11 de julio: san Benito, el joven que se encontró con Dios en una cueva - Alfa y Omega

11 de julio: san Benito, el joven que se encontró con Dios en una cueva

«A Dios se le puede encontrar en Subiaco y en el metro de Madrid», asegura el prior del monasterio benedictino de Leyre. Su fundador lo hizo en una cueva y hoy nos enseña el equilibrio entre trabajo y oración

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
San Benito, Francisco de Zurbarán. The Metropolitan Museum of Art, Nueva York.

Si a san Jerónimo Estridón se le considera el padre del monacato oriental, a san Benito de Nursia se le tiene como el fundador de la vida monástica en Occidente, aunque tanto uno como otro tomaron en determinado momento de su vida la misma decisión: dejar Roma, la encarnación de lo superficial y de la vida vacía, y refugiarse en la soledad para encontrar a Dios.

Todo lo que sabemos de san Benito procede en su mayor parte de la biografía que escribió sobre él el Papa Gregorio Magno cerca de 50 años después de su muerte, cuando el santo fundador de los benedictinos era ya una figura monumental para la Iglesia de su tiempo. Nació en torno al año 480 en Nursia, en la Umbria italiana, y en su juventud sus padres decidieron enviarle a Roma a estudiar letras y artes, pero en aquella época la capital del Imperio era una sombra de lo que fue. Las invasiones bárbaras habían hecho estragos en la vida social, aunque la corrupción de las costumbres y la erosión cultural habían empezado quizá mucho antes.

No sabemos qué es exactamente lo que vio y vivió Benito en la Ciudad Eterna, pero cuenta el Papa Gregorio que «al ver que muchos iban por los caminos escabrosos del vicio, Benito retiró su pie, temeroso de que por alcanzar algo del saber mundano cayera también él en tan horrible precipicio». Así, «abandonó la casa y los bienes de su padre y, deseando agradar únicamente a Dios, buscó el hábito de la vida monástica», dice su biógrafo.

Mientras que muchos eremitas iban a Egipto y a Asia Menor a unirse a otros ermitaños y formar comunidades en el desierto, Benito simplemente viajó varias jornadas a pie hasta que encontró una cueva en Subiaco, a 70 kilómetros al este de Roma, donde empezó a llevar una vida de soledad y oración. Allí vivió durante tres años, asistido solo por un monje amigo que le llevaba comida de vez en cuando.

El veneno de los monjes

A pesar lo escondido de su vida, su presencia empezó a ser notoria en la región, por lo que unos monjes que acababan de perder a su abad pidieron a Benito que tomara su puesto. Venciendo su resistencia inicial, accedió y se mudó con los monjes. Pronto, su estilo de vida riguroso y estricto chocó con la relajación moral de aquellos religiosos, que al final acordaron matarle. Un día vertieron veneno en una copa de vino destinada a su abad, pero cuando Benito la bendijo con la señal de la cruz, la copa estalló en mil pedazos.

Este fue uno de los primeros milagros que cita san Gregorio en su biografía del santo, pero hubo muchos más, desde la resurrección de un niño, al que le cayó un muro durante la construcción de uno de sus monasterios, hasta el exorcismo que hizo a un endemoniado que no encontraba la paz.

Su fama empezó a crecer tanto que, poco a poco, se le fueron uniendo hombres de todo el Imperio que sabían de sus hazañas, así como monjes que deseaban llevar una vida santa y no la encontraban en sus respectivas comunidades. Para todos ellos elaboró con los años una regla de vida que sirve de guía para todos los monasterios benedictinos hasta el día de hoy. En el año 529, Benito dejó Subiaco y en un lugar entre Roma y Nápoles llamado Casino levantó una nueva fundación en la que vivió hasta su muerte, 18 años después.

De san Benito ha quedado para la posteridad un lema que se aplica a la orden que fundó: ora et labora, «pero él nunca lo dijo así tal cual», asegura Óscar Jaunsaras, prior de la abadía benedictina de Leyre. «Ese se puede decir que es el resumen de su regla, un modo de expresar que la vida del monje consiste en el trabajo y la oración, que hay un equilibrio que debemos cuidar», añade.

En este sentido, san Benito nos enseña que entre la búsqueda desesperada de una playa en la que tumbarnos al sol y no hacer nada, y la esclavitud laboral en la que viven sometidos muchos de nuestros contemporáneos, hay un término medio: «Huimos del trabajo hacia el hedonismo porque no entendemos bien el sentido del trabajo. Hemos de percibirlo como un modo de colaborar con el Creador, que necesita que le ayudemos a que este mundo vaya adelante», dice el monje.

Al repasar la vida de su fundador, el prior de Leyre defiende que san Benito «no huyó del mundo para esconderse o evitar dificultades. Él se refugió en Subiaco para huir del pecado y encontrar a Dios, y eso es algo que se puede hacer en Subiaco y también en el metro de Madrid. Llevar a Dios en el corazón lo puede hacer cualquiera, independientemente del lugar en el que esté. Y al final es eso lo único que importa».

Bio
  • 480: Nace en Nursia
  • 500: Deja Roma para irse a vivir a una cueva en Subiaco
  • 529: Funda la abadía de Montecasino
  • 547: Muere en Montecasino
  • 1220: Es canonizado por el Papa Honorio III