.08.2011).

Queridos miembros de vida consagrada, hombres y mujeres, en este año dedicado especialmente por el Papa Francisco a la Vida Consagrada, que coincide en España con la celebración del V Centenario del nacimiento de Santa Teresa de Jesús. El Papa Francisco en la hermosa carta apostólica que ha dirigido a los consagrados os invita a ser alegres, a «despertar al mundo» con vuestro carisma profético, a ser «expertos en comunión», a salir a las periferias existenciales. Este Año de la Vida Consagrada debe ser un auténtico kairós, un tiempo de Dios lleno de gracia y de transformación. Mi gratitud y reconocimiento también a los misioneros en la misión ad gentes.

Saludo fraternalmente a todos los fieles laicos de Zaragoza y Aragón, Iglesia, que, individualmente o de manera asociada en movimientos apostólicos y eclesiales, sois testigos del Evangelio en medio del mundo, como sal, luz y levadura. Vivid vuestra identidad, comunión eclesial y misión.

Permitidme que me dirija en modo particular a la numerosa población de sorianos, que vivís aquí en Zaragoza y que habéis encontrado oportunidades de trabajo en esta noble tierra aragonesa, que os acoge y valora vuestro espíritu de sacrificio, honradez y responsabilidad.

Os saludo también con cariño de padre y amigo a vosotros los jóvenes, centinelas del mañana. «¡Qué bueno es que los jóvenes sean callejeros de la fe, felices de llevar a Jesucristo a cada esquina, a cada plaza, a cada rincón de la tierra!» (EG, 106).

Saludo con deferencia y respeto a las excelentísimas autoridades, que nos honran con su presencia, Instituciones políticas, jurídicas, académicas y militares. La Iglesia valora y reconoce la nobleza y dignidad del compromiso social y político para la consecución del bien común de la sociedad; muestra aprecio por la función pública y ora por los legítimos representantes del pueblo. Desde ahora os ofrezco diálogo y leal colaboración, desde la misión propia y específica de la Iglesia, para lograr el reconocimiento de la dignidad de la persona humana y trabajar por el desarrollo integral de nuestra región de Aragón, en comunión de solidaridad y concordia con otros pueblos de España.

Mi saludo también para los medios de comunicación social, que son instrumento de información y formación en la sociedad. Gracias a vosotros muchos fieles pueden seguir en directo esta celebración litúrgica.

Saludo y abrazo a mi familia: hermanos, sobrinos, primos, y, en virtud de la comunión de los santos, dirijo mi mirada y mi corazón a mis queridos padres, Vicente y Silvina, y a mi hermana María Paz, que desde la gloria del cielo se unen hoy a mi alegría y a nuestra fiesta. De ellos aprendí a ser trabajador y responsable.

Mi saludo caluroso y entrañable a mis queridos hermanos de la diócesis de Osma-Soria, de la que he sido obispo durante tres años; al cabildo de la catedral de Burgo de Osma; a los amigos de la capital de Soria, donde he compartido con vosotros treinta años de mi vida sacerdotal y a los hermanos del cabildo de la concatedral, del que fui abad. Un saludo muy singular para mis paisanos venidos de la Villa de Ágreda, tan entusiastas siempre y tan amantes de la historia de nuestro pueblo, que tiene sus señas de identidad espiritual en la Virgen de los Milagros y en Sor María de Jesús, autora de la Mística Ciudad de Dios y que tanto ha contribuido a difundir la devoción a la Virgen del Pilar.

Mi saludo lleno de agradecimiento, teñido por la pena, a los fieles llegados de la diócesis de Santander, especialmente al consejo episcopal de gobierno y directos colaboradores. En Cantabria verde y risueña he sido bien acogido y querido, donde he sembrado a voleo la semilla de la Palabra de Dios entre las gentes de la costa, los valles y la montaña. Muchas gracias, fieles de Cantabria, tan celosos de vuestras libertades y tradiciones.

En este largo apartado de saludos y agradecimientos con dedicatoria, no quisiera olvidarme de nadie. Me sabréis disculpar si me olvido de algunos. A todos ofrezco mi cercanía de pastor, mi afecto fraternal y mi asidua oración.

Enviado para servir al Evangelio de la alegría y la esperanza.

