La misión en París, según el cardenal Lustiger - Alfa y Omega

«No debemos soñar con una Iglesia distinta de la que encontramos aquí y ahora». El cardenal Jean-Marie Lustiger, arzobispo de París, quiere romper totalmente con la nostalgia del pasado. Quiere orientar a su diócesis hacia una dinámica de futuro, cuya filosofía expone en un número extraordinario de Paris Notre-Dame, el semanario de la diócesis, publicado el 19 de junio.

«Quiero reflexionar con vosotros a propósito de dos afirmaciones ampliamente difundidas en la prensa y en la opinión: la primera de ellas anuncia el fin del cristianismo en Francia, la segunda clasifica a las parroquias como reliquias del pasado. Me parece que ambas afirmaciones se basan en prejuicios simplistas; imposibilitan la comprensión del comportamiento religioso de nuestros contemporáneos; no tienen en cuenta la nueva civilización a la cual pertenece la megápolis de París, ese gentío que vive, trabaja y se distrae en París».

Una megápolis en la cual tendrá lugar, por cierto, durante la última semana de octubre de 2004, una gran misión urbana, o congreso de evangelización, en continuidad con el que ha tenido lugar en Viena en mayo pasado, y antecediendo a los de Lisboa (2005) y Bruselas (2006). Los cuatro cardenales de estos centros urbanos (Schönborn, Lustiger, Policarpo y Daneels respectivamente) comparten la misma preocupación: volver a pensar íntegramente la evangelización de esas grandes urbes del tercer milenio. La nota publicada por el cardenal el 19 de junio pasado y titulada evangelizar París se inscribe, igualmente, en la preparación del Congreso.

París, que no es una ciudad cualquiera. Su cardenal, Lustiger, escribe: «Para los cristianos de otros países de Europa, París tiene una responsabilidad particular para la evangelización del mundo urbano». Ya no es la hija mayor de la Iglesia la que se expresa así, sino una Francia muy secularizada que presenta, al mismo tiempo, «signos de una nueva vitalidad cristiana».

¿Un edificio sobre arena?

Pero ¿cómo interpretar esta paradoja? «Treinta años -observa el cardenal- han bastado para consumar la ruptura con el antiguo mundo cristiano». De ahí que se plantee la cuestión siguiente: «La convulsión no explica por qué nuestra antigua civilización católica se ha extenuado interiormente, se ha anemiado hasta el punto de ser tan frágil como cualquier otro aspecto de la sociedad con la cual se había identificado. ¿Cómo hemos podido haber construido sobre la arena este hermoso y gran edificio?».

La respuesta prescindirá, desde luego, de «sistemas de organización, adaptación del producto al deseo del consumidor, etc. Sería precisamente seguir construyendo sobre arena, es decir, interesarse únicamente por los medios sin considerar los fundamentos sobre los cuales el edificio ha de levantarse». El programa de acción continúa, «ya existe, es el propio Cristo». No se trata, pues, de aplicarlo «como consignas de seguridad en caso de incendio», sino de «compartir su forma de ver las cosas, su amor, su vida […] lo cual quiere decir orar al Padre por Cristo, con Él y en Él, dejarnos guiar por el Espíritu de Dios».

El cardenal propone concretamente que se abandone el punto de referencia clásico de la práctica religiosa, que los sociólogos utilizan persistentemente, «reduciendo así la realidad de la vida religiosa a la población encauzada por la Iglesia, e imaginándose que pueden medir su eficacia comprobando el conformismo de mentalidad que supuestamente ocasiona. De ahí la conclusión a la que llegan algunos de ellos, de que el cristianismo se encuentra en vías de desaparecer». Sin embargo -replica el cardenal-, «el catolicismo no es minoritario como sentimiento de vida y cultura, como memoria y pertenencia, como tradición familiar, aunque se haya fragilizado», ya que el 70 % de la población se declara católica según las encuestas.

El meollo de su análisis es: en la multitud de la megápolis, «los 5 a 10 % practicantes de hoy corresponden al 5 a 10 % fervorosos de antaño». Tienen en común que «son voluntarios». No se les puede, pues, tachar, como se ha hecho, de «consumidores que actúan por costumbre o conformismo social». En cuanto al «70 % de las encuestas […] deberíamos ver a esa multitud como Jesús veía al rebaño sin pastor, una multitud extenuada y agotada, hacia la cual Jesús siente el amor que le conducirá a la Pasión; hacia ella nos envía Cristo». Más aún, «esa multitud es el nuevo mundo urbano. Tiene derecho a oír de nosotros la Buena Noticia de Jesús; es la multitud de la gran ciudad la destinataria de la nueva evangelización».

Para apoyar a los voluntarios y despertar el interés de la multitud, la parroquia es un marco con futuro, aunque con nuevos contornos. Debe ser «un lugar de encuentro para los discípulos del Señor resucitado», pero también «un centro de iniciativa para anunciar y compartir el amor de Cristo». Fuera «las envidias, las ambiciones, los repliegues sobre sí mismas de las comunidades cristianas»; hay que tejer «una trama solidaria para la evangelización».

Jean-Marie Guenois
en La Croix (traducción: Teresa Martín)