Comunicador creíble de la Verdad - Alfa y Omega

Comunicador creíble de la Verdad

Actor, deportista, obrero, poeta, escritor, profesor, polaco resistente al nazismo y vencedor del comunismo, globetrotter andariego, a lo Teresa de Jesús, políglota, primer Papa eslavo de la Historia durante más de un determinante cuarto final del alucinante, maravilloso y paradójico siglo XX. Creó una nueva imagen de la Iglesia made in Juan Pablo II. Nunca, antes de él, Papa alguno había sufrido un atentado en la Plaza de San Pedro. Abierto al mundo, a las otras religiones, trabajador empedernido por la reunificación de los cristianos, signo de credibilidad. Misionero contemplativo, sacó a la Iglesia de los recintos sagrados. Su opción decidida por el hombre no fue emotiva ni demagógica. Supo y quiso ir al centro de los problemas, sin esperar a que los problemas llegaran al centro de la Iglesia; intrépido e infatigable fustigador de toda dictadura; rendido servidor de la verdad, en y desde la libertad, para un mundo cansado de ideologías. Modelo de libertad, enriqueció la vida de la Iglesia y del mundo

Miguel Ángel Velasco

«La Iglesia del silencio —dijo— ha dejado de existir; habla por mi voz»; definió a Europa tierra de misión. Heraldo del Evangelio y testigo de esperanza, sembró el Evangelio de la vida, el esplendor de la verdad. La nueva evangelización y la civilización del amor forman parte de la herencia que nos dejó. La idea de las Jornadas Mundiales de la Juventud fue suya; por eso es su Patrono. Amaba a España y confiaba en España. Admiraba la España prodigiosa fiel a sus raíces cristianas; comunicador insuperable y creíble de la Verdad, nunca se dejó instrumentalizar; esperanza de los jóvenes del mundo, hombre de Dios, enamorado de todo ser humano, de su inalienable dignidad como hijo de Dios, su mejor encíclica fue el testimonio de su sufrimiento final, la verdad viva, irrefutable de la vida asumida hasta el extremo. Suscitador de confianza, fascinante contagiador de certezas, sacerdote de Jesucristo, enamorado de María… y santo, o sea, perfecto en la caridad. Se le veía su intimidad con Dios. De ahí su paz interior y su buen humor, su humilde, pero nunca escondida, alegría contagiosa. Realizador fiel del Concilio, consiguió ser, a la vez, plenamente, hombre de Dios y hombre de su tiempo. Supo hacerse, como Pablo, todo para todos.

Los jóvenes se fíaban de él porque veían su vida, más allá de sus palabras; no a un líder político, sino a una especie de director espiritual del mundo, que no era de derechas ni de izquierdas, sino de por arriba. Ni esquemas ni etiquetas pueden definirle. Supo dar respuestas concretas, personales, a las nuevas generaciones, carentes de padres; suscitó un nuevo modelo, no intimista, de espiritualidad, de ser cristiano sin complejos ni ambigüedades, sin medias tintas ni concesiones; hizo entender la dimensión pública y social de la fe. Perdonó y supo pedir perdón; proclamó el genio de la mujer y la hipoteca social de la propiedad privada. Enseñó que, si la fe no se hace cultura, se desvanece, que la Iglesia es joven y libre, encarnada en la vida real y sin moralismos despistadores.

Desde que fue beatificado, el pasado 1 de mayo, fiesta de la Divina Misericordia, sus restos mortales descansan, en la basílica de San Pedro, entre la capilla de La Pietà, de Miguel Ángel —Totus tuus—, y la capilla del Santísimo, ante la que los turistas pasan de largo. Allí espera la resurrección de la carne, entre sus dos grandes amores: Jesucristo y María. Es, sin duda, su sitio aquí abajo. Desde que pasó a la vida definitiva, el 3 de abril de 2005, sigue amando a la Iglesia y cuidando de ella desde el cielo. Papa de la Misericordia, de la auténtica revolución de los corazones, Juan Pablo II, el del ¡No tengáis miedo!, que da respuesta a los miedos más ocultos, y el del ¡Os aseguro que merece la pena dar la vida por Cristo!, cambió muchos corazones con su revolución verdadera, la del amor. Supo desafiar la angustia del mundo. Creyó posible el cambio del mundo y lo cambió. Por eso es el último y definitivo Patrono de las Jornadas Mundiales de la Juventud.

¿Quieren otro lema suyo para esta Jornada Mundial de la Juventud y para siempre?:

No creas jamás en la verdad sin amor, ni en el amor sin verdad.