Ahora el Santo Padre el Papa Francisco me envía a vosotros, a esta venerable Iglesia particular de Zaragoza, ciudad mariana por excelencia, en la que la figura de la Virgen María en la secular advocación del Pilar atrae los corazones de todos sus hijos. María, que según una antigua y piadosa creencia, vino a alentar al apóstol Santiago el Mayor a las orillas del Ebro en los comienzos de su misión evangelizadora, sobre su firme Pilar, mira, guarda, vela sobre este pueblo cubriéndolo con su manto. Ella es la Virgen Santa, luz hermosa, claro día. A Ella le cantamos himnos de honor y de alabanza.

Llego a una Iglesia particular, cargada de historia y hecha de siglos de fe, que tiene como patrón al obispo San Valero, maestro de San Vicente Mártir. A la sede de San Braulio de Zaragoza, discípulo de San Isidoro de Sevilla, en la Hispania visigoda. Vengo a Zaragoza regada por la sangre de Santa Engracia y los innumerables mártires, tierra sagrada santificada por el testimonio de otros santos y beatos.

Vengo a esta noble tierra aragonesa a abrazarme al Pilar, a arrimarme a la Virgen en este Año Jubilar de la conmemoración de la Venida de la Virgen, para que ella nos conceda a todos: fortaleza en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor (Oración colecta de la fiesta de la Virgen del Pilar).

Pero por mi inserción en la sucesión apostólica y mi pertenencia al Colegio Episcopal, debo llevar también en mi corazón la solicitud de las iglesias (2 Cor 11, 28). Así me convierto en signo de catolicidad de la Iglesia, porque «cada Obispo es como el punto de engarce de su Iglesia particular con la Iglesia universal y testimonio visible de la presencia de la única Iglesia de Cristo en su Iglesia particular» (Pastores gregis, 55).

Vengo a vosotros como servidor de la alegría del Evangelio, de la esperanza y de la caridad pastoral, dispuesto a realizar el programa pastoral que nuestra Iglesia particular de Zaragoza necesita, en esta nueva etapa evangelizadora marcada por la alegría del Evangelio, siguiendo los caminos que nos traza el Papa Francisco para los próximos años en la exhortación apostólica Evangelii gaudium (EG 1).

Quiero ser servidor de la alegría del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del pueblo. Donde falta la alegría y la esperanza, la fe misma es cuestionada. Incluso el amor se debilita cuando la esperanza se apaga (cfr. Pastores gregis, 3). La crisis económica y social, que padecemos, que produce tanto sufrimiento en las familias, en los parados y en los más vulnerables, no debe llevarnos a sentimientos de fatalismo ni a actitudes de desaliento. Es una oportunidad para valorar las realidades positivas emergentes y para construir una sociedad más justa y para colocar a la persona humana, imagen de Dios, en el centro de la cuestión social y económica.

Liturgia del IV Domingo de Adviento

Hermanos: no tengamos miedo. Cristo es nuestra fortaleza y nuestra esperanza, en el que se realizan todas las promesas de Dios, que siempre es fiel y está a nuestro lado. Así se lo promete el profeta Natán de parte de Dios al rey David, en la primera lectura del segundo libro de Samuel, que hemos escuchado: «Yo estaré contigo en todas tus empresas (…) Te daré una dinastía (…) Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre» (1ª lectura).

El Evangelio invita insistentemente a la alegría y a no tener miedo. «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (…) «No temas, María», es el saludo del ángel Gabriel a la Virgen desposada con José (Lc 1, 28). La liturgia en este IV domingo de Adviento es como el crepúsculo vespertino del Adviento y la alborada matinal de la Navidad. María es la estrella hermosa que anuncia el día, aurora luciente del amanecer de Cristo. Hoy entra María por derecho propio y por la puerta grande en las celebraciones de la Iglesia. En María se desvela el misterio mantenido en secreto durante siglos eternos y manifestado ahora en la plenitud de los tiempos, como hemos escuchado en la segunda lectura de San Pablo a los Romanos.

El alborozo mariano de estas antevísperas navideñas queda plasmado en el retablo viviente de la Navidad: anuncio del ángel, consentimiento de la Virgen María, bajada del Espíritu Santo, concepción virginal del Verbo encarnado. Tres vocablos castellanos se cruzan en el corazón humano en estos días últimos del Adviento: la espera, la esperanza y la expectación, que es tensión alegre del espíritu ante un acontecimiento grande e inminente.

