Una Polonia en la encrucijada espera al Papa - Alfa y Omega

Una Polonia en la encrucijada espera al Papa

El gran bastión católico de Europa está amenazado por una incipiente secularización y la utilización ideológica de su identidad nacional

María Martínez López
Misa de toma de posesión como arzobispo de Cracovia de monseñor Dziwisz, en agosto de 2005. Foto: CNS

Justyna está un poco perpleja: «Voy a Misa y veo las iglesias llenas y con jóvenes. Pero ninguno de mis amigos vive la fe». Esta joven treintañera de Cracovia describe así el paisaje que espera en Polonia al Papa Francisco y a los jóvenes que participarán en la JMJ a partir del 26 de julio. Aunque el país se sigue viendo a sí mismo como el último gran bastión católico de Europa, ha cambiado mucho desde que su gran icono, san Juan Pablo II, celebró la JMJ en Czestochowa hace 25 años.

La jornada vuelve a un país que celebra el 1050 aniversario de su bautismo: un milenio con siglos de esplendor y momentos dramáticos como las invasiones mongola (siglo XIII) y sueca (1655-1660), o el reparto del país entre Rusia, Prusia y Austria entre 1795 y 1918. En esos tiempos, explica el sacerdote Grzegorz Wojciechowski, profesor de la Universidad Católica Juan Pablo II de Lublin, «la Iglesia siempre fue la defensora de los derechos de los ciudadanos», lo que la hizo clave «en el desarrollo y mantenimiento de la conciencia nacional y católica».

Tras la II Guerra Mundial, la identificación se consolidó. La Iglesia fue el gran baluarte de la nación frente al régimen comunista. El Holocausto y «el traslado de las fronteras hacia el oeste» –la URSS absorbió parte de su territorio, y a cambio Polonia se quedó con tierras alemanas–, hizo que el país, que «siempre había sido multiétnico y multiconfesional», se volviera «prevalentemente católico», explica monseñor Tadeusz Pieronek, obispo auxiliar emérito de Sosnowiec y exrector de la Pontificia Academia de Teología.

Una fe viva

En medio de tantos cambios políticos y sociales, los datos muestran una fe que se mantiene viva. Durante el pontificado de Juan Pablo II (1978-2005), los sacerdotes diocesanos pasaron de 14.792 a 23.870, y en 2014 eran 24.724. Según el Instituto de Estadística de la Iglesia Católica de Polonia, los bautizados que comulgan semanalmente pasaron del 10,7 % en 1990 –tras la caída del comunismo– al 16,3 % en 2014. Sin embargo, los bautizados que van a Misa los domingos bajaron del 50,3 % al 39,1 % en el mismo período. Según el anuario de la CIA, el 87,2 % de la población se declara católica.

Son buenos datos en comparación con el resto de Europa (en España, según el último barómetro del CIS, se declara católico el 70,5 % de la población, y va a Misa al menos semanalmente el 19,8 % de los creyentes). Pero monseñor Pieronek advierte de que «existe y es visible a simple vista el peligro de una secularización gradual». El padre Wojciechowski la atribuye a los escándalos de la Iglesia universal en los últimos años, a «la emigración, al consumismo y a la debilidad de las familias». En este ámbito, «han aumentado los divorcios» y la tasa de natalidad ha bajado en 25 años de dos a 1,32 hijos por mujer (mismo dato que en España), a la cola de Europa.

Foto: CNS

La reforma que criticó Walesa

Un reto para los católicos polacos es cómo vivir su compromiso público en el mundo del siglo XXI. En octubre, las zonas más católicas del país, el sur y el este, votaron de forma mayoritaria al partido nacionalista Ley y Justicia (PiS por sus siglas en polaco), que consiguió la primera mayoría absoluta de la democracia polaca.

La Iglesia ha dado la bienvenida a algunas iniciativas de este partido, como su plan de ayudas a la natalidad. Pero al mismo tiempo, dentro y fuera del país preocupan otras leyes de corte autoritario; sobre todo, una reforma del Tribunal Constitucional que amplía el control del Gobierno sobre la corte y que mereció duras críticas de Lech Walesa, el histórico líder del sindicato Solidaridad.

