María Goretti, la chica que se fiaba de Dios - Alfa y Omega

María Goretti, la chica que se fiaba de Dios

Mañana celebra la Iglesia la fiesta de santa María Goretti. Una polémica reciente ha querido «desenmascarar la pretendida santidad de María Goretti, a causa de su pobreza física e intelectual». Se la ha definido con desprecio como «un pobre renacuajo de inteligencia atrasada», «una niña desventurada, embotada por su propia ignorancia y la ajena», «una mártir de la miseria y de la ignorancia». Eso significa no entender nada del amor de Dios hacia todas sus criaturas, ni de la fuerza invencible con que Él puede atraerlas hacia sí:

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María Goretti era una niña que aún no había cumplido doce años. Que en su infancia conoció el sufrimiento y las privaciones y, a veces, la tristeza, es verdad; que no era hermosa, que iba mal vestida y descalza, que era tímida y de pocas palabras, es verdad. Los padres de María eran cristianos y le dieron una educación cristiana. No supieron enseñarle muchas cosas: algunas oraciones, algunos mandamientos, algunos relatos sobre la vida y pasión de Cristo, el sentido del deber cumplido por amor de Dios, el sentido de la Providencia.

No era una niña que supiera ni quisiera hacer muchos discursos «espirituales», pero sus palabras, que los testigos recuerdan, estaban impregnadas de la antigua sabiduría cristiana popular. Ella era la que, en los momentos difíciles, consolaba a su madre diciéndole: «¡Anímate, mamá! ¿Por qué tienes miedo? Ahora ya somos mayores y sólo necesitamos que el Señor nos dé salud. La Providencia nos ayudará. ¡Saldremos adelante, ya lo verás!». La grandeza de estas humildes expresiones no disminuyen en absoluto por el hecho de que María sólo pudiera decirlas en dialecto.

El día de su martirio, víspera de la Preciosísima Sangre de Cristo, mientras se defendía de su asesino, la pequeña le decía lo que «sabía»: «¿Pero qué haces? Es un pecado; Dios no quiere: así vas a ir al infierno». Cuando tras el ataque, levantaron a la niña del suelo, ella intentaba taparse con las ropas desgarradas y reunió fuerzas para explicar: «Alejandro me quería hacer cosas malas, pero yo no he querido». Antes de morir, perdonó a su asesino y rezaba para que Dios también lo hiciera.

Indudablemente, María Goretti no tenía muchas ideas filosóficas sobre la persona y sobre el cuerpo. Como no las tenía, se fiaba de las ideas de Dios. Ésta era la pobre pero sublime «cultura» de la pequeña María, y le resultaba suficiente para ofrecer su propia vida en sacrificio. Otras jóvenes (como Pierina Morosini o Antonia Mesina, beatificadas por Pío XII), prefirieron, en nombre de María Goretti, dejarse matar antes de pecar contra la castidad.

Cuando en el pueblo natal de María Goretti se quiso levantar un monumento dedicado a ella, la masonería preparó una contramanifestación, con consideraciones tan infames como la de defender que una joven cristiana, cuando vaya a ser violada, deberá consentir de buen grado, pues de ese modo evitará caritativamente que su agresor tenga que exagerar su violencia y cometer un homicidio. Y cuando, posteriormente, se produjo un intento de derribar la imagen de la santa, presentándola como una niña reprimida que, con sus inhibiciones y su falta de complacencia provocó a su agresor, el verdadero objeto del desprecio no era María, sino lo que ella representa eclesial y culturalmente.

Antonio Sicari
Retratos de Santos (Ed. Encuentro)