Misión pastoral del Obispo

Me presento a vosotros, animado por el amor del Buen Pastor que da la vida por las ovejas, urgido por la caridad pastoral. Mi lema episcopal es amoris officium, servicio de amor. Una frase del gran Obispo San Agustín, que define la totalidad del ministerio episcopal (cfr. Pastores gregis, 9). Servicio de amor es apacentar la grey del Señor.

Vengo a animar junto con todos vosotros una pastoral en permanente estado de conversión. Con la ayuda del Señor y la intercesión de la Virgen del Pilar tenemos que entrar juntos en un proceso continuo de conversión personal y pastoral, para dar respuesta desde el Evangelio y la Doctrina Social de la Iglesia a las provocaciones culturales de nuestra sociedad. Hacer profesión de reconciliación en un mundo de divisiones; mostrar la misericordia de Dios y la ternura del Señor, que sacuda a los resignados, que reanime a los desanimados, que encienda el fuego de la esperanza; promover una cultura de la sobriedad y solidaridad en una sociedad de derroches irracionales, para que no haya ricos epulones y mendigos lázaros; de regeneración moral en todos frente a la corrupción en una sociedad carente en ocasiones de valores éticos y espirituales.

También queremos caminar en sintonía con el Plan Pastoral, que la Conferencia Episcopal Española está preparando para los próximos años: Iglesia en misión al servicio de nuestro pueblo. Una Iglesia que escucha, acoge, anuncia, celebra y sirve. Como nos indica el Papa Francisco necesitamos una «transformación misionera», que nos haga «salir» de nuestras fronteras y de nuestras inercias para llevar la alegría del Evangelio a nuestros hermanos. Muchos son los retos y desafíos que tenemos delante de nosotros. Pero lo mismo que a los Apóstoles, hoy también Jesús nos dice a nosotros, en este cambio de época, donde tenemos que hacer una nueva travesía por el mar de la historia: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!» (Mt 14, 27).

Para llevar adelante estas propuestas de una Iglesia en salida y en conversión pastoral, debemos acoger todos, sacerdotes, personas consagradas y laicos, con decisión la invitación que nos hacía también hace años a los Obispos el Papa San Juan Pablo II, en su libro: ¡Levantaos! ¡Vamos! (Mc 14, 42). Es un testimonio de amor a Cristo, a los Obispos y a todo el Pueblo de Dios, que nos ayuda a conocer «la grandeza del ministerio episcopal, las dificultades que conlleva, pero también la alegría que comporta desempeñarlo cotidianamente». «Con la mirada fija en Cristo, sostenidos por la esperanza que no defrauda, caminemos juntos por los caminos del nuevo milenio: Levantaos» ¡Vamos!

Santa Teresa de Jesús, en el V centenario de su nacimiento, nos anima a confiar en el Señor: «Con tan buen amigo presente, con tan buen capitán que se puso en lo primero en el padecer, todo se puede sufrir: es ayuda y da esfuerzo, nunca falta; es amigo verdadero» (Vida, 22, 6).

Y para mantener viva la alegría y en tensión la esperanza, deseo que resuenen en nosotros las siete exhortaciones de Evangelii gaudium:

«¡No nos dejemos robar el entusiasmo misionero!» (80)

«¡No nos dejemos robar la alegría evangelizadora!» (83)

«¡No nos dejemos robar la esperanza!» (86)

«¡No nos dejemos robar la comunidad!» (92)

«¡No nos dejemos robar el Evangelio!» (97)

«¡No nos dejemos robar el ideal del amor fraterno!» (101)

«¡No nos dejemos robar la fuerza misionera!» (109).

Cercana ya la Noche Buena, termino con unos versos de San Juan de la Cruz, que rezuman toda la ternura de lo que se anuncia en la Navidad por medio de la Virgen María:

¡Del Verbo divino
la Virgen preñada
viene de camino.
¡Si le dáis posada!

Queridos hermanos: abramos la posada de nuestro corazón para que nazca en él el Enmanuel, el Dios con nosotros.

Con la fuerza del alimento del Cuerpo del Señor y de la bebida de su Sangre en la Eucaristía, andemos el camino con el patrocinio de San Valero, la ayuda de San Braulio, el testimonio de Santa Engracia y de los mártires, santos y beatos, y la protección maternal de la Virgen del Pilar tan querida y venerada en nuestro pueblo. Fíat. Amén.