La advertencia de la UE de que esta reforma podría dar lugar a sanciones ha sido recibida como una injerencia más de Bruselas, en un país que todavía mira de reojo a Moscú –cuya sombra se proyecta sobre la vecina Ucrania– y que es muy celoso de su soberanía frente a la UE y otras entidades internacionales. Las frecuentes presiones externas que recibe a favor del aborto o el matrimonio homosexual no ayudan a esta nación a sentirse a gusto en la UE.

Vida sí, refugiados también

En sus meses de Gobierno, el PiS se ha destacado por su fuerte reticencia –compartida por dos tercios de la población– a que Polonia reciba a refugiados musulmanes de Oriente Medio. En esta cuestión, la Iglesia ha alzado su voz para pedir a las autoridades que acojan a los prófugos. Así lo hizo el portavoz de la Conferencia Episcopal Polaca a principios de junio, y, hace dos semanas, se pronunciaron de forma conjunta todas las Iglesias cristianas.

«Está bien que el Gobierno proteja la vida y ayude a la familia. Pero dar la espalda a los refugiados es renegar del cristianismo –subraya monseñor Pieronek–. Tenemos el deber de ayudar a los necesitados. Nos lo pide Jesús. Nosotros, los polacos, tenemos una gran deuda», pues «en el pasado nos ha acogido y socorrido en situaciones similares. No veo justificación para no prestar ayuda a los inmigrantes de Siria y de otros países».

Misma Iglesia, nuevos enemigos

El obispo cree que, en este ambiente de encrucijada, los católicos polacos se enfrentan a «un gran desafío». Bajo invasiones y dictaduras, con fronteras cambiantes o incluso borradas del mapa, la Iglesia ha sido para los polacos la única referencia constante, y les «ha enseñado valores fundamentales como la libertad, la dignidad, etc.», recuerda el padre Wojciechowski. En la era poscomunista, la Iglesia «ayudó a la gente a entender los cambios y proclamó la verdad». Ahora el peligro asoma por otros frentes, como el alejamiento de la fe o el riesgo de que la identidad nacional –y católica– se identifique con posturas ideológicas ajenas al cristianismo. Pero la Iglesia «tiene el mismo trabajo con diferentes enemigos, ya sea el duro capitalismo, la globalización o el materialismo».

«O te encuentras con Dios, o no te van a ayudar las iglesias llenas»

«A veces el resto de católicos nos tiene un poco idealizados a los polacos», confiesa Paulina Gosch, misionera oblata de María Inmaculada destinada en España. «Pero yo no me hago ilusiones. Lo que ha pasado en el resto de Europa puede pasar perfectamente allí». A pesar del gran papel que ha jugado la fe en su país, esta «tradición, sola, no basta. En España me he dado cuenta de que la fe es un don. Igual Polonia necesita aprender esto».

La religiosa no cree que la Iglesia en su tierra natal se haya acomodado: «Hay movimientos de jóvenes, grupos de música cristiana… mucho más que en España. Pero tampoco eso basta. La fe es un encuentro personal con Dios. O te encuentras con Dios o no te van a ayudar ni las iglesias llenas, ni los santos», ni siquiera Juan Pablo II.

El Papa Wojtyla es un orgullo para sus compatriotas, pero «quizá no se ha profundizado mucho» en su magisterio. «Siempre digo que a mí Juan Pablo II me habló en español. En Polonia nunca oí nada de su teología del cuerpo. La descubrí al venir aquí. Aunque ahora está empezando a haber iniciativas» para divulgarla.

A través de la Delegación de Juventud de Madrid, Paulina ha ayudado mucho a preparar la peregrinación de los jóvenes madrileños a Cracovia (en la imagen, la segunda atrás a la izquierda, durante una visita preparatoria). Espera que «los jóvenes puedan compartir su fe, conocerse y enriquecerse». También las distintas Iglesias locales: «Hay mucho por hacer y podemos aprender unos de otros».