Maestra de fraternidad - Alfa y Omega

Maestra de fraternidad

El 11 de agosto se clausura el VIII centenario de la fundación de la Orden de las Clarisas. Eran tiempos difíciles para la sociedad y para la Iglesia, proliferaban movimientos contestatarios y en contra del Papa y de la Jerarquía. La necesidad de renovación era grande, y llegó por medio de dos grandes santos: san Francisco y santa Clara

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San Francisco y santa Clara (detalle), en la basílica superior de San Francisco, en Asís.

Se cumplen 800 años desde que Clara abandonó su hogar, dando comienzo a nuestra Orden, aunque su aprobación definitiva no llegó hasta el 9 de agosto de 1253, dos días antes de su muerte. ¿Cómo fue ese comienzo? No se puede contar la vocación de Clara sin explicar antes la vocación de Francisco. A ambos les unía un mismo ideal: el amor a Jesucristo; y un mismo camino a seguir: imitar su vida. Todo sucedió en Asís en una noche estrellada. Cuando estaba con sus amigos cantando por las calles, Francisco sintió que el Señor le envolvía con su amor, un amor que le hizo comprender la vanidad de su vida y le abrió el horizonte hacia otra mejor: una vida entregada totalmente a su servicio. Se sentía urgido a corresponder a ese amor, y le preguntaba al Señor: ¿Qué debo hacer? Resolvía sus dudas abriendo el Evangelio y siguiendo a la letra el primer consejo que se le ofrece, lejos de imaginar que un propósito tan sencillo iba a conducir a muchos hombres y mujeres a reunirse en torno a él, naciendo dentro de la Iglesia una nueva Orden. Un día, estando en oración ante el crucifijo en la pequeña iglesia de San Damián, recibió la respuesta: Francisco, repara mi casa.

Cuando Clara oyó el cambio repentino de Francisco, convertido de rey de fiestas en pobre de Cristo, de inmediato quiso conocerlo. Ella era una joven alegre, afable en el trato y apacible en todas sus acciones, que desde su niñez se sentía inclinada a una vida de piedad y buscaba la manera de consagrar su vida al Señor. En estos encuentros, él le mostraba la hermosura de vivir para Cristo. Ella lo tomó por guía para su camino. Y Francisco le anima a dar el paso de consagrarse al Señor. El Domingo de Ramos, engalanada y adornada como una novia, recibió la palma de manos del obispo de Asís. Por la noche, salió de su casa con las mismas galas, franqueando con sus propias manos una puerta trasera que estaba obstruida por pesados maderos, y se dirigió a Santa María de la Porciúncula, donde la esperaban los hermanos. Allí mismo, ante la imagen de la Virgen, se desposó con Cristo para siempre.

Mientras Francisco y sus hermanos se dedicaban a la predicación, Clara y sus hijas eligieron para sí vivir encerradas y servir al Señor en suma pobreza, convirtiendo su oración en una mirada agradecida a Dios, encarnado en Cristo Jesús, que por amor a nosotros se hizo pobre, para que nosotros fuésemos ricos, alabándole en nombre de la Iglesia e intercediendo por la salvación de todo el mundo. Aunque ella permanecía oculta dentro de los muros de San Damián, su vida era conocida en las ciudades, conquistando los corazones de muchas jóvenes que deseaban seguir sus pasos.

Su Orden llegaba en un momento en que urgía una renovación en la sociedad en la que vivía y en la Iglesia de su tiempo, en la que se multiplicaban los movimientos en contra de la jerarquía y de su Cabeza, el Papa. La nota característica de la nueva familia era la vida en fraternidad; como los primeros cristianos, todos los que las veían podían decir: Mirad cómo se aman. Clara inculcaba esas pequeñas virtudes que hacen bella la vida en común, como la paciencia, la afabilidad, la mansedumbre, la humildad; y les enseñaba a huir de todo lo que destruye la unión en la fraternidad, como el egoísmo, la envidia, la ambición.

Hoy, como en aquellos tiempos, la sociedad y la Iglesia necesitan una renovación, necesitan volver a poner al Señor en el centro de la existencia; en un mundo donde impera el egoísmo, la soberbia, la división, se necesitan personas que, con su vida de entrega, transformen esta sociedad. Por eso, el estilo de vida de Clara de Asís, una de las grandes figuras que vivieron en la Edad Media, y la de sus hijas las clarisas, sigue teniendo gran actualidad en nuestra época, pues damos testimonio de otro mundo, el mundo de Dios: de su bondad, fidelidad, paciencia y misericordia.

Franciscanas Clarisas
Monasterio de las Descalzas Reales. Madrid